En la tradición oriental de los cuentos de fantasía anda ahora Salman Rushdie
 (Bombay, 1947). El autor angloindio vivió los noventa yendo de un 
escondite a otro entre guardaespaldas por la sentencia de muerte que 
emitió en su contra el ayatolá Jomeini por su libro Los versos satánicos.
 En los 2000 esa presión decayó hasta dejarle llevar una vida 
normalizada. Esas dos décadas las relata en su último libro, la 
autobiografía Joseph Anton(Penguin Random House). El pasado 
sábado, en el Hay Festival de la ciudad mexicana de Xalapa, Rushdie 
reflexionó sobre la fuerza de la novela como género, repasó a los 
clásicos latinoamericanos del siglo XX, reconoció la influencia de las 
letras contemporáneas de este continente y dejó caer que la obra en la 
que trabaja tiene que ver con un regreso a la tradición de relatos 
orientales.
Eso en el mundo de la ficción. Del mundo 
real lo que le preocupa es la irrupción del Estado Islámico. Sentado en 
una salita del área de reuniones de negocios de su hotel, Rushdie 
disecciona en 15 minutos —con prórroga de dos— el significado dentro del
 islam de esta organización que ha hecho del asesinato atroz de rehenes 
occidentales su sello militar.
Pregunta. ¿Qué pensó cuando supo que el sospechoso del asesinato del periodista James Foley en Siria era un rapero de Londres?
Respuesta. Fue un 
espanto, pero no me sorprendió. Este fenómeno de grupúsculos de la 
comunidad islámica británica radicalizándose viene de hace tiempo. Ahora
 simplemente ha alcanzado otro nivel. El nivel de lo atroz.
P. ¿Por qué tantos jóvenes occidentales se van a hacer la yihad?
R. Esta no es una 
respuesta de una sola frase. Existe una rabia enorme. En parte porque 
estamos viviendo tiempos de dificultades sociales y económicas, y hay 
mucha gente sin trabajo ni perspectivas de tenerlo. Eso se combina con 
lo que oyen en las mezquitas, que les permite echarle a otros toda la 
culpa de lo que sucede. Estas dos cosas unidas pueden llevar a algunos a
 los extremos. Es una lástima, porque para la mayoría de la gente de los
 distintos grupos étnicos las cosas han ido mejorando desde los ochenta.
 Pero al mismo tiempo ha habido una radicalización progresiva
 de algunos grupos. Creo que uno de los problemas ha sido la llegada sin
 filtro de clérigos radicales a Inglaterra, financiados por Arabia Saudí
 e Irán, que vienen a hablarle a los chicos en un lenguaje realmente 
belicoso.
P. ¿Por qué las decapitaciones?
R. Para mí es un acto que
 muestra un alejamiento absoluto de cualquier cosa que pueda ser llamada
 civilización. Obviamente, lo hacen para buscar un efecto shock y para tener titulares. Esta gente está demostrando un manejo sobresaliente de los medios. Usan las redes sociales como herramienta
 de reclutamiento, y usan estas imágenes porque saben que es la manera 
de obtener una atención global para crear un miedo brutal. Y les 
funciona. A menudo, en combates con el ejército iraquí, los soldados 
iraquíes estaban tan espantados que han salido por piernas.
P. ¿Qué es el Estado Islámico en la evolución del fundamentalismo?
R. Lo nuevo es el poder organizativo. Al Qaeda,
 en su mayor auge, era un número de gente relativamente pequeño, no 
podían andar a la vista, vivían en pisos francos o en cuevas. Ahora 
tienes un ejército muy organizado y bien armado, con grandes recursos 
financieros, en parte del mercado negro del petróleo y en parte porque 
debe de estar llegándoles dinero de algún lado. Podemos especular con un
 país u otro pero en realidad no sabemos de dónde viene. Lo que sí 
sabemos es que tienen mucho dinero y están altamente organizados. Eso es
 lo nuevo: que el fanatismo ya es un ejército.
P. ¿Hay alternativa contra ellos que no sea militar?
R. No. Es decir, no 
puedes combatirlo solo con músculo. Es necesario un gobierno multiétnico
 en Irak que se gane la confianza de las distintas comunidades. Y algo 
muy interesante ahora es que hay países suníes que se están sumando a la
 batalla contra el Estado Islámico. Si se logra mostrar que ellos no son
 los representantes de los suníes en la región, esto podría ser el 
embrión de una solución no militar. Pero tienes que controlarlos 
militarmente porque eso es lo que son, un ejército. Un ejército de 
invasión.
P. ¿En los países islámicos asoma alguna vía alterna al integrismo o a las dictaduras seculares?
R. No entiendo qué es una dictadura secular. ¿Te refieres a Mubarak,
 o El Asad? Bueno, pueden serlo. Pero el hecho lamentable es que estos 
países no han tenido la oportunidad real de intentar desarrollar las 
instituciones de la sociedad civil. Y eso es lo que pedía la gente al 
inicio de la llamada Primavera Árabe. Querían que se terminasen los 
Mubarak y los Asad, no que se instaurasen estados islámicos.
P. ¿El resultado fue contraproducente?
R. Lo que sucede es que 
estos movimientos fueron secuestrados. No es tan diferente a lo que pasó
 con la revolución iraní, que fue un movimiento masivo genuino contra el
 sha, un movimiento que incluía a todos los sectores, desde el Partido 
Comunista al movimiento feminista pasando por los sindicatos, los 
socialistas o los religiosos. Y lo que sucedió es que Jomeini engulló la
 revolución. Pero no puedes culpar de ello a la revolución. Del mismo 
modo que creo que estos muchachos le dieron voz a una voluntad muy extendida
 a lo largo y ancho de este mundo, porque todo el mundo quiere lo mismo.
 Quieren paz, quieren libertades, quieren poder salir por ahí con 
chicas, quieren poder salir por ahí con chicos. Quieren poder decir lo 
que piensan sin ir a la cárcel. Son deseos universales. Por desgracia, 
lo que ocurre es que en Egipto no sucedió eso. Pero creo que eso sigue 
siendo, en general, la voluntad subyacente. Ahora bien: ¿cuándo llegará 
esto? No tengo ni la más remota idea.

 
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