El Comité Internacional de la Cruz Roja (CICR) estableció en
1949, en Shatila (Líbano), un campo de refugiados para dar cabida a la
afluencia de refugiados palestinos que llegaron después de 1948
MSF
gestiona un centro de salud en el campo para atender las necesidades
básicas de niños, mujeres embarazadas y pacientes con enfermedades
crónicas
En enero, el centro se amplió con una unidad de
maternidad a causa del aumento de las consultas de mujeres sirias
embarazadas que no pueden hacer frente a los gastos que supone dar a luz
en un hospital libanés
Panorámica del campo de Shatila, en el sur de Beirut. Más de 65 años
después de su creación, las vidas de sus residentes permanecen en
suspenso, en el limbo, sin un estado propio y con escasos derechos
dentro del Líbano. Mientras, nuevas generaciones crecen en un lugar
creado sin la intención de ser un asentamiento permanente. Fotografía:
Diego Ibarra Sánchez
Iman, madre de 4 hijos, sostiene a uno de sus bebés a las puertas de la
unidad de maternidad de MSF en el campo de Shatila. Ha vivido refugiada
en el Líbano durante los últimos tres años, después de haber huido de la
guerra en Siria. Acude a la unidad de maternidad con regularidad para
hacer un seguimiento de su bebé. “No tenemos nada. Mi esposo no tiene
trabajo estable y luchamos cada mes para poder sobrevivir”. Fotografía:
Diego Ibarra Sánchez
Una refugiada siria espera consulta en la maternidad de MSF en Shatila.
La llegada de los refugiados de Siria ha aumentado considerablemente la
población de un campo creado originalmente para refugiados palestinos y
que se caracteriza por calles estrechas y laberínticas. Tras cuatro años
de guerra en el país vecino, Líbano acoge 1,2 millones de refugiados
sirios. Fotografía: Diego Ibarra Sánchez
ACNUR estima que el 70% de los 42.000 niños nacidos de padres sirios en
el Líbano desde que comenzó la guerra de Siria en 2011 no están
registrados y, por tanto, expuestos al riesgo de una vida de la
apátrida. Una mujer siria sostiene entre sus brazos a su hijo en la sala
de espera de la unidad de maternidad de MSF en el campo de Chatila.
Fotografía: Diego Ibarra Sánchez
Una enfermera realiza los primeros chequeos médicos a un bebé
tras el parto. Con frecuencia las familias sirias no tienen ni el dinero
ni los documentos necesarios para poder registrar a los recién nacidos.
Fotografía: Diego Ibarra Sánchez
Una médica de MSF se prepara para atender a una mujer embarazada. Para
la mayoría de los nuevos residentes en el campo de Shatila pagar por los
servicios médicos es un lujo que no pueden permitirse. La atención
gratuita proporcionada por MSF es vital para ellos. Fotografía: Diego
Ibarra Sánchez
Una enfermera examina a un bebé en la maternidad de MSF en Shatila. El
registro de los recién nacidos es muy complicado para los refugiados
sirios en Líbano. En la mayor parte de los casos carecen de documentos
porque huyeron precipitadamente y bien los olvidaron o fueron destruidos
junto con sus casas. Sin el registro de matrimonio de los padres, el
niño no puede ser inscrito. El proceso es complicado, se requieren
varias visitas a la administración libanesa y dinero para pagar las
tasas. Fotografía: Diego Ibarra Sánchez
Cathy Janssens, matrona y supervisora en la unidad de maternidad de MSF
en Shatila, asiste un parto. “Los refugiados sirios tienen muchísimas
dificultades para conseguir tratamiento en los hospitales de Beirut.
Recuerdo cuando un padre me pidió ayuda. Había estado intentando que
atendieran a su esposa embarazada en cinco hospitales diferentes en
Beirut, pero ninguno de ellos les aceptaron. Lo mejor de mi trabajo
ocurre cuando, durante el parto, la madre agarra mi mano y me mira
fijamente mientras le ayudo. Esperas expectante oír el llanto de una
nueva vida que llega al mundo. Una vida difícil, dura e injusta, pero,
al menos, esto es lo mínimo que les podemos dar”. Fotografía: Diego
Ibarra Sánchez
Nasreen, palestina, nació y creció en Shatila. Durante los últimos diez
años ha trabajado como asistente social y, en la actualidad, trabaja con
MSF en el centro de Shatila. Su trabajo consiste en ir de puerta en
puerta intentando identificar si hay una emergencia médica. Fotografía:
Diego Ibarra Sánchez
Un rayo de luz entra a través de una ventana oxidada e ilumina la
silueta de ‘L’, madre siria de seis hijos. L. huyó de la guerra de Siria
hace un año. “Había demasiado sufrimiento, demasiado dolor...”. Decidió
trasladarse al campamento de Shatila con su familia para poder
encontrar un lugar en el que vivir costeando un alquiler asequible. Paga
casi 300 dólares (284 euros). Fuera del campo de refugiados es muy
difícil encontrar un lugar para vivir por menos de 800 dólares (759
euros). Su marido encuentra empleo en trabajos temporales pero no gana
lo suficiente como para alimentar a la familia. L. acude de manera
regular al centro de salud de MSF en Shatila buscando atención médica
para su familia. Fotografía: Diego Ibarra Sánchez
Un oso de peluche yace sobre el techo de una casa humilde del campo de
refugiados de Shatila. Las viviendas invaden callejones tan estrechos
que apenas dejan ver una pequeña porción de cielo a través de los
cables, la ropa tendida y la amalgama de viviendas. Fotografía: Diego
Ibarra Sánchez
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