martes, 9 de agosto de 2016

Dato curioso

Thomas Hoepker


    La intolerancia a la lactosa puede deberse a causas genéticas. Cuando nacemos, ya tenemos programado el momento en que descenderá nuestro nivel de enzima lactasa, que es indispensable para tolerar bien la lactosa.
    Eso se remonta a la época primitiva. Cuando los humanos eran recolectores de alimentos y vivían de la caza, las mujeres solían darles el pecho a sus hijos hasta los tres años y el niño ya no bebía más leche en toda su vida. Pero cuando se produjo el actual período interglaciar, que propició la multiplicación de la especie humana y el incremento de la competencia por los alimentos, los hombres, que muchas veces iban a cazar y volvían sin nada para comer, encontraron una solución al darse cuenta de que si muñían una bestia y bebían su leche, ésta no sólo quitaba el hambre sino que además alimentaba. Así fue como en la revolución más grande de la humanidad, la neolítica, cuando pasamos de nómadas a sedentarios, el hombre empezó a consumir leche también de adulto.
    Pero para que un hombre pudiera consumir leche, su código genético debía poseer una mutación, en concreto en el gen que codifica la enzima lactasa. Como el consumo de leche en la edad adulta suponía una ventaja, esta mutación resultaba muy adaptativa, con lo que este rasgo proliferó en las generaciones siguientes por herencia de sus progenitores.
    En sociedades en las que tradicionalmente se consumió menos leche, aunque se hubiese producido la mutación que permite tolerar la lactosa, al no ser considerada adaptativa no suponía una ventaja a la hora de tener descendencia, así que los individuos con mutación o sin ella tenían la misma probabilidad de tener progenie. Es por esto que entre los semitas, marroquíes y judíos aumenta el porcenetaje de gente que sufre intolerancia a la lactosa genética, que es mayor que en los ingleses o americanos, que han tomado leche de vaca durante mucho más tiempo.



Todo es cuestión de química
Deborah García Bello

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