jueves, 9 de noviembre de 2017

Naomi Klein: “El futuro es radical: en lo ambiental y en lo político”

“La respuesta de Rajoy a Cataluña es incendiaria, un ataque a la democracia”, afirma la periodista y activista en la presentación de su libro 'Decir no no basta' en Barcelona
La periodista, escritora y activista canadiense Naomi Klein, en Barcelona.

La periodista, escritora y activista canadiense Naomi Klein, en Barcelona. EFE
 Como en una apocalíptica versión de Cenicienta, el reloj del colapso medioambiental se acerca a medianoche. Y como “reconocer que el cambio climático va en serio es tanto como reconocer el fin del proyecto neoliberal” es algo que las élites no se pueden permitir, el resto de la sociedad ha de actuar ya. Eso por no añadir la llegada de Trump a la presidencia de EE UU. Decir no no basta es como ha formulado la situación, en formato libro (Paidós; Empúries, en catalán), la periodista y activista Naomi Klein (Montreal, 1970), que ha abandonado sus prestigiosos volúmenes muy analíticos y de profusas notas (No logo; La doctrina del shock…) por un manifiesto urgente que llama a la movilización y a la batalla: desde la jurídica a las de las calles y las fábricas.

Pregunta. Desde 2008 vivimos una brutal deconstrucción de la esfera pública, la pérdida de seguridad laboral y ambiental, paro (especialmente juvenil) altísimo, pero parece haberse truncado la trayectoria contestataria que había en 2011. ¿La gente se ha convencido de que el sistema está tan corrompido que no hay nada que hacer y que el desastre climático es inevitable?

Respuesta. Sin duda, una de las grandes batallas hoy es luchar contra ese sentimiento de que el colapso es irreversible; no ayuda nada ese boom de la ficción distópica, con colapso económico y oligarquías de ricos que tienen seguridad, espías, leyes y países casi propios.Trump es la distopía hecha realidad, por ello en EE UU puede haber cierto sentimiento de complacencia de esas élites y de resignación en el resto; pero mucha gente lucha contra ello.

P. Una idea transversal del libro es que se está dando un secesionismo psicológico de la gente: una parte de la sociedad más pudiente se desentiende de la otra, hasta el extremo de crearse zonas verdes, con gente que puede pagarse hasta seguridad o bomberos privados, y zonas rojas, con gente con cada vez menos protección pública. ¿La sociedad es hoy menos democrática y solidaria?

R. Sí, me temo que es menos democrática, pero es fruto de la desigualdad que la gente ve en su entorno. Los ricos creen que se podrán proteger ellos solos del impacto medioambiental que genera el neocapitalismo salvaje. Hay una guerra contra la democracia porque el sistema cada vez más está construido para servir a las élites y eso choca con la democracia real porque es mucha más la gente que tiene menos protección… Todo esto desanima a la gente para que no vote: fueron 90 millones de estadounidenses los que no lo hicieron en las últimas elecciones.

P. ¿Y esa abstención?

R. Buena parte fueron simpatizantes demócratas, que no vieron en su partido una alternativa real, tenían poco que proponer a los que sufren; fueron los demócratas los que perdieron esas elecciones con sus falsas soluciones.

P. Del libro se deduce también la debilidad del liderazgo de izquierdas: Hillary Clinton no aceptó el salario mínimo de 15 dólares por hora; dice que Obama perdió en 2008 una gran oportunidad con la crisis bancaria… ¿Está pidiendo más radicalidad a los dirigentes de izquierdas?

R. Hillary no es de izquierdas: ella es paradigma del colapso del centro político; Bill fue el adalid de la desregulación financiera y apoyó el NAFTA: los Clinton son el símbolo de la cada vez mayor separación de los demócratas de sus bases… Alexis Tsipras, en Grecia, demostró que sus propuestas eran insuficientes, no era lo que la gente esperaba… Necesitamos soluciones a la altura de la crisis actual, no se puede seguir con la lógica de los años 90; ya hay líderes que empiezan a darse cuenta.

P. Por ejemplo…

R. Jeremy Corbyn: desde el propio Partido Laborista se filtró su manifiesto porque, por radical, creyeron que le destruiría, que sería la nota de suicidio más larga de la Historia, y resulto que casi le hizo ganar… Es un ejemplo más de la desconexión entre partidos y el sentimiento popular: a la gente le encantó porque vieron ahí un sí, además de un no.

P. ¿Mejor proponer esos contenidos para que se incorporen al programa de los partidos o mejor crear de nuevos, tipo Podemos, o la CUP o En Comú en Cataluña?

R. La génesis de Podemos era atractiva porque parecía una estructura política más porosa para que la dirección fuera asumiendo iniciativas provenientes de las bases… El problema es que no hay hoy partidos políticos que estén en sintonía con lo que ocurre y ya no podemos esperar más para cartografiar la situación y tomar medidas; o los partidos se democratizan o la democracia pasará y se dará fuera del proceso político. Insisto: Corbin está democratizando uno de los partidos más antiguos del mundo… Por otro lado, en sistemas sin representación proporcional, con dos o tres partidos predominantes, es difícil que surjan nuevos partidos porque tampoco se trata de dividir más el voto progresista y perpetuar a la derecha: se trata de crear insurgencias internas que hagan que los partidos sigan más a las bases y sean más democráticos.

