La historia del arte ofrece una peculiar perspectiva del avance
científico. Los paisajes celestes que retrataron los grandes maestros de
la pintura reflejan lo que los astrónomos de cada época fueron sabiendo
de los cielos, con sus aciertos, sus errores y sus malentendidos.
Visitamos el Museo del Prado con la astrónoma Montserrat Villar para
conocer qué historias nos cuentan los cielos del pasado.
Dos obras de Rubens: Saturno devorando a sus hijos y El nacimiento de la Vía Láctea - Foto Museo del Prado
En el cuadro de "Saturno devorando a sus hijos", de Pedro Pablo Rubens,
hay un sutil juego de claros y oscuros. En primer término vemos al
viejo dios de la mitología griega, quien sostiene en su regazo a un
tierno infante al que asesta un brutal mordisco en el pecho. El cuadro
representa un episodio muchas veces pintado (unas cuantas salas más allá
está la versión de Francisco de Goya, todavía más tenebrosa) en el que
el dios se come a sus hijos para tratar de impedir la profecía y que uno
de ellos le destrone. Pero el ojo distraído del visitante puede
perderse un detalle más sutil del cuadro: representado en el fondo,
detrás de los siniestros nubarrones, Rubens ha pintado tres estrellas
que pretenden representar el planeta Saturno.
"Lo que está haciendo Rubens es representar Saturno tal y como Galileo lo había observado a través del telescopio", nos explica Montserrat Villar,
astrónoma del Centro de Astrobiología (CAB-CSIC) que nos hace de guía
en nuestra visita al Museo del Prado. "Y lo que había visto Galileo era
un cuerpo triple y así la describió en 1610, veintiséis años antes".
Efectivamente, Galileo no había sabido distinguir los anillos de Saturno en sus primeras observaciones con el telescopio y
describió lo que a él le parecía un sistema formado por tres cuerpos
brillantes. No sería hasta unas décadas después, cuando el astrónomo
holandés Christiaan Huygens,
dotado con un telescopio más potente, se daría cuenta de que Saturno
poseía un sistema de anillos y que se veían desde distintas perspectivas
a medida que el planeta cambiaba de posición en el cielo. "Este cuadro
lo pintó Rubens alrededor de 1636, veintiséis años después de la primera
observación del planeta con telescopio", apunta Villar, "y lo
fascinante es que estamos viendo cómo el cuadro refleja un conocimiento científico de la época".
Detalle del cuadro "Saturno devorando a sus hijos" de Rubens
Es una tranquila mañana de junio y estamos en el Museo del Prado para
contemplarlo desde los ojos de un astrónomo. Montserrat Villar ha
dedicado los últimos años a rastrear numerosas obras pictóricas en busca
de información sobre los cielos y la influencia que tuvo el conocimiento científico de cada época en las obras.
Justo al lado del cuadro de Saturno, y como si fuera la continuación de
la historia, tenemos otro cuadro de Rubens, esta vez representando "El nacimiento de la Vía Láctea", en el que aparece representada la diosa Juno en un carro dorado arrastrado por dos pavos reales. En la parte de atrás asoma Júpiter, el hijo que Saturno no consiguió devorar y que al final consiguió destronarlo, con aspecto de estar muy enfadado.
"Está detrás del carro, contemplando la escena de Juno está dando de
mamar a un niño, que es Hércules", explica Villar. El niño es el hijo que ha tenido el dios con una mortal
y para darle carácter divino trama un engaño: lo pone a escondidas
junto a Juno para que le amamante con su leche. Pero la diosa despierta
de repente y al retirar el pecho sale un chorro de leche que al
esparcirse forma, según el mito, la Vía Láctea."Pero lo curioso de este
cuadro", recalca la astrónoma, "es que la Vía Láctea está resuelta en muchas estrellas individuales.
Y ese fue otro de los hallazgos de Galileo. Muchas civilizaciones
habían visto la Vía Láctea en la bóveda celeste, pero todos veían una
banda difusa. Solo cuando Galileo apuntó con su telescopio se dio cuenta
de que estaba compuesto de infinidad de estrellas. Y aquí Rubens lo está resolviendo en puntos individuales".
Seguimos nuestro particular recorrido astronómico por el Prado y observamos un cuadro de Juan de Flandes, 'Crucifixión' (1465-1519), en el que el pintor ha representado el Sol y la Luna e intenta reflejar a su modo, ese oscurecimiento de los cielos del que hablan los evangelios.
