lunes, 9 de septiembre de 2019

¿El fracaso de la revolución digital?

¿Se pueden considerar modelos de éxito aquellos que han contribuido a crear un clima político y social tan disfuncional y peligroso como el actual? Y, sobre todo, ¿de qué sirve la innovación o el crecimiento si no se traduce en prosperidad y bienestar para la mayoría?
¿El fracaso de la revolución digital?
Timeo danaos et dona ferentes. Virgilio
Cuando hablamos de innovación miramos con admiración provinciana a Silicon Valley, laboratorio y motor de la revolución digital que durante los últimos 30 años ha dado forma a nuestro presente. Cuando buscamos referencias de éxito económico nos fijamos también con cierta admiración acomplejada en los grandes centros financieros globales, especialmente en la City londinense, el faro de la revolución neoliberal que desde hace algo más de 30 años ha ido definiendo el espacio de lo posible.

Este matrimonio tecno-financiero establece el inevitable marco ideológico occidental. Un gas invisible que permea y ocupa todos los espacios de la realidad, que dicta lo que hacemos, lo que somos y lo que deseamos.

Desde las fronteras del imperio nos esforzamos en replicar sus modelos de éxito. En las escuelas de negocio, las consultorías y los centros de innovación absorbemos sus perspectivas, ponemos en práctica sus procesos para intentar llegar así a sus mismas conclusiones y alcanzar sus mismos logros.
El trabajo de muchos de nosotros consiste principalmente en entender estas claves de funcionamiento y aplicarlas a nuestro contexto, evangelizando con pasión sobre nuevas formas de vivir, de aprender, de trabajar y sobre todo de pensar, aceptando sin atisbo crítico todo aquello que refuerce el mito prometeico y triunfal de este tecnocapitalismo tardío.

Pero lo real, como la Carta Robada de Edgar Allan Poe, está descarnadamente a la vista, manifestándose en la obscena sensación de fallo sistémico que se respira en Occidente, en la hipótesis de que el sueño de la razón liberadora que han representado de manera monopolística Silicon Valley y la City nos arrastra irremediablemente hacia su reflejo distópico, hacia una derrota en forma de sus correspondientes Trumps y Brexits

Por supuesto que los ambiciosos geeks de San Francisco, o los urbanitas cosmopolitas de Londres no son, al menos por ahora, votantes nacionalistas de ultraderecha, pero ello no debe impedir la reflexión sobre cómo sus modelos de innovación tecnológica y de negocio, a pesar del peso tan relevante que tienen sobre la nueva economía, no han contribuido a la articulación de una idea integral e integradora de un progreso económico, social o cultural que alcance a todos los ciudadanos.

Ni la magia de la tecnología desarrollada en las últimas décadas ni el enorme poder financiero acumulado por fondos y corporaciones han tenido la capacidad - ni el objetivo - de llegar, elevar y acompañar al conjunto de la sociedad en su desarrollo. Muy al contrario, lo que se ha producido es una profundización de la desigualdad económica, de la precarización laboral, del alienamiento de grandes sectores demográficos, de la utilización perversa de la comunicación, de la ansiedad, del miedo y del resentimiento, llegando a su conclusiva respuesta en forma de victoria de una política reaccionaria y cargada de testosterona, que seduce con la promesa de protección y venganza contra esta complejidad elitista e impostada del ideal contemporáneo.

La pregunta que me hago es la siguiente:
¿Se pueden considerar modelos de éxito aquellos que en tan solo unos años han contribuido a crear un clima político y social tan disfuncional y peligroso como el actual?

Si es así, ¿por qué seguimos teniéndolos como referencia?

Y, sobre todo, ¿de qué sirve la innovación o el crecimiento si no se traduce en prosperidad y bienestar para la mayoría?

Aunque la correlación entre los fenómenos no sea del todo aparente, quizás debemos preguntarnos hasta qué punto la aparición de un Trump o la agresiva irrupción del Brexit están ya contenidos en los principios aparentemente neutrales e inocuos de innovación y gestión financiera que provienen de estos centros de poder y que tomamos como guía de acción de modo acrítico. Implícitos en los libros y los artículos que leemos, en las opiniones de los expertos que seguimos por las redes, en los procesos y metodologías que aplicamos, en los invisibles principios que dictan nuestras decisiones, en los valores que damos por universales.

Una prueba de esta extraña dinámica entre las élites tecnocapitalistas y la realidad es que en un contexto político y social tan preocupante como el que se está desplegando en Estados Unidos la única solución creativa que proponen grandes iconos de la innovación como Elon Musk o Jeff Bezos es la de huir al espacio.

Tratar a la tecnología como una herramienta neutral es paradójicamente una idea cargada de ideología, como lo es poner el foco en los resultados sin considerar el impacto en el entorno sobre el que se actúa.

En el contexto actual la indiferencia ante la realidad humana, social y ecológica es una grave forma de psicopatía.

Para frenar este descenso hacia la distopía, para negar la irremediabilidad de la derrota, necesitamos definir un nuevo territorio de lo posible que nos ayude a imaginar nuevos futuros, futuros de los que no sea necesario huir. Y para poder hacerlo primero tendremos que esforzarnos en desvelar los mitos invisibles que construyen esta narrativa única, opcional y ajena que define el marco del presente. 

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