Arabia Saudí ejecuta a 47 personas condenadas por terrorismo EFE |
“Si te quieres librar de alguien, primero etiquétalo
como ‘terrorista’. A continuación procede a “luchar contra el
terrorismo. El mundo te lo agradecerá”, dice el activista de Emiratos
Árabes Unidos Iyad al-Baghdadi
en uno de sus mensajes de Twitter. “Etiqueta a toda la oposición como
terroristas, y a continuación declara la guerra contra el terror”. “Da
un toque de terrorismo a tu país, y procede a gobernarlo para siempre”.
La lista sigue bajo la etiqueta “Manual del Tirano Árabe”,
donde él y otros usuarios comparten comentarios sobre el comportamiento
de los gobiernos árabes y sus tácticas, con la “guerra contra el
terror” en el centro.
Pocos gobiernos se han
beneficiado tanto, han enarbolado tanto el mantra de la “lucha contra el
terror” como los de Oriente Medio y Norte de África, región contra la
que se acuñó el concepto en 2001, tras los ataques contra el World Trade
Center de Nueva York el 11 de septiembre. La administración Bush lideró
aquella ofensiva internacional que decía querer acabar con el
terrorismo de inspiración yihadista, y el enemigo fue bautizado como el
“eje del mal”, que abarcaba un grupo difuso de países de la región
árabo-islámica, con Irak como objetivo directo. Bajo ese paraguas se
justificaron entonces bombardeos, invasiones, ocupaciones, violaciones
de los derechos derechos humanos y de la legalidad internacional en la
región, y ese mismo paraguas sirve hoy a los gobiernos de esos países
tanto para el avance de sus agendas geoestratégicas como en la represión
de sus poblaciones.
Irán y Arabia Saudí, capitanes de la “guerra contra el terror”
“Gobiernos de todo el mundo, y en especial los de Oriente Medio y Norte
de África, usan la 'guerra contra el terror' para justificar sus
propios fracasos y encubrir sus violaciones de los derechos humanos”,
asegura Raed Jarrar, responsable de relaciones gubernamentales del
American Friends Service Committee en conversación con eldiario.es.
Dice luchar contra el terror la monarquía al Saud que gobierna en
Arabia Saudí, y que el 2 de enero ejecutó a 47 activistas acusados de
terrorismo, entre ellos el jeque Nimr Ali Nimr, conocido por su apoyo de
las manifestaciones pacíficas de 2011. Salían inmediatamente en defensa
de los al Saud Emiratos Árabes Unidos y el resto de países del consejo de Cooperación del Golfo, todos repitiendo al unísono la necesidad de “luchar contra el terrorismo”.
Una lucha contra el terrorismo que no sólo es doméstica, sino que
también ha servido de paraguas para intervenciones militares como la
liderada por Arabia Saudí en Yemen.
También dice luchar contra el terror el gobierno de Irán, que en seis meses de 2015 ejecutó a más de 700 personas
despreciando las mínimas garantías judiciales, como condena Amnistía
Internacional. En la guerra contra el terror enmarcan las autoridades
iraníes su intervención en Siria y su apoyo militar, económico y
estratégico al gobierno de Bachar al Asad, responsable de la represión
de manifestantes pacíficos en 2011, del asesinato de miles de civiles y
del incendio que vive el país. Si el asesinato de Nimr y el resto de
ejecutados en Arabia Saudí responde a esa política sectaria con la que
la monarquía Saud defiende su feudo, las condenas del régimen iraní de
esas ejecuciones responden también a una lectura sectaria, incitando a
la lucha contra el enemigo sunnita y avivando el incendio en la región.
Irán y Arabia Saudí encabezan un enfrentamiento por la hegemonía
regional que avanza mediante el sectarismo religioso que fomentan ambas
potencias. Ambas silencian a sus poblaciones y aniquilan cualquier forma
de disidencia doméstica, a la vez que se posicionan con dictaduras o
levantamientos populares en función de sus intereses. Desde Siria hasta
Bahréin, pasando por Líbano, Egipto, Yemen o Palestina, cada paso que
dan Irán y Arabia Saudí, cada alianza que firman, busca equilibrar la
balanza en su favor. En ese tablero sunnita-chiíta en el que ambas
potencias han convertido la región, la “guerra contra el terror” se ha
convertido en la herramienta más eficaz para avanzar sus agendas.
No hay gobierno en la región que no impregne sus discursos del mantra de lucha contra el extremismo
Irán y Arabia Saudí son las cabezas más visibles de ese conflicto con
el que cada potencia busca defender sus intereses, pero no son las
únicas. La bandera de la “guerra contra el terror” que tanto ha
contribuido a aumentar el umbral de la impunidad la enarbolan
prácticamente todos los gobiernos de Oriente Medio y Norte de África,
hasta el punto en que ha llegado a convertirse en un comodín, una frase
hecha que como un resorte acompaña cualquier acto de represión doméstica
o intervención geoestratégica.