P. Al menos dos veces en el libro llama a huelgas, manifestaciones y batallas judiciales. ¿No teme una radicalización de la sociedad con esas estrategias?

R. Es cierto que puede haber esa radicalización, y en EE UU aún es más debatible porque es una sociedad muy armada, normalmente más en la derecha, pero destaco la importancia de las manifestaciones porque cuanto más grande y amplia sea la resistencia menos vulnerable será a la fuerza extrema del Estado. Y cuanto más diversas y plurales sean esas manifestaciones, mejor: si sólo los más marginados se manifiestan se ejercerá una fuerza concentrada sobre ellos; si es una muestra muy transversal de la sociedad --con la clase media, los blancos-- habrá menos represión… No se trata de radicalizar a la sociedad, pero tampoco tengo miedo a eso: la gente tiene que sentir el poder de que haya más y más gente a su lado. Pero nunca puede considerarse ni confundirse una manifestación con una estrategia política.

P. Hoy mantiene una charla pública con la alcaldesa de Barcelona, Ada Colau, que está intentado remunicipalizar servicios como el del agua y la luz, los funerarios… pero no lo consigue.

R. Colau es una líder excelente en estos tiempos difíciles, una brújula moral, forma parte de este movimiento de democracia local profunda y que se está convirtiendo en una amenaza real para según que neoliberalismo; esa labor local es lenta, pero vital porque así la gente puede ver cambios tangibles; y ella está haciendo lo que exactamente debemos hacer: recuperar peso democrático en la energía, la vivienda, la educación…

P. “Cualquier crisis tumultuaria puede servir para imponer una situación de shock a la población”, escribe. ¿El proceso secesionista de Cataluña puede leerse en un contexto así?

R. Soy de Quebec y defiendo la autodeterminación; me parece que la actuación del presidente Rajoy es el paradigma de la doctrina del shock: la del gobierno español me parece una respuesta incendiaria, un ataque a la democracia; no es aceptable su respuesta ni la de la Unión Europea; la aplicación del artículo 155 debería retirarse; no se puede contrarrestar un movimiento no violento con la violencia que se dio el 1-O o arrestando a un gobierno, me parecería inimaginable que se hiciera eso en el Quebec… La de Rajoy es una estrategia de shock deliberada, como la de Trump: lo prohíben todo para agravar el ambiente de crisis y así evitar que se fijen en sus recortes sanitarios o en las reformas fiscales; lo de facilitar los cambios de sede de empresas catalanes forma parte de la guerra económica, es una trampa antigua…

P. Pide combatir contra el militarismo y las corporaciones empresariales, pero también contra los “nacionalismos rampantes”. En cambio, elogia las naciones indias que han defendido siempre la naturaleza o defiende la autodeterminación de los pueblos…

R. Estoy contra el nacionalismo chovinista, cuyas fuerzas, además, se suelen sobreponer a las ya creadas por las oligarquías… El auge independentista en todo el mundo no deja de ser una respuesta a la pérdida de control de la gente sobre temas fundamentales de la vida; según cómo se aplique, puede hasta ser una contestación del poder local a la profunda crisis de la democracia actual.

P. ¿Una declaración de guerra contra Corea del Norte por parte de Trump podría ser la excusa perfecta para implementar un estado de shock de emergencia en EE UU?

R. Ahí Trump sabe que puede hacer un gravísimo daño porque concentra el poder de una decisión así él solo: no requiere ni del Congreso ni de su propio gobierno… No creo que lo acabe decidiendo, pero el solo hecho de esa posibilidad ya es inaceptable. Me preocupa que cada vez que sale al extranjero se comporte como un viajante de armas y no como diplomático; fíjese: lo ha hecho en Arabia Saudí, en la OTAN misma, en Japón…

P. Escribe que el “hechizo del neoliberalismo se ha roto”. ¿Está segura de eso?

R. Como proyecto ideológico, como construcción intelectual, ha quedado superado desde 2008: se vendía como una utopía mundial, la famosa aldea global, ¿recuerda? Todos estos ideólogos se han ido hoy ya a los paraísos fiscales. Y en este vacío, el peligro es la creación de fuerzas peligrosas, casi fascistas, en la derecha, mientras, en la parte progresista, las fuerzas no crecen lo suficientemente rápido.

P. De nuevo, la polarización potencial de la sociedad…

R. Sí, existe ese peligro de polarización, por eso llamé a mi último libro Esto lo cambia todo. El futuro es radical, de una forma o de otra: radical en lo físico, en el medio ambiente, y deberá serlo en lo político porque para salir de esta situación la continuidad no es una opción. Se han dado demasiadas crisis de forma simultánea.


 Fuente: https://elpais.com/ccaa/2017/11/08/catalunya/1510165556_897934.html?id_externo_rsoc=TW_CM

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