Más adelante contemplamos varias "Inmaculadas", en especial las de
Murillo, que aparecen sistemáticamente representadas sobre una esfera
blanca, que representa la Luna. Durante siglos, la blancura de nuestro satélite se asoció con la Virgen como un símbolo de pureza, pero eso también lo cambiaron las observaciones de Galileo. "Cigoli,
un pintor italiano que era amigo de Galileo, representó también una
virgen Inmaculada en una de las capillas de la basílica Santa María
Mayor de Roma", relata Villar. "Pero por primera vez la Virgen ya no
está sobre una superficie pulida y perfecta, sino que la vemos sobre una Luna con cráteres". Lo curioso es que la representa tal y como Galileo la había visto a través del telescopio,
explica Villar, y esto causó cierta conmoción en los valores estéticos
de la época. "Y con esto Cigoli hizo dos cosas", asegura la experta,
"asumir las ideas de Galileo y asumir que la fe se tenía que ir
adaptando a los avances científicos, que no es poco".
Unos pasos más allá, en la zona dedicada a la obra de Goya, vemos uno de los escasos cuadros en los que el pintor aragonés reflejó un motivo astronómico, en este caso los signos del zodiaco. "La obra se titula "La Agricultura" y vemos a la diosa romana Ceres, rodeada de instrumentos de labranza", apunta Villar. "Si he elegido este cuadro es porque en la parte de arriba vemos tres signos del zodiaco, los que se asocian como más prolíficos para las cosechas entre verano y otoño y también tiene un significado astronómico, por la posición en el cielo a medida que avanza el año, frente al significado anticientífico que se ofrece en otras obras".
'El Fantasma de la Pulga' (William Blake, 1757-1827)
Pero no hace falta quedarnos en el Prado para encontrar estos pequeños testimonios astronómicos dentro de los cuadros. En "El Fantasma de la Pulga", en la Tate Gallery de Londres, William Blake representa detrás del monstruo lo que a todas luces parece un bólido o un meteoro, en "Casa blanca de noche", Vincent van Gogh representa lo que los forenses astronómicos han identificado con el planeta Venus y en "El Meteoro 1860" el pintor americano Frederic Church refleja una lluvia de meteoros que Walt Whitman inmortalizaría en un poema.
Uno de los manuscritos de seda de Mawangdui en el que están representados cometa
Unos pasos más allá, en la zona dedicada a la obra de Goya, vemos uno de los escasos cuadros en los que el pintor aragonés reflejó un motivo astronómico, en este caso los signos del zodiaco. "La obra se titula "La Agricultura" y vemos a la diosa romana Ceres, rodeada de instrumentos de labranza", apunta Villar. "Si he elegido este cuadro es porque en la parte de arriba vemos tres signos del zodiaco, los que se asocian como más prolíficos para las cosechas entre verano y otoño y también tiene un significado astronómico, por la posición en el cielo a medida que avanza el año, frente al significado anticientífico que se ofrece en otras obras".
'El Fantasma de la Pulga' (William Blake, 1757-1827)
Pero no hace falta quedarnos en el Prado para encontrar estos pequeños testimonios astronómicos dentro de los cuadros. En "El Fantasma de la Pulga", en la Tate Gallery de Londres, William Blake representa detrás del monstruo lo que a todas luces parece un bólido o un meteoro, en "Casa blanca de noche", Vincent van Gogh representa lo que los forenses astronómicos han identificado con el planeta Venus y en "El Meteoro 1860" el pintor americano Frederic Church refleja una lluvia de meteoros que Walt Whitman inmortalizaría en un poema.
El Meteoro (1860), Frederic Church |
Quizá uno de los testimonios más antiguos y más impactantes de reflejar
lo que sucedía en los cielos, relata Montserrat Villar, sean los
manuscritos de seda encontrados en una tumba en China en 1972 en una
colina llamada Mawangdui y que tienen unos 2000 años de antigüedad. "Entre los muchos objetos encontrados se descubrió un pergamino donde aparecen unos 20 o 30 cometas representados cada uno con su aspecto, unos con una cola, otros con varias”, explica
la investigadora. “En aquella época estos fenómenos les aterraban,
pensaban que eran mensajeros de guerra, de epidemias... y trataban de
saber, según el aspecto del cometa, qué desgracia iban a traer". Aquel
pergamino era, por tanto, una especie de atlas de cometas para intentar
racionalizar sus miedos y predecir qué sucedería. "Y esta es la parte
más interesante de mirar los cielos representados a lo largo de los
siglos", concluye Villar, "porque ves cómo ha ido cambiando la mentalidad con el avance científico
y cómo pasamos de representar cometas, eclipses y otros fenómenos que
éramos incapaces de entender y que asociábamos con mensajeros de la
muerte, a entender los conceptos de la ciencia y cambiar nuestra percepción. ¿No es bonito?".
Uno de los manuscritos de seda de Mawangdui en el que están representados cometa
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