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Ilustración: Alfonso Blanco |
Una nueva tribu urbana frecuenta las consultas de los médicos de
familia. Son jóvenes de 18 a 35 años que piden cita inquietos ante la
aparición de un grano, un manchita en la piel, una mínima molestia
abdominal o una molestia en el hombro derecho al adoptar alguna postura
inverosímil. Vienen angustiados. Han hecho el esfuerzo de paralizar sus
agendas para acudir al centro de salud donde esperarán con paciencia ser
atendidos y calmados.
Siempre
ha existido gente con cierto perfil hipocondriaco y tendencia a
preocuparse de forma desproporcionada ante ciertas sensaciones
corporales normales o pequeñas molestias. En casi todas las familias
siempre ha habido un
pupitas que acudía a sus mayores a la
mínima, incluso cada cual se habrá preocupado alguna vez más de lo
habitual ante un pequeño síntoma inespecífico. Lo que nos llama la
atención a los profesionales sanitarios es que las consultas por este
tipo de motivo son cada día más frecuentes. Sin llegar a ser una
epidemia, sí es muy llamativo. No puedo aportar datos cuantitativos,
salvo
la encuesta europea de salud que indica que cada vez se consulta un poco más al médico y nos percibimos un poco menos sanos.
Parte
de estos pacientes, los más jóvenes, han vivido infancias en las que
han tenido múltiples contactos con el sistema sanitario. En el medio
urbano en el que trabajo, es raro encontrar historias clínicas de niños
menores de 14 años que tengan menos de diez enfermedades reflejadas,
además de las revisiones del niño sano, vacunas, etcétera. Esto podría
explicar la creación de un reflejo condicionado que nos haga consultar
con el sistema sanitario a la mínima. Pero hay más. El fenómeno es muy
complejo. Probablemente podamos rescatar la influencia de la crisis, el
aislamiento social, y la pérdida de soberanía personal de los que
delegan con más facilidad los cuidados de salud al sistema sanitario.
Para algo pago mis impuestos.
Lo
malo de esta historia es que todos sus actores terminan perdiendo, como
en los dramas clásicos. El paciente pierde su tiempo y su capacidad de
responsabilizarse de sus propios cuidados de salud ante molestias leves.
La sociedad pierde dinero al dedicarse el tiempo de los médicos a
asuntos que no deberían consumirlo, y los facultativos ven cómo su
paciencia se volatiliza en sus ya sobrecargadas consultas.
Fuente:
http://www.huffingtonpost.es/salvador-casado/los-pupitas_b_8479822.html
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