Conversación con Pietro Bartolo, médico de Lampedusa, para entender las tragedias migratorias en el Mediterráneo
Cuando
tenía dieciséis años, el italiano Pietro Bartolo cayó del pesquero de
su padre a las aguas oscuras del Mediterráneo, a cuarenta millas de la
pequeña isla de Lampedusa.
Era de
noche y nadie lo vio. Gritó, braceó, se hizo el muerto. Así resistió,
durante cuatro horas, hasta que vio la luz del barco que volvía en su
busca. Aquella noche regresó a tierra sin saber que años después iba a
recordar aquellos instantes cada vez que atendiera, ya como médico, a
los miles de hombres, mujeres y niños que llegarían tiritando y
empapados de agua y gasolina al muelle de Lampedusa.
A
esta minúscula isla de unos 6.000 habitantes se la conoce ahora como la
Puerta de Europa. Situada a 70 millas de África y 120 de las costas
sicilianas, es lugar de desembarco de miles de personas que huyen de la
guerra y el hambre: cerca de 400.000 en los últimos veinte años. Se
calcula que 15.000 han muerto ahogadas en el intento de atravesar el
Canal de Sicilia para alcanzar Europa.
Pietro
Bartolo tiene hoy 61 años y es el único médico que ha residido de forma
permanente en Lampedusa desde 1991. Está al frente de las actividades
sanitarias de la isla, y asiste a los desembarcos de quienes llegan
desde Libia por la peligrosa ruta mediterránea. En este cuarto de siglo
ha visto cómo han cambiado las pautas de migración, cómo los botes han
pasado a ser cada vez más precarios, cómo han cambiado los países de
origen de quienes escapan de la guerra, la pobreza o la discriminación.
Algunos días el mar de Lampedusa devuelve vidas, y otros devuelve cadáveres. “En
cada cuerpo encuentras señales que te muestran la tragedia de un viaje
larguísimo”, explica el doctor. Su historia está narrada en el
documental Fuocoammare,
de Gianfranco Rosi, una cinta sobre la crisis migratoria que obtuvo el
Oso de Oro de la pasada Berlinale. Y recientemente ha publicado Lágrimas de sal
(Debate/Ara Llibres), un libro escrito junto a la periodista Lidia
Tilotta en el que relata algunas de las tragedias que ha vivido en
Lampedusa. Cuando habla de su trabajo, reniega de que le llamen
héroe: “Pensar que una cosa normal es un acto heroico es síntoma de una
sociedad profundamente enferma. Esto realmente me preocupa”.
Con Pietro Bartolo hablamos de su historia, y la de Lampedusa, en el Centre de Cultura Contemporània de Barcelona (CCCB), donde participó en un diálogo sobre el fenómeno de la migración tras la proyección del documental Fuocoammare.
El médico Pietro Bartolo durante una rueda de prensa para presentar su libro 'Lágrimas de sal', escrito con la periodista Lidia Tilotta (derecha), en el CCCB.Yayo Pino |
Pietro
Bartolo estudió ginecología en Sicilia y volvió a su Lampedusa natal en
1991 para hacerse cargo de los servicios sanitarios locales. En aquella
época la isla se estaba convirtiendo, junto con Trapani, en destino de
migrantes que se embarcaban en la vecina Túnez. “Pero llegaban en
barcos resistentes, autónomos, potentes y de un tamaño importante. Eran
de madera o de hierro. Atravesaban todo el Mediterráneo para llegar al
puerto de Lampedusa. Y a bordo viajaban también los propios
traficantes”, recuerda. La mayoría de los casos que atendía entonces
eran de deshidratación, ya que aquellas naves eran capaces de resistir
mucho tiempo a flote y las travesías podían ser muy largas, sin agua ni
comida.
Hasta
1997 fue el único médico de la isla. Ese año se abrió un pequeño centro
de acogida en el aeropuerto y se enviaron dos médicos más, aunque no de
forma permanente. En los años siguientes empezaron a llegar cada vez
más migrantes. Entre 2003 y 2008 desembarcaron en la pequeña isla desde
el norte de África cerca de 100.000 personas. A finales de 2008 el centro de recepción, pensado para 850 personas, llegó a acoger temporalmente a unas 2.000.
Esgrimiendo el aumento de llegadas, en 2009 el Gobierno de Silvio Berlusconi firmó un polémico acuerdo
de cooperación con la Libia de Gadafi: el flujo migratorio se frenó,
puesto que se empezó a devolver a los migrantes y refugiados
interceptados directamente a Libia — sin comprobar si eran potenciales
solicitantes de asilo. A cambio, Italia garantizaba inversiones
millonarias en territorio libio. Las llegadas cayeron en picado hasta
apenas unos cientos al año.
