La tarde anterior el horizonte se había teñido de sangre sobre un Mediterráneo liso y manso. Pero oscuro. Un mal presagio. De que algo iba a ocurrir. Las condiciones eran muy favorables para la navegación. Si uno estuviera en Libia, aguardando a zarpar en una patera para dejar atrás la guerra o la miseria, sería el momento perfecto para lanzarse a lo desconocido. Rumbo a Europa. O al fondo del mar. Y así lo comentamos esa noche en el diminuto camarote que amablemente nos había cedido el comandante de la fragata italiana Grecale, Stefano Frumento. Yo en la litera de arriba, Carlos Spottorno en la de abajo; o quizá él estuviera editando fotos sobre el diminuto escritorio de la estancia, como suele hacer cuando trabaja: hasta bien entrada la madrugada. Era nuestra tercera noche entre marinos italianos destinados al agujero negro del drama migratorio. Nos encontrábamos en algún punto entre África y Europa. La mayor brecha del mundo. La más desesperada. Cerca de 22.000 personas han muerto a las puertas de nuestro continente desde el año 2000. La mayor parte de ellas se hundieron en el pozo sobre el que patrullábamos a bordo de la Grecale, una de las naves militares del dispositivo Mare Nostrum que el ministerio de Defensa italiano había desplegado en aguas internacionales para evitar una nueva tragedia como la de Lampedusa, en la que se ahogaron cerca de 400 inmigrantes.
Nos había costado cerca de un mes de negociaciones llegar hasta allí. Un buen puñado de correos. En español, inglés e italiano, lengua que domina Spottorno. De cartas con membrete oficial de EL PAÍS a embajadas, mandos militares y miembros del gobierno. Finalmente sucedió cuando nos encontrábamos en Sicilia, saliendo del Cara di Mineo, el mayor centro de refugiados y solicitantes de asilo de Europa. Un lugar apocalíptico: 4.000 inmigrantes de más de 40 nacionalidades hacinados en una antigua urbanización para soldados estadounidenses destinados en la isla. A las puertas del centro leímos el correo electrónico de un teniente de la Marina: “Un helicóptero les transportará a bordo de la fragata Grecale. De momento la duración de este embarco no es definible”.
Recuerdo a Spottorno colocándose sus dos cámaras al cuello. Había ensayado el procedimiento al milímetro los últimos días”
Nos lanzamos a la aventura. Transcurrieron tres días de calma en la nave. Y llegó aquella tarde del mal presagio. Pasamos la noche dando vueltas en el catre. Esperando. Nos dormimos con el vaivén apacible de las olas. Y nos despertaron las aspas frenéticas del helicóptero despegando en la popa. Era primera hora de la mañana. Saltamos de la cama y volamos al puesto de mando del buque. Una de las primeras frases del comandante Frumento fueron: “Tenemos un contacto. Muy probablemente migrantes”. El resto sucedió rapidísimo. Recuerdo a Spottorno colocándose sus dos cámaras al cuello. Ambas preparadas para grabar vídeo y tomar fotos. Había ensayado el procedimiento al milímetro los últimos días. Era un reto enorme dar lo mejor de sí en una situación límite. Y en dos formatos. Muy pocos, hasta la fecha, habían tenido un acceso tan directo a un rescate en alta mar. Los 206 marinos italianos funcionaron con la precisión de un cuerpo de élite. Cada miembro de la tripulación sabía dónde colocarse y su función. Aquel 11 de marzo sacaron a 219 inmigrantes de un cascarón de madera carcomida de unos 15 metros de eslora. La mayoría huían de Paquistán y Siria. El comandante nos dio autorización para acercarnos a la embarcación en una de sus lanchas. Recuerdo el centenar de caras mirando por la borda de la patera con una mezcla de terror y alivio. Y a Spottorno disparando y grabando sin descanso.
En la pieza premiada por World Press Photo no hay trampa ni cartón. Fuimos testigos directos de uno de los dramas más terribles de este siglo. Y Carlos Spottorno logró transmitirlo en imágenes con toda su crudeza y siendo fiel a los hechos. Haciendo periodismo del bueno.
Nos había costado cerca de un mes de negociaciones llegar hasta allí. Un buen puñado de correos. En español, inglés e italiano, lengua que domina Spottorno. De cartas con membrete oficial de EL PAÍS a embajadas, mandos militares y miembros del gobierno. Finalmente sucedió cuando nos encontrábamos en Sicilia, saliendo del Cara di Mineo, el mayor centro de refugiados y solicitantes de asilo de Europa. Un lugar apocalíptico: 4.000 inmigrantes de más de 40 nacionalidades hacinados en una antigua urbanización para soldados estadounidenses destinados en la isla. A las puertas del centro leímos el correo electrónico de un teniente de la Marina: “Un helicóptero les transportará a bordo de la fragata Grecale. De momento la duración de este embarco no es definible”.
Recuerdo a Spottorno colocándose sus dos cámaras al cuello. Había ensayado el procedimiento al milímetro los últimos días”
Nos lanzamos a la aventura. Transcurrieron tres días de calma en la nave. Y llegó aquella tarde del mal presagio. Pasamos la noche dando vueltas en el catre. Esperando. Nos dormimos con el vaivén apacible de las olas. Y nos despertaron las aspas frenéticas del helicóptero despegando en la popa. Era primera hora de la mañana. Saltamos de la cama y volamos al puesto de mando del buque. Una de las primeras frases del comandante Frumento fueron: “Tenemos un contacto. Muy probablemente migrantes”. El resto sucedió rapidísimo. Recuerdo a Spottorno colocándose sus dos cámaras al cuello. Ambas preparadas para grabar vídeo y tomar fotos. Había ensayado el procedimiento al milímetro los últimos días. Era un reto enorme dar lo mejor de sí en una situación límite. Y en dos formatos. Muy pocos, hasta la fecha, habían tenido un acceso tan directo a un rescate en alta mar. Los 206 marinos italianos funcionaron con la precisión de un cuerpo de élite. Cada miembro de la tripulación sabía dónde colocarse y su función. Aquel 11 de marzo sacaron a 219 inmigrantes de un cascarón de madera carcomida de unos 15 metros de eslora. La mayoría huían de Paquistán y Siria. El comandante nos dio autorización para acercarnos a la embarcación en una de sus lanchas. Recuerdo el centenar de caras mirando por la borda de la patera con una mezcla de terror y alivio. Y a Spottorno disparando y grabando sin descanso.
En la pieza premiada por World Press Photo no hay trampa ni cartón. Fuimos testigos directos de uno de los dramas más terribles de este siglo. Y Carlos Spottorno logró transmitirlo en imágenes con toda su crudeza y siendo fiel a los hechos. Haciendo periodismo del bueno.
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