Ya en 2011, activistas sirios se burlaban del uso del término terrorista
en la propaganda oficial del régimen de Bachar al Asad. Entre marzo y
junio de 2011, cuando la manifestaciones eran sólo pacíficas y las
proclamas eran de libertad y justicia, las autoridades sirias ya
acusaban a los manifestantes de terroristas y enmarcaban su represión de
la población en la “lucha contra el terror”. En ese mismo período, a la
vez que detenían y asesinaban a niños como Hamza al Khatib y a líderes
del movimiento de la no violencia como Ghiath Matar,
las autoridades sirias liberaron a decenas de antiguos combatientes
extremistas para infiltrar esas manifestaciones pacíficas y derivarlas
hacia una rebelión armada que legitimase la detención, tortura y
asesinato de activistas y sus medidas “contra el terror”. “El régimen no
sólo abrió las puertas de la cárcel a extremistas, sino que les
facilitó el trabajo de creación de brigadas armadas”, declaraba un antiguo miembro
de los servicios de inteligencia militar sirios. Hoy, mientras la
población de Mazaya muere de hambre bajo el asedio de Hezbollah y las
autoridades sirias, y mientras pacifistas como Bassel Khartabil
continúan desaparecidos, Asad se postula como azote de Daesh – el
llamado Estado Islámico o ISIS – en la coalición internacional “contra
el terror”.
En Iraq, primero al Qaeda y luego el
surgimiento de ISIS han servido también de marco al gobierno para
posicionarse como garante de la defensa de la seguridad del país y de la
región. Bajo la sombra de EEUU, que no ha dejado de condicionar la
conformación del gobierno y sus decisiones sobre el terreno, el primer
ministro hasta 2014 Nuri al Maliki recrudeció sus políticas contra la
disidencia. “Se acumulan las denuncias contra las fuerzas iraquíes y las
milicias financiadas por el gobierno por crímenes contra la humanidad”,
dice Raed Jarrar. “Tortura, limpieza étnica y ataques deliberados
contra la población civil, todo en nombre de la lucha contra el terror”.
Aliado por un lado de EEUU y, en un enrevesado equilibrio, también de
Irán, el gobierno de al Maliki centró su represión en la población de
confesión sunní, alimentando una guerra civil que reforzó a al Qaeda y
contribuyó al crecimiento de Daesh. “Hubo esperanzas de que esto
cambiara con la salida de al Maliki, pero el patrón de abusos se ha
mantenido con el primer ministro Haidar al Abadi, e Iraq es hoy uno de
los países más corruptos y disfuncionales del mundo”, añade Jarrar.
No deja de luchar contra el terror, tampoco, el Gobierno de Al Sisi,
que en 2013 llegó al poder tras un golpe de estado que derrocó al
Gobierno de Morsi, ganador de las elecciones un año antes. Tras el
golpe, declaró terrorista a la organización de los Hermanos Musulmanes, y
desde entonces llama a otros países
a apoyar a su gobierno en la “lucha contra el extremismo”. Tanto las
condenas a muerte masivas en febrero de 2015 como la represión de los
residentes sirios y palestinos, o la detención de activistas como Alaa Abdel Fattah,
se enmarcan también, a través de declaraciones oficiales y medios
afines, en la defensa de la seguridad nacional e internacional frente a
los terroristas.
La retórica de la guerra contra el terror se recrudeció tras las revueltas árabes
La retórica de la guerra contra el terror, heredada de la
administración Bush por los gobiernos de la región, no ha dejado de
consolidarse en la última década, pero se recrudeció tras las revueltas
árabes, cuando la ciudadanía de la región tomó las calles para expresar
su hartazgo con dictaduras de décadas y reclamar cambios. Esas
primaveras marcaron un antes y un después para los gobiernos represivos,
que ante el temor a nuevos estallidos reprimen cada vez con más dureza a
sus poblaciones y encuentran en el miedo al terrorismo de inspiración
yihadista el marco perfecto para sofocar cualquier forma de disidencia.
El Gobierno de los Jalifa en Bahrein, Gadafi en Libia, Ben Ali en
Túnez, ya apelaban a la necesidad de luchar contra el extremismo
mientras los rodeaban manifestantes desarmados. También el gobierno de
Erdogan se ha servido de esa retórica tanto en sus medidas frente a las
protestas de la población como en el marco de su lucha geoestratégica y
sus intentos de sofocar una victoria kurda. No hay gobierno en la región
que no impregne sus discursos de ese misma consigna de defensa de la
seguridad nacional y protección frente al terror y el extremismo,
mientras avivan ese mismo terror con sus violaciones de los derechos
humanos.
También Israel, que avanza en su
colonización de lo que queda de la Palestina histórica, apela a esa
retórica en su represión de las protestas contra la ocupación. “La
batalla contra el terrorismo será larga, y requiere paciencia, valor y
persistencia,” declaraba Netanyahu
en noviembre de 2015, en plena escalada de violencia que los medios
bautizaron como “Intifada de los Cuchillos”, y a la que Israel se
refiere como “Ola de Terror”.
Ante la expansión de
Daesh, las potencias regionales se han recrudecido en esa retórica, a la
vez que lo han hecho también Rusia y EEUU. Todos dicen luchar contra el
terror, incluso Donald Trump, que llegó a plantear como medida el no
dejar entrar a musulmanes en EEUU.
Pero a Daesh, que
se nutre del terror de estos gobiernos, no se le vencerá con más
violencia, más vigilancia masiva, más abusos, más bombardeos contra la
población civil. La espiral de impunidad no servirá para poner freno al
avance del terrorismo de este grupo, de los que lo preceden ni de los
que lo sucederán. El debilitamiento del terror en la región, y en el
resto del mundo, dependerá de la capacidad de deconstruir las narrativas
del terror – las de grupos como Daesh y las de los gobiernos – y de
generar respuestas que atajen las causas de la violencia. No de avivar
el fuego con más fuego.
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