La Primavera Árabe
En
2011 estallaron las revueltas en el mundo árabe y se reanudaron los
arriesgados viajes hacia el sur de Italia desde Libia, inmersa en el
caos que derrocó a Gadafi. Solo ese año desembarcaron en Lampedusa cerca
de 60.000 personas en busca de un futuro en Europa. Pietro Bartolo
atendía en primera instancia a los recién llegados, y además era el
responsable de inspeccionar las embarcaciones que llegaban para
controlar si había enfermedades infecciosas. Sin su permiso, nadie podía
bajar a puerto. “Puedo garantizar que, en todos estos años,
nunca he encontrado una enfermedad infecciosa importante. Al margen de
la sarna, que es una afección menor”.
“Los
que llegan —insiste— son personas sanas. Las enfermedades que tienen
son las que están ligadas al estrés del viaje”. Porque el Mediterráneo
es la última etapa, pero el viaje es, en realidad, una travesía que se
puede prolongar durante años: “Dura una media de dos años, pero también
pueden ser cinco, seis, siete. Escapan de sus países abandonando a sus
familias, a sus seres queridos, por las guerras, la persecución, la
violencia. Luego afrontan el desierto. Allí mueren muchísimos, es
inimaginable. Los que mueren en el Mediterráneo, incluso si son muchos,
son una parte pequeñísima de todos los que pierden la vida en la ruta”.
Tras el desierto llegan a Libia, país de tránsito.
“Y Libia es el auténtico infierno. Es ahí donde las mujeres son todas
violadas —sostiene—. A Lampedusa llegan casi todas embarazadas. Y las
que no están embarazadas no es porque no hayan sido violadas, sino
porque les han inyectado anticonceptivos. Porque cuando llegan a Europa
el destino de estas mujeres es la prostitución, y una mujer embarazada
no vale nada”.
Basta: 3 de octubre de 2013
“Fue
una jornada que marcó mi vida”. El 3 de octubre de 2013 una
embarcación en la que viajaban cerca de 50 hombres, mujeres y niños que
habían zarpado desde Libia volcó muy cerca de una de las paradisíacas
playas de Lampedusa. Murieron 368 personas,
"entre ellas muchos niños; tuve que inspeccionar sus cadáveres", dice
sin esconder su emoción. De ese día, solo un recuerdo le devuelve la
sonrisa: "Kebrat, una chica a la que se había dado por muerta ". La
joven estaba tendida con el resto de los cadáveres, pero el médico la
inspeccionó y se dio cuenta de que mantenía un debilísimo pulso. La
trasladaron de urgencia y lograron salvar su vida. “Ahora vive en
Suecia, y ayer me mandó la foto de su hijo recién nacido —dice, buscando
el móvil en su bolsillo para enseñarla—. Se llama Israel”.
El
episodio del 3 de octubre supuso un antes y un después en Lampedusa y
en todo el Mediterráneo Central. “El Estado se hizo más presente. Italia
dijo basta, y puso en marcha la operación Mare Nostrum”. Era una
operación de salvamento —financiada íntegramente por Italia con un coste
de 9 millones de euros mensuales— que entre octubre de 2013 y noviembre
de 2014 se desplegó en el Canal de Sicilia con el objetivo declarado de
evitar naufragios. Tuvo éxito y las muertes se redujeron, pero era
demasiado costosa. Al concluir fue inmediatamente sustituida por la operación Tritón,
financiada por la Unión Europea, con un coste inicial mucho menor —algo
menos de 3 millones de euros mensuales— y que tenía como objetivo no el
salvamento, sino el control de fronteras. Tritón fue más tarde
reemplazada por la operación Sofía, aún en vigor, que tiene en su punto de mira a las mafias de traficantes.
Refugiados rescatados por el Dignity I, barco de Médicos Sin Fronteras.Anna Surinyach |
El hueco dejado por la operación Mare Nostrum en salvamento lo han ocupado barcos de oenegés como Médicos Sin Fronteras o Proactiva Open Arms,
además de los buques europeos. “Su acción directa es positiva, pero los
traficantes se han aprovechado. Ahora saben que a veinte millas de la
costa libia están las naves de rescate. Y en lugar de comprar barcos
estables con los que atravesar el Mediterráneo, utilizan lanchas de goma
que se hunden fácilmente”.
