domingo, 28 de junio de 2020

Aunque hayamos pasado del zoológico a la pantalla, no por ello hemos dejado de meter los paraguas a través de las barras de hierro de las jaulas


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Fraga

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   La falacia consiste en suponer que la restrictiva naturaleza del método científico se pueda corresponder con la de la simple observación directa.
   La observación directa, que implica descubrir lo que sucede segundo a segundo, es en realidad una actividad increíblemente sintética (en su acepción de mezcla o combinación de elementos), y deriva de una compleja diversidad de hebras: la suma de los recuerdos del pasado y las percepciones del presente, de tiempos y lugares, de la historia colectiva y la historia particular... Una realidad muy alejada de esa capacidad específica de la ciencia para analizarlo todo. Es la quintaesencia de lo agreste. Nada filosófico. Algo irracional, incontrolable e incalculable. De hecho, está muy cerca de la naturaleza en su estado más salvaje, a pesar de nuestros enormes esfuerzos por "ajardinarlo" todo y por inventar sistema sociales e intelectuales que lo registren todo. La mayor riqueza que podemos extraer de nuestra existencia personal se deriva de esta conciencia sintética, y hoy en día tan eternamente confusa, de la realidad tanto interna como externa. Y lo es en gran medida porque sabemos que escapa y rehúye la capacidad analítica, o destructiva de la ciencia.
   En la actualidad, es la ciencia la materia que dicta y forma la percepción común o pública que tenemos de la realidad externa, y también la actitud que tomamos ante ella. Y esto se debe a sus procedimientos y principios, pero también a sus invenciones. Podemos pensar que es la socieddad la que logra que una actitud concreta se mantenga a lo largo del tiempo, pero lo cierto es que la sociedad en sí misma es una abstracción, una etiqueta como las de Linneo, que les aplicamos a un grupo de individuos observados en un determinado contexto y para un determinado fin. Antes de que esta actitud comunal se generalice, ha de pasar a través del filtro de la conciencia individual, donde se encuentra ese componente irreductible de lo "salvaje"; ese componente que puede concordar con lo aceptado por la ciencia y la socieddad, pero que ni la ciencia ni la sociead podrán escudriñar, predecir ni controlarlo del todo.
   Una de las nociones más antiguas y extendidas de la mitología y el folclore se ha centrado en torno a la imagen del ser que vive en los árboles. En toda sus manifestaciones: como dríada, como un Herne con cabeza de ciervo*, como un prófugo... Suele ser un personaje esquivo que posee el poder de "fusionarse" con los árboles, y estoy seguro de que si este mito nos resulta tan atractivo y su influjo sigue siendo tan profundo y universal, se debe a que cada uno de nosotros lo llevamos dentro y lo rescataos de manera recurrente...

*Herne el Cazador fue uno de los monteros del rey Ricardo II, al que salvó la vida durante una cacería al enfrentarse a un ciervo que iba a atacarle. Quedó malherido, pero se curó gracias a las artes de una bruja que le soldó a la cabeza los cuernos del ciervo muerto. Desde entonces, Herne sale durante la noche a vagar por los boques de Windsor.


El árbol
Un ensayo sobre la naturaleza 
John Fowles

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