eldiario.es habla en Gaza con algunos de los afectados: “Los israelíes me quemaron las plantas con el fumigado”, denuncia Nael, de cuyo trabajo en el campo dependen los siete miembros de su familia.
Jaled Abu Mandil en sus campos destruidos. Gaza / Foto: Isabel Pérez |
A finales
del mes de diciembre de 2015, un avión agrícola israelí surgió por
encima de la Línea Verde, la frontera de facto que separa la Franja de
Gaza de Israel. El avión comenzó a expulsar el químico con el que
pretendía deshacerse de las malas hierbas en la zona patrullada por
soldados israelíes y vigilada por torretas militares mecanizadas con
robots y ametralladoras. Tras cumplir con su misión, dio la vuelta y
retornó a Israel.
En cuestión de días, los
campesinos y agricultores gazatíes vieron cómo sus cultivos se secaban,
morían, dejando una estampa amarilla donde el verde debería ser el color
prevaleciente en esta época del año.
El fin justifica los medios
Jaled Abu Mandil vive desde
hace más de 20 años junto a su tierra, en el este del campo de
refugiados de al-Maghazi, centro de la Franja de Gaza. Su casa ha sido
destruída en cada guerra y siempre ha vuelto a levantarla, aunque ahora
sea más bien una choza construida con varios ladrillos, placas metálicas
y ramas secas de palmeras.
En estos días, además, está
viendo cómo se echa a perder la mayor parte de su cosecha, la única
fuente de ingresos para él y su familia.
“Sucedió hace un par de
semanas. Apareció una avioneta israelí y comenzó a echar herbicida,
-relata Jaled.- Siempre rocían parte de nuestros campos, pero nunca
habían llegado a rociar tanto. Solían llegar hasta los 100 metros dentro
de la alambrada de la Línea Verde en Gaza, pero esta vez el veneno ha
llegado hasta los 500 metros”.
El hijo de Jaled nos muestra sus cultivos. Al fondo, su casa-choza / Foto: Isabel Pérez |
La cebada que había plantado
Jaled murió al tercer día de ser bañada con el destructible químico
israelí. El trigo no aguantó mucho más. En plena temporada de recogida,
los guisantes de este campesino sucumbieron también al veneno. Todo está
amarillo tal y como muestra a eldiario.es uno de sus hijos pequeños.
“Si los israelíes nos
dijeran al menos que van a echar esos productos pues nosotros no
plantaríamos”, afirma Jaled con sentimiento de hartazgo. “Plantar todo
esto cuesta dinero. Solamente preparar la tierra y sembrarla son 5.000
NIS [1.000€]. Ahora he perdido al menos 2.000 dinares jordanos [más de
2.500€]. ¿Por qué nos hacen esto?”.
El pasado 23 de diciembre,
el ministerio de Agricultura en Gaza anunció que miles de dónums habían
quedado afectados por un químico herbicida expulsado desde el aire por
israelíes en las zonas centro y sur de la Franja de Gaza.
Cultivos destruidos por herbicida israelí. Al fondo, torretas militares / Foto: Isabel Pérez |
“La fumigación aérea con
herbicidas e inhibidores de germinación se realizó en la zona a lo largo
de la valla fronteriza la semana pasada con el fin de permitir las
operaciones óptimas y continuas de seguridad”, informó un portavoz del
Ejército israelí al portal de noticias +972.
De este modo el fin último,
aclarar la zona de hierbas para mejor visualización de los militares
israelíes, justificó los medios por los cuales los campesinos de las
zonas afectadas se han quedado sin cultivos, muchos de ellos arruinados,
y el resto de la población de la bloqueada Franja de Gaza, el 80% de la
cual depende de la ayuda alimentaria, sin una parte importante de
verduras y hortalizas.
A esta acción se le unen las
repetitivas “nivelaciones” del terreno, es decir, incursiones
terrestres limitadas en las zonas de la Línea Verde con las que
excavadoras blindadas allanan el terreno palestino y destruyen todo lo
que está a su paso.
Misión de “seguridad” y castigo colectivo
Las tierras de Jaled estaban
a 100 metros de la Línea Verde, sin embargo, hay muchos casos en los
que los cultivos se encontraban a más de 300 metros, salvaguardando la
distancia de las autodenominadas por Israel ‘Áreas de Acceso
Restringido’ (ARA, en sus siglas en Israel), un eufemismo que las
organizaciones de derechos humanos palestinas critican sin cesar ya que
los límites de seguridad los establece unilateralmente Israel y sus
fundamentos son de carácter arbitrario e impredecible.
Así, los campos de Nael
Hiyyi en la zona de Johr-Eddik a 400 metros de la alambrada israelí no
deberían haber sufrido el baño de herbicidas puesto que está a una
distancia más que prudencial de la línea divisoria.
“Los israelíes me quemaron
las plantas con el fumigado”, expone Nael. “Se me echó a perder más del
80% del calabacín plantado, la mitad de las judías, las espinacas y la
col”. Nael tiene 37 años y de sus trabajo en el campo dependen los siete
miembros de su familia.
Campos en Gaza destruidos por herbicidas israelíes / Foto: Isabel Pérez |
“Estoy endeudado y ahora con
la pérdida de esta temporada no sé qué voy a hacer. Yo solo deseo que
haya paz y que se ponga fin a los problemas, a los bombardeos y
destrucción de nuestras tierras para que mi esfuerzo y mis inversiones
vean sus frutos”, lamenta Nael.
Abu Adnan es el mokhtar (el
notable) de una de las zonas afectadas. Se queja de que ellos son los
que absorben la rabia del Ejército israelí frente a operaciones de las
milicias palestinas y asegura que cualquier daño producido por las
autoridades israelíes contra la población civil palestina es un castigo
colectivo.
“A mí el herbicida israelí
me ha dejado sin cultivos. No se salvó nada. A pesar de todo, doy
gracias a Dios”, dice el anciano. “En la guerra de 2014, los israelíes
vertieron toda su rabia aquí. Había un túnel de la resistencia palestina
debajo. Después de destruir nuestros árboles frutales, nadie vino aquí,
ni Hamas ni Fatah, ni siquiera el alcalde. Pero aquí seguiré. De aquí
sólo me marcharé para ser enterrado en el cementerio”.
Otra de las consecuencias
que provocó el avión agrícola israelí cargado de herbicida fue el corte
de una de las líneas de electricidad con la que Israel está obligada a
proporcionar suministro eléctrico a la Franja de Gaza, según los
acuerdos internacionales. “Yo lo vi. Vi cómo la avioneta se ponía de
lado”, relata otro de los campesinos, Msalam Abu Mandil. “Rompió el
cable de electricidad y lo hizo a propósito”.
Msalam asegura que en sus
campos sólo se puede plantar trigo o cebada, ahora secos debido al
herbicida israelí, ya que en 2014 las tropas israelíes destruyeron los
pozos de agua y no tiene con qué costearse una nueva infraestructura de
regadío.
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