La líder del Frente Nacional (FN) francés y candidata de esa formación de extrema derecha a las próximas elecciones al Parlamento Europeo. / Efe |
Los resultados electorales son más que inquietantes, ya sea en la
vecina Francia, Gran Bretaña o en los países escandinavos, bien en
Austria, Italia o Países Bajos, o en las preocupantes situaciones de
Grecia y Hungría. El escenario en general muestra el avance de la
extrema derecha en las elecciones europeas y rubrican los resultados
locales y nacionales; el escenario es difícil. Merece la pena
significar la vergüenza que supone o debería suponer para Europa la
presencia de partidos neonazis como el griego Amanecer Dorado con fuerte
representación en el Parlamento y con un activismo violento hacia
inmigrantes y otras minorías; o el húngaro Jobbik que desfila
uniformado por las calles y las milicias que atacan a gitanos, además
de defender en el Parlamento que todas las personas de origen judío
deben ser fichadas y registradas por “razones de seguridad”. Y estos no
son hechos aislados, sino que obedecen a un patrón de intervención
estratégica donde la alargada sombra del nazismo, alimentada por
intereses poderosos, sale del subsuelo –si es que alguna vez lo estuvo–
influyendo y asustando a los partidos democráticos que, con un
liderazgo débil, corren a modificar sus políticas aceptando sus
postulados y ahondando el problema en esta Europa que vive una crisis
sistémica.
El crecimiento de la intolerancia en el
discurso público, en las políticas hacia la inmigración y las
minorías étnicas y sociales, la expansión del populismo xenófobo en
Europa, así como la emergencia de una criminalidad basada en el rechazo
y la negación de la diversidad, no son sino los síntomas de una
triple crisis en Europa cuyos pivotes tienen: en lo económico, uno de
los mayores desastres financieros de la historia; en lo
político-institucional, el descrédito de sus gestores alimentado por
la corrupción, el despotismo antidemocrático y la construcción
institucional en desafecto con la ciudadanía; en lo social, el
desmantelamiento de los "estados de bienestar" puestos en pie tras la
segunda guerra mundial, eliminando importantes conquistas sociales y
ciudadanas. Sin embargo, no se debe mirar a Europa al margen de lo que
está pasando en el mundo, eso sería un eurocentrismo que nos oculta
que vivimos una realidad con más de medio centenar de guerras por el
poder y los recursos, el atesoramiento de los más ricos en contraste
con el hambre y miseria de millones de los más pobres o el incremento
de la intolerancia criminal que se extiende por todos los continentes.
Además, se observan con nitidez posiciones planetarias contrarias a la
globalización de los derechos humanos y de los valores democráticos
que coinciden con un resurgimiento de integrismos y totalitarismos a
gran escala que amenazan con dar al traste las conquistas democráticas y
sociales de la historia de la humanidad. Estamos ante la
mundialización del odio, realidad que se evidencia por sus frutos:
desde el racismo y neofascismo en Occidente, hasta los fanatismos
religiosos y terrorismos integristas en otras latitudes. Así lo ha
señalado en reiteradas ocasiones la Asamblea General de
Naciones Unidas, especialmente frente al neonazismo en una reciente
resolución del 20 de diciembre de 2012, destacando “la importancia de
cooperar estrechamente con la sociedad civil y los mecanismos
internacionales y regionales de derechos humanos a fin de contrarrestar
eficazmente todas las manifestaciones de racismo, discriminación
racial, xenofobia y formas conexas de intolerancia, así como a los
partidos políticos, movimientos y grupos extremistas, incluidos los
grupos neonazis y de cabezas rapadas y los movimientos similares de
ideología extremista”.
La mundialización, el
desarrollo de las comunicaciones (internet), el mercado económico y
laboral planetario, y otros factores globales han generado un escenario
favorable a la xenofobia, buque insignia de las distintas encarnaciones
de la intolerancia; la dualidad ambivalente de las migraciones, su
necesidad y rechazo a la vez, han vuelto atrás la historia alimentando
la “cosificación” de las personas. El inmigrante simplemente es mano de
obra, un recurso productivo, no es un ser humano con atributos
radicados en la dignidad de las persona. Sencillamente cuando se le
necesita se obtiene, ya sea regular o irregularmente, con control de
flujos migratorios o sin ellos, con integración o marginación, con
apoyo al desarrollo de su país de origen o con su abandono en la
miseria. Y cuando no se necesita pues que se vaya; se le anima a
marcharse, se le expulsa, deporta e incluso se le convierte en criminal,
y que no entren; ahí están las aguas de Lampedusa o el Estrecho como
cementerios, y por si acaso las concertinas en las vallas; y si no es
suficiente, como dijo un líder ultra italiano, sacamos a los buques
para bombardear pateras. La intolerancia xenófoba es el gran
instrumento, peligroso instrumento, que abre puertas y camino de forma
terrible a otros acompañantes de la intolerancia generalizada. Racismo,
xenofobia, antisemitismo, islamofobia, antigitanismo, homofobia,
neofascismo, negrofobia... no son solo patrimonio de todo el continente
europeo, también se globalizan porque la intolerancia amenaza al mundo.
Fuente: http://www.eldiario.es/europeas_2014/Europa-siniestra-xenofobia-intolerancia_0_262824660.html
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