La imagen que tenéis sobre estas líneas es historia de la ciencia. Fue
tomada el 9 de enero de 1976 en un recóndito paraje de las montañas de
Michoacán, en México, y en ella vemos al investigador Fred Urquhart, que sostiene entre sus manos algo que acaba de recoger del suelo y que ha estado buscando durante más de 30 años. Se trata de un ejemplar de mariposa monarca,
uno de los millones de mariposas que revolotean en este apartado bosque
a 3.000 metros de altitud, pero solo esta tiene lo que él está
buscando: una diminuta etiqueta en la que pone “PS 397”.
Para entender la relevancia de este descubrimiento hay que remontarse
atrás en el tiempo. La historia de esta fotografía empieza varias
décadas antes, cuando el zoólogo canadiense y su mujer, Norah Patterson,
comienzan a investigar a las mariposas monarca y sus misteriosas
migraciones. Como muchos otros, ambos habían quedado maravillados por la
presencia masiva de estos insectos en Toronto durante los meses de verano e intrigados por su desaparición en invierno. ¿Dónde iban las mariposas monarca durante los meses fríos? ¿Se trataba de las mismas que regresaban cada primavera o eran nuevas generaciones de monarcas?
El trabajo de Fred y Norah se centró en etiquetar a las mariposas para
poder seguir su rastro por el continente. Después de muchas pruebas,
consiguieron desarrollar un pegamento suficientemente fuerte para
que la etiqueta aguantara en las frágiles alas de la mariposa y
comenzaron a etiquetar a miles de ellas. Pero el trabajo era demasiado
arduo para dos personas solas, de modo que empezaron a reclutar
ayudantes por todo el país. Al principio solo 12 voluntarios
respondieron, pero después fueron cientos de ellos. En todas las
etiquetas se incluía un mensaje, “Enviar a la facultad de Zoología de la Universidad de Toronto”,
y pronto empezaron a recibir decenas de ejemplares que marcaban un
patrón de migración. Pero seguía habiendo un misterio, las mariposas
salían de Canadá y aparecían en Texas cada otoño, pero después se les
perdía el rastro.
Como no aparecía ninguna mariposa en invierno, y apenas tenían
corresponsales más al sur, en 1972 los Urquhart se pusieron en contacto
con varios periódicos mexicanos para pedir ayuda. Entre los nuevos
voluntarios que se sumaron a la campaña de búsqueda de mariposas monarca
estaban Catalina Aguado y su esposo Kenneth Brugger, que
vivían en Ciudad de México y empezaron a explorar los bosques del centro
del país en busca de mariposas. El 9 de enero de 1975, Fred Urquhart
recibió una llamada en su despacho de la universidad: “¡Las hemos encontrado!, dijo la voz. ¡Millones de mariposas monarca!”.
La pareja había hallado una serie de bosques en la montaña de Cerro
Pelón - hoy día un santuario - en la que las mariposas se agrupaban por
millones en los árboles para pasar el invierno. Por fin estaba resuelto
el misterio de sus migraciones, pero aún faltaba algo para demostrar su
hipótesis: ¿había alguna mariposa con etiqueta?
Para comprobarlo Fred y Norah viajaron hasta México para reunirse con
sus amigos y ver con sus propios ojos el espectáculo. “Miré maravillado a
lo que tenía delante”, escribió después Fred Urquhart. “¡Millones de mariposas monarca unas sobre otra! Colgaban en masas estrechamente empaquetadas en cada rama y el tronco de los oyameles
grises y verdes. Se arremolinaban por el aire como hojas de otoño y
alfombraban el suelo en miradas llameantes por la ladera de aquella
montaña mexicana. Sin aliento por la altitud, con mis piernas aun
temblorosas por el ascenso, murmuré en voz alta: “¡Increíble! ¡Qué visión tan increíble y gloriosa!”
Fred caminaba entre los árboles, deslumbrado por el espectáculo, cuando la rama de un oyamel se quebró y cayó al suelo cargada
de mariposas. Entre los insectos muertos, Fred identificó una mancha
blanca y una etiqueta con un número distintivo: PS 397. Aquella mariposa
era la prueba de que los Urquhart tenían razón y la primera prueba
sólida de que las mariposas monarca recorren miles de kilómetros cada
año en una migración asombrosa. La mariposa, como pudieron comprobar
después, había sido etiquetada por un estudiante de 14 años de Minnesota llamado James Street.
Alentados por su profesor, él y otros compañeros habían participado en
la campaña de etiquetado y cuando miró los registros comprobó que
efectivamente, la mariposa PS 397 había sido etiquetada por él en agosto
de 1975 y que el insecto había recorrido más de 3.000 km en aquellos
meses.
Esta maravillosa historia, que ahora ha sido olvidada, ocupó la portada de National Geographic en 1976,
en la que aparecía Catalina Aguado rodeada de miles de mariposas en un
lugar que la revista no revelaba. Lo extraordinario del asunto es que
durante los siguientes años, los Urquhart y otros muchos científicos
estudiaron a las monarcas en estos santuarios de México y no encontraron más etiquetas,
lo que da una idea de la suerte que tuvo Fred aquella mañana. La
migración ha sido ampliamente documentada después por otros muchos
métodos y el trabajo de aquellos pioneros no solo sirvió para descubrir
su extraordinario viaje, sino para que el gobierno mexicano protegiera los lugares donde estas criaturas pasen el invierno. Aunque ahora, por otras muchas circunstancias, su supervivencia se está viendo amenazada.
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