Se cumple un mes del ataque en Iguala perpetrado, según las 
investigaciones, por la policía municipal tras la orden de un cártel de 
narcotraficantes
"Hace mucho que no confiamos en ellos. No queremos llegar a grados en que nosotros hagamos justicia", dice el portavoz de los estudiantes desaparecidos
Multitud de protestas han manifestado su rechazo al Gobierno y a la impunidad de la corrupción policial, mientras la "policía comunitaria" se mantiene alerta

Tory es la comandante de la policía comunitaria. Desde que sucedió la masacre resguarda todas las noches las instalaciones de la escuela donde se refugian alumnos y familiares/ Rodrigo Hernández

Manifestación contra la masacre de estudiantes ocurrida el 26 de septiembre. Una pancarta pide la dimisión del presidente/ Rodrigo Hernández

Ciudadanos de Ayotzinapa manifestándose contra la desaparición de 43 estudiantes/ Rodrigo Hernández
"Hace mucho que no confiamos en ellos. No queremos llegar a grados en que nosotros hagamos justicia", dice el portavoz de los estudiantes desaparecidos
Multitud de protestas han manifestado su rechazo al Gobierno y a la impunidad de la corrupción policial, mientras la "policía comunitaria" se mantiene alerta
Tory es la comandante de la policía comunitaria. Desde que sucedió la masacre resguarda todas las noches las instalaciones de la escuela donde se refugian alumnos y familiares/ Rodrigo Hernández
 El dolor se vuelve rabia. Eso nos dicen estudiantes de 
la Escuela Normal Rural "Raul Isidro Burgos" de Ayotzinapa, mientras 
caminamos por pasillos que muestran su historia a través de pinturas y 
murales. Paredes que hablan de décadas en lucha. También de la represión
 que estudiantes han sufrido en estas tierras por parte del Estado 
mexicano, un mes después del cumplimiento de la desaparición forzada de 
43 estudiantes del Estado de Guerrero.
 En la trágica 
noche del 26 de septiembre, un grupo de más de 80 estudiantes rurales 
salió a buscar autobuses. Querían trasladarse, paradójicamente, a la 
marcha conmemorativa que todos los años recuerda la matanza estudiantil 
producida el 2 de octubre de 1968 en el Distrito Federal. Desde hace 
años y ante la falta de fondos incluso para transporte, toman camiones 
de lineas privadas con las que suelen mantener buenas relaciones. Pero 
esta vez el camino, les planteo un destino diferente.
 Fue en la ciudad de Iguala donde, según diversas investigaciones, la 
policía municipal les cerró el paso. Sin previa negociación, sin 
intercambio de palabras, empezaron a tirotearlos. "Fue directamente la 
policía. Empezaron a disparar las llantas y después dispararon directo a
 los compañeros", cuenta David, representante de los estudiantes. El 
saldo trágico: tres estudiantes muertos –a uno de ellos se le encontró 
sin ojos y con la piel de la cara arrancada–, otro en el hospital con 
muerte cerebral, más de 25 heridos y 43 alumnos desaparecidos.
 Aunque todo sucedió en el centro de la ciudad de Iguala y a escasos 
metros de un cuartel del Ejército mexicano, nadie acudió en su ayuda. 
"Durante horas fuimos perseguidos y tiroteados de nuevo. La procuraduría
 no llegó hasta la madrugada" comenta Omar, estudiante que logró escapar
 de la emboscada. "Cuando huíamos nos topamos con unos militares. Lo 
único que nos dijero fue: ya ven, por andar de machitos… ahora se 
aguantan". No sería hasta la madrugada del día siguiente cuando un 
equipo del Instituto de Ciencias Forenses recogiera los cadáveres del 
suelo.
 Según las investigaciones fue la policía 
municipal la que atacó y secuestró a los estudiantes por orden de un 
cártel de narcotraficantes llamado Guerreros Unidos. José Luis Abarca, 
alcalde de la zona, estaba directamente vinculado con este grupo 
delincuencial y fue quien dio la orden del ataque. Dos días después de 
la masacre se fugó junto con el jefe de la policía y aún se desconoce su
 paradero. Aún no se saben las razones reales del ataque.
 Días después de los hechos trágicos, fosas clandestinas comenzaron a 
descubrirse en los alrededores de la ciudad de Iguala. Decenas de 
cuerpos encontrados cerca de casas en las que nadie sabe nada. El miedo 
inunda esta zona y sus vecinos llevan tiempo viendo en silencio 
transitar camionetas con personas que nunca regresan. "Parece que toda 
la sierra es un gran cementerio", comentan en la ciudad.
 De momento no se ha podido identificar ninguno de los cuerpos que se 
han ido encontrando en estos agujeros de la muerte. Ni siquiera la 
procuraduría mexicana confía en sus trabajadores, por lo que todo el 
mundo espera a un equipo independiente de peritos argentinos. Ellos 
deben desvelar si los restos encontrados pertenecen a los estudiantes, o
 si coinciden con alguno de los nombres que forman la innumerable lista 
de desaparecidos que avergüenza al país desde hace más de una década.
 En 2006 el expresidente de México, Felipe Calderón, empezó la llamada 
guerra contra el narcotráfico convirtiendo a su país en un territorio 
donde los habitantes sufren todo tipo de agresiones. Bien sea por parte 
de grupos criminales o bien por parte de los cuerpos de seguridad 
mexicanos que muchas veces son miembros del entramado delincuencial. "La
 violencia sistemática es un cáncer a nivel nacional, y detrás de este 
cárcel está la corrupción" se lamenta Moises, graduado de la escuela. 
Según datos oficiales se han registrado más de 30.000 desaparecidos en 
toda la república y más de 100.000 muertos, cifras estremecedoras en una
 guerra no declarada que parece no tener fin.
 