Cerrando más las fronteras: acuerdo UE-Turquía
“Vergüenza. Es una vergüenza”, exclama el médico sobre el acuerdo
firmado en marzo de 2016 entre la Unión Europea y Turquía, que supuso
el cierre de la frontera oriental europea. “Hace unos años, en
2013-2014, llegaban a Lampedusa migrantes subsaharianos pero también de
Bangladesh, de Pakistán... Pero la ruta es muy peligrosa. Luego
descubrieron la balcánica, que era menos difícil. Pero Europa dijo 'no'
y, para ignorar el problema, pagó a Turquía 6.000 millones de euros. Una
vergüenza”, repite. “Seguramente hay equilibrios políticos que yo no
conozco. Pero antes del equilibrio político y económico, está el
equilibrio del derecho a la vida”.
Tras
el cierre de las fronteras y el bloqueo de las rutas terrestres, el
flujo de migrantes y refugiados se vio de nuevo empujado al mar. Los
barcos que zarpaban de costas norteafricanas eran cada vez más y más
precarios. En 2016 unas 181.000 personas se embarcaron en la peligrosa ruta del Mediterráneo Central. Más de 4.500 se ahogaron
en el intento de alcanzar el sur europeo, muy por encima de las cerca
de 2.900 que perdieron la vida en esas aguas el año anterior.
Cierre de la frontera entre Serbia y Croacia en octubre de 2015.Anna Surinyach |
Febrero 2017: reactivación del acuerdo Italia-Libia
Este pasado febrero Italia firmó un acuerdo
con el Gobierno de Unidad Libio, encabezado por el primer ministro
Fayez Al Serraj, para revivir el pacto de 2009: más control migratorio a
cambio de inversiones. El doctor no esconde su escepticismo. “Sí,
Italia ha intentado llegar a un acuerdo con Libia, pero sabemos que en
Libia no hay un Gobierno. Ese señor con el que hemos ido a cerrar el
acuerdo no es nadie. ¡No manda ni en su casa!”, dice, en referencia a
las disputas por el poder en medio del caos interno que vive Libia.
¿Y
si realmente fuera efectivo? “Si el acuerdo sirve para que los
migrantes dejen de morir, por qué no. Libia es un país grandísimo, con
muchísimos pozos petrolíferos. Podrían trabajar no como esclavos, sino
como trabajadores; podría ser una solución. Pero si el acuerdo es como
el de Turquía, si es un 'Erdogan bis', es otra vergüenza”.
Después de Lampedusa
Tras
la acogida, llega la fase de la integración o reubicación. “En Italia
somos peores en la integración que en la primera asistencia”, admite el
doctor. Y recuerda lo ocurrido en el pequeño municipio de Gorino el
pasado octubre, cuando la población se opuso,
incluso con barricadas, a la entrada de una docena de mujeres
refugiadas acompañadas de ocho menores. “Es algo lamentable. Pero esto
ocurre porque estas personas han sido manipuladas, les han mentido, les
han llenado de prejuicios con fines políticos o por otros intereses”.
Ante
quienes hablan de “invasión” aludiendo a los números, Pietro Bartolo
responde a su vez con números: “El año pasado llegaron a nuestras costas
180.000 personas. Eso no es ninguna invasión. Distribuidas en todos los
municipios italianos, tocarían a dos personas por cada 1.000
habitantes”.
Pietro Bartolo durante la entrevista en el CCCB.Yayo Pino |
Muchos
de los refugiados que están en Italia, añade, ni siquiera pretendían
quedarse allí. Si lo han hecho es por la normativa de Dublín, que
establece que el proceso de asilo debe tramitarse en el primer país de
la UE al que llegan los solicitantes. “Hay que modificar este sistema;
el 80 ó 90 % de los que llegan a Italia no quieren quedarse aquí porque
tienen otros puntos de referencia, pero nosotros les obligamos”.
En Lampedusa se encuentra uno de los nueve hotspots
de Europa (cinco en Grecia y cuatro en Italia), designados así por
situarse una zona fronteriza con presión migratoria. Allí, con el apoyo
de funcionarios de la UE, se toman las huellas dactilares de migrantes y
refugiados, se determina su situación y se les envía a otros lugares de
la península a la espera de su reubicación, según lo acordado por los países miembros.
Aunque los programas europeos de reubicación y reasentamiento contemplaban el traslado de unos 35.000 refugiados desde Italia a otros países de la UE, por el momento solo han sido reubicados 5.000.
España ha acogido hasta ahora a 144 de los 2.676 refugiados llegados a
Italia que le asignaba este mecanismo, lo que supone cerca del 5 %.
Más
allá de las reubicaciones, para Pietro Bartolo hay una necesidad mucho
más inmediata: “Hay que parar estas muertes. Creemos rutas seguras.
Firmemos acuerdos con países amigos, con Túnez. En lugar de embarcar,
hagamos que atraviesen la frontera entre Libia y Túnez y establezcamos
allí centros de acogida donde atenderlos y tratarlos. Pero no les
empujemos a cruzar el mar”.
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