Elfriede fue forzada a los 14 años por soldados de EEUU y hay un caso
documentado de una niña de 7. Se sabía de los abusos de los rusos tras
la II Guerra Mundial, pero menos de los de los americanos. Una
investigación les adjudica 190.000 violaciones. Y recoge testimonios
No había agua corriente y mi madre y yo habíamos salido a buscar agua
con cubos. Al llegar al puente, los soldados americanos dijeron que mi
madre debía pasar, pero que yo tenía que esperar allí. Mamá hizo ademán
de volver atrás, pero la empujaron y la obligaron a atravesar el puente.
Ella miraba hacia atrás sin perderme de vista, pero no podía hacer
nada». Así relata Elfriede Seltenheim el momento en que las tropas de
los aliados occidentales, que habían ocupado su pueblo en
Ostbrandenburg, la arrancaron del seno de su familia.
Tenía 14 años en aquel mes de febrero de 1945. Una fotografía
tomada unos días antes, a modo de celebración del final de la II Guerra
Mundial, la muestra con una tímida sonrisa y dos trenzas doradas que
caen sobre sus hombros. Desde allí fue trasladada a un barracón en el
que los soldados estadounidenses la violaron innumerables veces, día y
noche, durante cuatro semanas.
«No recuerdo haber gritado ni una sola vez. Estaba aterrada»,
dice. A sus 84 años, recuerda los hechos mientras limpia sus manos, una y
otra vez, en la cobertura que protege el reposabrazos del sillón en el
que repasa sus recuerdos. Cuando regresó a casa no se habló jamás del
asunto, ni jamás desde entonces se le ha ocurrido reclamar ningún tipo
de reconocimiento o indemnización. «Algo quedó muerto en mí», trata de
explicar ahora. «Perdí la sonrisa para siempre. Después perdí las
lágrimas. Y le voy a decir una cosa: se puede vivir sin sonreír, pero no
se puede vivir sin llorar».
Setenta años después del final de la II Guerra Mundial sigue sin
hablarse en voz alta en Alemania sobre las mujeres y niñas violadas por
las tropas de ocupación. La familia de Elfriede, como muchas otras,
sentía terror a la llegada de las tropas rusas porque entre pueblos y
ciudades viajaban rápidamente las historias sobre violaciones
sistemáticas del ejército rojo. Los soldados americanos, sin embargo,
fueron recibidos como liberadores y la propaganda ha dejado marcada en
el ideario colectivo alemán la imagen del «amigo americano» como un
soldado de ocupación que no cometió crímenes de guerra. La investigación
de la historiadora alemana Miriam Gebhardt, cambia esa versión de la
historia.
“ES SÓLO EL PRINCIPIO”
Gebhardt, que por primera vez pone cifras a las violaciones
masivas, calcula 860.000 en los meses posteriores al fin de la guerra.
Al menos 190.000 de ellas fueron perpetradas por soldados americanos.
«Pero estas cifras son sólo la punta del iceberg. La cifra oscura
seguramente es muy superior al doble porque muchas mujeres y niñas
prefirieron no hablar nunca de ello por vergüenza», explica, al tiempo
que señala que la publicación de su libro, Cuando llegaron los soldados,
es «sólo el principio».
«Durante la primavera de 1945 las tropas americanas tomaron uno a
uno los pueblos y ciudades de Oberbayern. En la mayor parte de ellos no
encontraron resistencia alguna e incluso eran recibidos con banderas
americanas en las calles, de forma que se instalaban en el ayuntamiento y
después los soldados pasaban casa por casa. Efectuaban un primer
registro en busca de combatientes o de armas y, una vez comprobado que
estaban a salvo, comenzaban el pillaje. Se apropiaban de relojes,
bicicletas, radios, gafas de sol, joyas y cualquier objeto que les
gustase como souvenir. Después violaban a mujeres y niñas antes de
marcharse». Así lo recuerda Charlotte W., que entonces tenía 18 años y
que durante toda su vida ha asegurado que fue escondida a tiempo por sus
padres.
«Esas mujeres han fingido que no ocurrió o han guardado silencio
durante décadas por vergüenza. Es un síntoma común en la mayor parte de
víctimas», explica Gebhardt, cuyo objetivo con esta investigación es
propiciar un reconocimiento para estas mujeres y para su sufrimiento,
hasta ahora ignorado por las autoridades alemanas y por su- puesto por
los responsables.
La mayor parte de las violaciones las llevaron a cabo soldados
rusos, un aspecto más documentado en la Alemania occidental. Pero nada
se sabía hasta el momento de las tropelías cometidas por los americanos.
«Yo misma me he sorprendido por la dimensión de estos crímenes», admite
la historiadora. Estas violaciones se prolongaron hasta 1955, cuando la
región por fin recuperó su soberanía. Durante ese periodo de tiempo,
1.600.000 soldados estadounidenses estuvieron en territorio alemán.