Guerrero es epicentro de una batalla a la que se le suman otros males. 
Se trata de uno de los Estados más pobres y marginados del país. Su 
población, indígena y campesina en su gran mayoría, es analfabeta en un 
60%. Más del 90% del territorio no tiene drenaje y sólo el 50% de la 
población cuenta con electricidad.
Manifestación contra la masacre de estudiantes ocurrida el 26 de septiembre. Una pancarta pide la dimisión del presidente/ Rodrigo Hernández
 Los jóvenes que estudian en escuelas rurales normales 
como la de Ayotzinapa vienen de este complejo contexto social. Son hijos
 de campesinos, en su gran mayoría de escasos recursos, que ven como 
única oportunidad para salir adelante estudiar en estas escuelas y 
graduarse como futuros maestros. Son ellos los que regresarán a sus 
comunidades para educar a las siguientes generaciones.
 "Son estas escuelas las que el gobierno mexicano quiere desaparecer", 
reflexiona Moises. La disminución de fondos destinados a la educación 
pública ha sido una constante al igual que la criminalización a unos 
estudiantes acusados en los medios oficialistas de vándalos y 
subversivos. "Se quiere borrar de tajo todo lo que se ha ganado en las 
luchas sociales. Estos centros son los últimos reductos de la Revolución
 Mexicana de 1910, es por lo que la gente luchó, por una educación 
gratuita".
 Es aquí de donde salieron luchadores 
sociales como Lucio Cabañas. "A lo mejor es por eso que hemos sufrido 
tanta represión por parte del estado", comenta Omar García, estudiante 
de Ayotzinapa. "Temen que de estas tierras salgan nuevos guerrilleros 
que les arrebaten el poder. Si confirman la muerte de mis compañeros, 
Guerrero estallará".
 Desde que sucedió la masacre, la
 policía comunitaria resguarda todas las noches las instalaciones de la 
escuela donde se refugian alumnos y familiares de los desaparecidos. "La
 policía comunitaria es la policía del pueblo" asegura la comandante 
Tory que oculta su rostro con un pasamontañas. "Los civiles hemos tenido
 que organizarnos porque hoy en día nos enfrentamos a dos cosas: una el 
estado y otra la delincuencia organizada. Por desgracia vivimos en un 
narcoestado".
 Así pareció refrendarlo también Carlos Navarrete, 
presidente del PRD (partido al que pertenecía el fugado alcalde de 
Iguala). "Es duro que lo tenga que reconocer pero lo reconozco", 
respondió a la pregunta de una conocida reportera mexicana que le 
cuestionaba sobre un pacto de impunidad entre los partidos políticos 
sobre el tema del narcotráfico. "Todo el mundo se mueve con total 
cuidado de no afectarse en su perspectiva política y electoral".
 "Hace mucho que no confiamos en ellos. No queremos llegar a grados en 
que nosotros mismos hagamos justicia", se lamenta Manuel, portavoz de 
los familiares desaparecidos. "Seguimos todavía con la esperanza de que 
los jóvenes van a regresar. Pasan los días y nosotros no sabemos todavía
 nada de nuestros hijos. El coraje se siente más, pero estamos 
orgullosos de la reacción de nuestro pueblo".
Ciudadanos de Ayotzinapa manifestándose contra la desaparición de 43 estudiantes/ Rodrigo Hernández
 México salió a la calle. Bajo el lema "Vivos los 
llevaron, vivos los queremos" se realizaron multitudinarias 
manifestaciones a lo largo y ancho del país. Algo que no se veía desde 
hace muchos años y que tiene petrificado al presidente Enrique Peña 
Nieto que apenas ha dado la cara desde que comenzó esta tragedia. Tras 
10 días de silencio, el dirigente afirmó ante los micrófonos de los 
medios que llegaría hasta el fondo en las investigaciones en una 
conferencia de prensa sin preguntas. Su crédito político se agota 
mientras la rabia acumulada se despierta en una sociedad harta de 
injusticia e impunidad.
 "Para el Estado ser 
normalista es un pecado, ser estudiante es un delito y si eres de 
Ayotzinapa mereces la muerte", dice David representante de los alumnos. 
"Pero estamos decididos a no bajar la cara. Estamos decididos a llegar 
hasta las últimas consecuencias. Lo que queremos es que aparezcan 
nuestros compañeros con vida". Estos estudiantes se han convertido en un
 símbolo para un país donde la esperanza decae, el dolor aumenta y se 
teme la rabia.
 
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