Me pregunto cuánto tardará la Audiencia Nacional en considerar que el 1
de mayo constituye una manifestación subversiva, que pone en peligro la
democracia y el orden constitucional. Imagino que los magistrados que
exculpan a torturadores e imputan a menores y amas de casa en paro,
sueñan con el estado de excepción de otras épocas, cuando era posible
suspender cualquier clase de garantía o derecho. Las políticas de
austeridad de la Troika no son directrices basadas en un criterio
equivocado, sino medidas perfectamente delineadas para incrementar la
tasa de ganancia del capital a costa de la precarización del empleo.
Gracias a la crisis, la clase empresarial está materializando todas sus
reivindicaciones: salarios miserables, jornadas laborales interminables y
extenuantes, despido barato, destrucción de los derechos laborales,
plusvalías abusivas, privatización de los servicios sociales, beneficios
fiscales. El 1 de mayo ya no es una fiesta, sino la evidencia de una
derrota.
La productividad ha crecido un 80’4% entre 1973 y 2011, pero los
salarios solo se han incrementado un 4%, según el estudio publicado en
2012 por Lawrence Mishel y Kar-Fai Gee en la revista International
Productivity Monitor. En Estados Unidos, los salarios son más bajos que
en 1968. El salario mínimo interprofesional se ha fijado en 7.25
dólares. Según nos recuerda Vicenç Navarro, “en 1968 Martin Luther King,
lideró la marcha de Washington, exigiendo un salario mínimo de 2
dólares por hora, lo cual, en dólares de hoy, serían 15.35 dólares”. No
parece casual que los Estados Unidos y Gran Bretaña no celebren el 1 de
mayo, pues ambos países –que se atribuyen un gobierno democrático-
comparten la misma filosofía y consideran que la revuelta del 4 de mayo
de 1886 en Chicago constituye un intolerable acto de sedición. El 1 de
mayo de 1886 200.000 trabajadores se pusieron en huelga para exigir una
jornada de ocho horas, de acuerdo con la llamada Ley Ingersonll
promulgada por el Presidente Andrew Johnson. Dos días antes, The New
York Times escribió: “Las huelgas para obligar al cumplimiento de las
ocho horas pueden paralizar nuestra industria, disminuir el comercio y
frenar la creciente prosperidad de nuestra nación, pero no lo
conseguirán”. En Chicago, donde las condiciones de trabajo eran
particularmente penosas, las movilizaciones se prolongaron los días
siguientes. El 3 de mayo el anarquista August Spies hablaba frente a la
fábrica de maquinaría agrícola McCormick, que mantenía su productividad
gracias a los esquiroles, cuando la policía disparó a quemarropa contra
una concentración de más de 50.000 trabajadores. Murieron seis personas y
hubo centenares de heridos. El periodista Adolph Fischer imprimió
25.000 octavillas convocando una protesta para el día siguiente: “¡Al
terror blanco responderemos con el terror rojo! Es preferible la muerte a
la miseria. […] Tened coraje, esclavos. ¡Levantaos!”.
El alcalde Harrison autorizó la protesta en Haymarket Square, pero la policía reventó la concentración al poco de terminar. Un artefacto de origen desconocido explotó, acabando con la vida de un agente e hiriendo a otros. La policía abrió fuego contra la multitud, matando a un número indeterminado de obreros. Las autoridades declararon el estado de sitio y el toque de queda. Se detuvo a centenares de trabajadores y sindicalistas, que sufrieron terribles torturas en distintas comisarías. Se allanaron domicilios particulares y se falsificaron pruebas, inventando supuestos arsenales. La prensa exigió un castigo ejemplar. Después de una farsa judicial, se envió a prisión con largas condenas a tres falsos culpables y se ahorcó a otros cinco.