Ni la administración alemana, inexistente, ni las tropas de
ocupación llevaron registro de las violaciones. La mayor parte de las
pruebas documentales las ha encontrado, explica, en los informes que
realizó la Iglesia. El arzobispo de Múnich y Frisinga, ante lo que
estaba ocurriendo en silencio, pidió a los sacerdotes llevar un registro
puntual sobre las actividades de los ejércitos extranjeros en la región
y sus efectos sobre las comunidades. A estos registros que se conservan
en Múnich pertenecen, por ejemplo, las anotaciones de Michael
Merxmüller, párroco del pueblo de Ramsau, que el 20 de julio de 1945
escribió: «Ocho niñas y mujeres violadas, algunas de ellas en presencia
de sus padres».
El 25 de ese mismo mes, el padre Andreas Weingand, de un pueblo
al norte de Múnich, escribía: «Lo más triste durante su paso fueron las
violaciones de tres mujeres: una casada, una soltera, y una niña virgen
de 16 años y medio. Todas cometidas por soldados americanos fuertemente
embriagados».
El padre Alois Schiml de Moosburg escribió el 1 de agosto de
1945: «Por orden del gobierno militar, una lista de todos los residentes
y sus edades debe ser clavada en la puerta de cada casa. Como resultado
de este decreto, (…) 17 niñas y mujeres (…) han debido ser llevadas al
hospital, tras haber sido objeto de abusos sexuales repetidos».
La víctima más pequeña registrada en estos documentos fue una
pequeña de siete años que contrajo una grave enfermedad venérea. La
mayor, una mujer de 69 años.
«A menudo las tropas americanas pedían a las autoridades locales
personal femenino, grupos de mujeres de 15 en 15, supuestamente para
atender en las tareas de secretariado o cocina. Era un tipo de trabajo
forzoso que a menudo encubría violaciones indiscriminadas. Los grupos de
mujeres rotaban, eran sustituidas cada 15 días y cuando volvían a casa
guardaban silencio incluso con sentimiento de culpa», describe la
investigadora.
Además proliferaban las escapadas nocturnas en busca de mujeres
indefensas. «Una noche llamaron a la puerta, eran siete soldados
americanos armados. Exigieron que les preparasen comida y después
violaron a mi abuela y a mi madre. Mi primo lo vio todo, pero nunca
habló de ello. Mi madre y mi abuela tampoco», relata Maximiliane, que
creció sin saber que era hija de uno de aquellos desalmados. «Comencé a
sospechar cuando, ya universitaria, quise hacer un viaje de estudios a
EEUU... A mi madre aquello la desestabilizó por completo y después de
varios meses y de mucha tensión, mi primo me contó lo que había detrás
de todo aquello».
Los soldados se vendían información, unos a otros, sobre en qué
casas había mujeres y niños indefensos. «Lo que más me ha chocado todos
estos años, desde que supe lo ocurrido, es que mi madre aceptó,
sencillamente. En su concepción de las cosas, ella pertenecía al bando
de los perdedores de la guerra y de alguna forma debía aceptar eso como
un castigo. Nunca habló de ello», lamenta Maximiliane.
BEBÉS SIN PADRES
Los embarazos fruto de aquellas violaciones son precisamente la
base sobre la que la historiadora Gebhardt hace ahora sus proyecciones.
Partiendo de que el 5% de los «niños de la guerra» nacidos de mujeres no
casadas en Alemania y Berlín Occidental a mediados de la década de 1950
fueron el producto de una violación, da un total de 1.900 niños de
padres estadounidenses. Atendiendo además a la estadística de la que se
desprende que por cada nacimiento cabe suponer 100 violaciones, aparecen
como resultado los 190.000 casos.
En los partes hospitalarios queda constancia de la brutalidad.
«Además de violadas, muchas mujeres eran azotadas con fustas y látigos o
atacadas con armas blandas.
En documentos judiciales constan pruebas también de suicidios de
niñas de 13 años tras ser víctimas de violaciones en grupo, bien
colgándose de una viga de la casa o bien ingiriendo altas dosis de
esencia de vinagre, los dos recursos más utilizados. «Mi sobrina de 13
años fue violada en la habitación de al lado por 14 soldados rusos. A mi
mujer la arrastraron hasta el granero y allí la violaron también. A la
mañana siguiente, antes de dejar la granja, volvieron a hacerlo. Al
abrir el granero encontramos su cuerpo destrozado», relata Otto H., que
arrastró en su conciencia esa noche en una granja de Friedeberg, en
Pomerania, el resto de su vida.
Después de los primeros meses de la guerra, en los que este tipo
de abusos estuvo a la orden del día, proliferaron otro tipo de actos
sexuales donde la frontera del consentimiento se vuelve mucho más
difusa. El hambre y las precariedades de la postguerra llevaron a muchas
alemanas a prostituirse por unas patatas con las que a menudo se
alimentaba una familia. La propaganda estadounidense promovió la idea de
que las mujeres alemanas se sentían atraídas por las tropas americanas,
lo que sirvió como argumento machista para los excesos.
Gebhardt insiste en que el sentido de retirar el velo es la
denuncia de la crueldad con la que los conflictos bélicos afectan a las
mujeres, sin que ni siquiera la historia se ocupe de esclarecer esos
hechos, que se pierden en el olvido y en la psicología más profunda de
las sociedades.
Fuente: http://quiosco.elmundo.orbyt.es/ModoTexto/paginaNoticia.aspx?id=26018513&tipo=1&sec=Cr%f3nica&fecha=08_03_2015&pla=pla_16141_CRONICA
No hay comentarios:
Publicar un comentario