miércoles, 13 de diciembre de 2017

Amigos para siempre


(Pedicularis humanus )
Pulgas y garrapatas son bichejos que parasitan al hombre casi por casualidad, ya que en realidad gustan de la sangre de muy diferentes animales. Muchas veces se conforman con dar un trago del fluido que circula por ratas y conejos, mientras que otras tienen la suerte de topar con un gran reserva en forma de can, venado o, ¡mejor aún!, de humano. Sin embargo existe otro minúsculo vampiro de gustos mucho más sibaritas, que renunciando a roedores y perros solamente se digna a escanciar la sangre humana. Ese irritante insecto, que a principios de septiembre vuelve junto a nuestros niños a retomar sus tareas en el cole, es el piojo.
    En realidad existen muchos tipos diferentes de piojos que afectan a innumerables especies distintas, pero cada una de ellas ha evolucionado junto a su propio hospedador y solo tiene ojitos para él. En este aspecto los humanos somos unos privilegiados pues no tenemos una sola especie de piojo rendida a nuestros pies, ¡tenemos dos! Y por si esto no fuera suficiente, una de ellas ha originado otros dos tipos de piojos que se han especializado en colonizar lugares diferentes de nuestra anatomía. De esta forma cuando hablamos del piojo humano en realidad tenemos que hacerlo en plural, pues somos portadores del piojo de la cabeza (Pediculus humanus capitis), del piojo corporal (Pediculus humanus corporis) y del, más íntimo y cariñoso, piojo púbico (Pthirus pubis) que se le conoce comúnmente como ladillas.
    Podríamos pensar que en realidad todos los animales presentan esta gran variedad en cuanto a bichejos corporales, pero en realidad no es así. Entre nuestros primos más cercanos los hay como los orangutanes que ni siquiera tienen piojos, y otros como chimpancés y gorilas que sí los presentan pero se limitan a un único tipo de espécimen. Así que, paradójicamente dada la escasez de pelo que cubre nuestro cuerpo, la diversidad piojosa que cobija y alimenta nuestra especie es anormalmente alta comparada con nuestros peludos parientes. Somos una especie de paraíso semidesértico que por alguna razón vuelve locos a estos insectos.
    Empecemos por el desagradable e incómodo piojo púbico que se acomoda entre e vello de nuestras partes más pudendas, alimentándose tranquilamente con la esperanza puesta en colonizar nuevos territorios cuando su portador mantenga contactos íntimos con una desprevenida pareja. Bueno pues este bicho que recorre lentamente las cada vez menos frondosas regiones púbicas está emparentado con los piojos que actualmente martirizan a los gorilas. Lo más probable es que el piojo del gorila se transmitiese y posteriormente evolucionase en nuestros antepasados cuando estos coexistían en hábitats donde también hacían sus nidos los enormes primates herbívoros.
    Si nuestro piojo púbico tiene sus raíces en un parásito de los gorilas, el piojo de la cabeza y el corporal no va a ser menos y evolucionaron de un ancestro común al piojo que actualmente inoportuna a los chimpancés.
   En realidad hasta hace relativamente poco tiempo de estos dos tipos de piojos existía solo el primero, y únicamente nuestra "manía" por envolvernos en tejidos, permitió la aparición del segundo.Cuando los humanos comenzaron a utilizar de forma sistemática atuendos para cubrirse, se estima que eso fue hace entre 70.000 y 40.000 años, las diferentes partes de nuestro cuerpo se comportaron como barreras geográficas que a su vez provocaron la aparición de un nuevo tipo de piojo. Así como consecuencia del uso de tejidos surgió una variante del piojo de la cabeza que se especializó en vivir entre las costuras de las vestimentas.  Siendo mucho menos frecuente, suele ser portador de peligrosas enfermedades. No en vano este insignificante insecto fue uno de entre los varios agentes responsables del estrepitoso fracaso de los ejércitos de Napoleón en su intento de invadir Rusia.
   En el año 2001 se descubrió una fosa común en la que se amontonaban los restos óseos de 717 individuos. Los cuerpos pertenecían  un batallón del ejército de Napoleón que en el año 1812 se batía en retirada tras su "exitosa" campaña por tierras rusas. Analizando la pulpa dental de algunos de estos cadáveres se localizó ADN que no pertenecía a ninguno de los infortunados soldados, sino a dos especies diferentes de bacterias. El ADN pertenecía a dos microorganismos que son transmitidos a través del piojo corporal y producen mortales enfermedades que se vuelven epidémicas en época de guerra y hambruna: la fiebre de las trincheras y el tifus.
   Con seguridad los piojos corporales se escondían en los uniformes y abrigos que cubrían el cuerpo de los soldados, y que ateridos por el gélido frío no se quitaban ni de noche ni de día. Circunstancia que los minúsculos insectos aprovecharían para alimentarse de la sangre y proliferar como una plaga a la vez que propagaban la enfermedad entre el batallón del ejército francés.
   En realidad los soldados no eran conscientes de que el responsable de la mortal epidemia que se diseminaba rápidamente entre las tropas estaba oculto entre las costuras de sus uniformes; pues no fue hasta casi un siglo después cuando un paisano suyo, el doctor Charles Nicolle, encontró la vinculación entre el tifus, los piojos y la ropa.
   
Resultado de imagen de charles nicolle tifus
Charles Nicoll

    David G. Jara

No hay comentarios:

Publicar un comentario