Entre los precursores del deporte futbolístico español, hay que citar, por imperativo histórico, al "Rachapedras foot-ball club", un equipo -entonces le decían "team"- compuesto por unos hombres de pelo en rostro: dos barbudos, ocho bigotudos y dos rasurados, en total, once fenómenos que -como solían decir los cronistas de la época- saltaban al campo "hambrientos de cuero", pues practicaban la técnica del paso de carga: allí donde caía el balón, iban todos los equipiers, menos el portero, que se quedaba a la expectativa por si las moscas.
El equipo triunfaba constantemente por aplastamiento físico de sus adversarios, a los que no les daba tiempo ni de respirar, ya que sus galopadas en tropel no cesaban durante los noventa minutos del "match". Corrían en pelotón compacto, a trote borriquero, y sus pisadas rotundas y ruidosas, levantaban chispas sobre las abundantes piedras del suelo; y de ahí le venía el nombre.
Más que un equipo de mozos deportistas y anglófilo, el "Rachapedras", puesto en acción, semejaba una manada de búfalos corriendo y resoplando sobre un pedregal que, por añadidura, estaba muy lejos de ser llano como la palma de la mano. El árbitro, que era nativo y partidario, cuando echaba al aire la moneda para elegir a cara o cruz el terreno de cada uno de los contendientes, se las amañaba guapamente para sacar cruz o cara, según le convenía, y por ello su equipo iniciaba los encuentros ayudado por la ventaja del plano inclinado que le permitía parapetarse en la parte alta del campo, de muy difícil acceso para sus enemigos y de muy buenas condiciones para invadir el predio contrario, que siempre fue más fácil correr hacia abajo que hacia arriba, según reconoce aquel refrán que dice : "Las cuestas arriba las sube mi mulo, que las cuestas abajo yo me las subo".
Dejando a un lado la técnica del paso de carga, tan eficaz, y prescindiendo de la ventaja tan favorable, del plano inclinado, el "Rachapedras" para triunfar tenía de su parte otro factor decisivo: la "hinchada" local y de parroquias aledañas que no sólo le animaba con sus gritos de guerra y con sus alaridos de entusiasmo, sino que si al caso venía -y venía por desgracia muchas veces- sabía lanzar, con rara y unánime puntería, cantazos (pedradas) de distintos calibres sobre las sufridas espaldas de los rivales de turno, quienes, al recibir la primera andanada de aviso frenaban inmediatamete sus impulsos de ganar y se resignaban a la derrota.
El "Rachapedras" desapareció un día como agrupación balompédica al desaparecer, por muerte súbita, el mecenas que sufragaba los gastos del material deportivo, únicos que el equipo devengaba: camisetas, botas, balones y bombín para inflarlos. No había sueldos, primas ni demás emolumentos actuales. No había desplazamientos, pues el "Rachapedras" jugaba siempre en su campo y con árbitro propio.
El famoso equipo murió invicto y en la palestra donde tanta gloria cosechara antaño, se cosechan viles hortalizas.
Semblanzas, crónicas e artigos
Celso Emilio Ferreiro
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