Adolph Fischer afirmó
ante el tribunal: “No he cometido crimen alguno, pero si he de ser
ahorcado por mis ideas anarquistas, por mi amor a la libertad, a la
igualdad y a la fraternidad, no tengo inconveniente. Lo digo bien alto:
dispongan de mi vida”. El resto de los condenados se expresó en términos
semejantes. Michael Schwab se encaró con los jueces: “Lo que aquí se ha
procesado es la anarquía y la anarquía es una doctrina opuesta a la
fuerza bruta, al sistema de producción criminal y a la distribución
injusta de la riqueza. Ustedes y solo ustedes son los agitadores y
conspiradores”. August Vincent Theodore Spies no se mostró menos
desafiante: “Honorable juez, mi defensa es su propia acusación, mis
pretendidos crímenes son su historia”. Albert Parsons reivindicó el
anarquismo como alternativa a la opresión capitalista: “El principio
fundamental de la anarquía es la abolición del salario y la sustitución
del actual sistema industrial y autoritario por un sistema de libre
cooperación universal. […] La sociedad actual solo vive por medio de la
represión, y nosotros hemos aconsejado una revolución social de los
trabajadores contra este sistema de fuerza. Si voy a ser ahorcado por
mis ideas anarquistas, está bien: mátenme”. Louis Lingg, un carpintero
de solo 22 años, se suicidó en su celda para evitar la horca, pero antes
declaró: “Puesto que se nos condena por nuestros principios, yo grito
bien fuerte: ¡soy anarquista! Los desprecio, desprecio su orden, sus
leyes, su fuerza, su autoridad”.
Algunos nos recuerdan que el 1 de mayo no es una fecha de celebración,
sino de reivindicación e incluso apuntan que nos hace falta un nuevo 2
de mayo, si bien la consecuencia podría ser que nos enviaran de nuevo a
una versión actualizada de los Cien Mil Hijos de San Luis. Razones no
faltan para una revuelta popular, pues desde que entró en vigor la
reforma laboral se han perdido 1’2 millones puestos de trabajo y la
última encuesta de la EPA revela que el presunto descenso del paro se
debe a la disminución de la población activa, el efecto desánimo y la
emigración. De hecho, el paro ha crecido. Desde el mes de diciembre, se
han destruido 184.600 puestos de trabajo. La cifra de los seis millones
solo ha retrocedió ligeramente (5.933.300) porque 424.500 personas ya no
se encuentran en edad laboral. Por otro lado, ya hay 736.900 hogares
sin ninguna clase de ingresos. Algunos nos preguntamos si el gran
capital financiero no considera que sobran seres humanos, pues algunos
individuos “no valen para nada”, como dijo hace poco Mónica Oriol,
presidenta del Círculo de Empresarios. La idea de que hay individuos
prescindibles, innecesarios, molestos o inservibles, siempre ha servido
de puente entre fascismo y capitalismo. De hecho, las grandes empresas
alemanas se beneficiaron del trabajo esclavo del régimen
nacionalsocialista: Bertelsmann, Pelikan, Siemens, BMW, Astra, AEG,
Junker, Volkswagen, Daimler Benz (precursora de Mercedes Benz), IG
Farben (precursora de Bayer), Krupp. Pelikan fabricaba la tinta
indeleble para tatuar a los prisioneros de los campos de concentración,
Volkswagen reforzó su plantilla con 11.000 prisioneros y en 1943 el 30%
de los empleados de Siemens eran mano de obra esclava. Thomas J. Watson,
presidente de IBM, organizó el censo alemán en 1933, recopilando datos
para identificar a los ciudadanos judíos. La información se empleó para
llevar a cabo la Solución Final. Hilter premió sus servicios
concediéndole la Cruz al Mérito del Águila germana, la segunda en
importancia del Reich y la más alta distinción que podía otorgarse a un
extranjero. Edwin Black, autor de IBM y el Holocausto (2001), demostró
con documentos desclasificados que Thomas Watson autorizó la creación de
una filial holandesa para trabajar conjuntamente con los nazis y poder
utilizar las tarjetas perforadas (también llamadas tarjetas Hollerith)
en la localización, deportación y eliminación de los judíos europeos.
Las tarjetas perforadas son leídas por una máquina de tabulación que les
asigna un código. IBM creó un código para los campos de exterminio y
otro para los asesinatos en masa en las cámaras de gas. Algunas empresas
han pedido perdón y han pagado indemnizaciones a los supervivientes.
Otras, como IBM, se han inhibido de su responsabilidad, sin que ningún
tribunal se encargara de imputarles crímenes contra la humanidad.
En la España de Franco, 400.000 prisioneros políticos trabajaron como esclavos para Dragados y Construcciones, Agromán, Renfe, Entrecanales, Banus Hermanos, los Ybarra, los Astilleros de Cádiz, Huarte, San Román, Duro Felguera y un largo etcétera. Nos lo recuerda Bonifacio Cañibano en “Lo que nuestras respetables empresas esconden” (Público, 30-04-2014): “¿Qué decir, por ejemplo de los Ybarra, los actuales accionistas mayoritarios de ABC, que cedieron a Queipo de Llano el “palacio del conde”, situado muy cerca de Sevilla, para que lo convirtiera en una cárcel de republicanos? ¿Cómo actuar ante esta familia, fascista de toda la vida, que cedió uno de sus barcos, el “Cabo Carvoeiro” y lo ancló en el Guadalquivir para que sirviera de cárcel flotante? Cientos de ciudadanos salieron de los oscuros camarotes de esta nave para ser fusilados en las tapias del cementerio de Sevilla. ¿Deberían de ser juzgados los Ybarra? ¿Cómo tendrían que indemnizar a sus víctimas?”.
El 1 de mayo coincide este año con una nueva oleada represiva lanzada
por la Audiencia Nacional. Se acusa de “enaltecimiento del terrorismo”
–una figura penal que no existe en la mayoría de los países
democráticos- a los internautas que manifiestan su rabia e impotencia, a
veces con cajas destempladas y expresiones moralmente reprobables. Me
pregunto cuánto tiempo se tardará en criminalizar el concepto de
revolución. Si continúan así las cosas, dentro de poco se considerará
delito ser comunista o anarquista. La Historia de la Filosofía ya no es
materia obligatoria en el último año de bachillerato. Imagino que Wert
se frota las manos, pensando que los jóvenes ya no conocerán el
pensamiento de Marx. ¿Por qué esta ofensiva policial y judicial en una
época donde ya no existen grupos armados ni atentados? ETA y los GRAPO
ya no representan ninguna amenaza. Ni siquiera se plantean el regreso a
la lucha armada. Son organizaciones moribundas, que ya no interfieren en
la vida pública. No creo que al gobierno de Mariano Rajoy le preocupen
sus víctimas. Solo le preocupa captar votos entre los sectores más
integristas de nuestra sociedad, los que no se avergüenzan de
reivindicar el franquismo y disfrutan de barra libre en las redes
sociales. Pilar Manjón, presidenta de la Asociación 11-M Afectados del
Terrorismo, ha sido injuriada infinidad de veces en Twitter, Facebook y
otras redes, pero la Audiencia Nacional ha rechazado sus querellas,
mostrando una vergonzosa indiferencia hacia su sufrimiento. No soy
abogado, pero ¿no se podría hablar de dolo o prevaricación? ¿Por qué esa
diferencia de criterio? Está claro que se pretende enviar un mensaje a
la sociedad: “Tú podrías ser el siguiente. Cállate y sé sumiso. Si no
tienes dinero para comer o vivir bajo un techo, no protestes”.
Somos muchos los que ya vivimos con la inquietud de recibir una visita de la Guardia Civil a horas intempestivas. España empieza a parecerse a la Argentina de Videla o al Chile de Pinochet. Franco sigue acumulando triunfos, con la complicidad de un sector de la sociedad y de una clase política que actúa como el consejo de administración de las grandes empresas. En nuestro país, ya es posible tener trabajo y ser pobre. Trabajar doce y catorce horas y no llegar a mil euros. Crecen los suicidios, las enfermedades mentales, el hambre infantil, las familias sin hogar. La patronal pretende suprimir los contratos indefinidos, reducir al mínimo las ayudas a los parados, recortar el derecho de huelga, implantar el despido libre. Ahora descubrimos que la Transición fue una mentira colosal y que se confeccionó una democracia a medida del IBEX-35. Me gustaría que uno de los jueces de la Audiencia Nacional me explicara cuando procede el derecho de resistencia contra la tiranía, de acuerdo con lo establecido por el Preámbulo de la Declaración Universal de Derechos Humanos. ¿Luchar contra el franquismo no constituyó un acto de resistencia? ¿Los maquis eran terroristas? En este clima de represión e indignidad, empiezo a mirar por la ventana, pensando que la Guardia Civil aparecerá en cualquier momento para detenerme, incautar mis libros –son mis únicas armas- y humillarme en presencia de mi familia. Nunca han tenido tanta vigencia los versos de García Lorca, asesinado por los abuelos y los padres de los que hoy nos gobiernan: “…la Guardia Civil / avanza sembrando hogueras / donde joven y desnuda / la imaginación se quema”. Si los jueces de la Audiencia Nacional leyeran poesía, tal vez se mirarían en el espejo y descubrirían que “tienen de plomo las calaveras”.
Fuente: http://rafaelnarbona.es/?p=7526
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