domingo, 6 de octubre de 2019

Svetlana Alexiévich: "Se fueron los comunistas y vinieron los especuladores"

Censurada durante décadas en su tierra natal. Svetlana Alexiévich (1948), recibió el Premio Nobel de Literatura en 2015. La academia sueca consideró que su trabajo es “una obra polifónica que es un monumento al valor y al sufrimiento de nuestro tiempo”. Nada más lejos de la realidad. Nacida en Ucrania, hija de un militar de origen bielorruso ha sabido retratar como nadie episodios trascendentales del mundo comunista y ha dedicado su vida a recoger los testimonios de protagonistas de la historia contemporánea. Su obra literaria se agrupa bajo un género propio denominado “novela de voces”, en la que combina la literatura y la crónica periodística para dar voz a la gente común y explicar la historia de la antigua Unión Soviética y de los actuales estados que formaron parte de ella. En España ha publicado con Debate la mayoría de sus libros como ‘La Guerra no tiene rostro de mujer’ donde retrató, a través de entrevistas personales, la participación de las mujeres rusas en la Segunda Guerra Mundial o ‘Últimos Testigos’ dedicada a los niños soviéticos de los Segunda Guerra Mundial. Su novela o ‘Voces de Chernóbil’ ha inspirado una de las series televisivas de la temporada acerca de la catástrofe nuclear que se produjo el 26 de abril de 1986.

Hay un puzle de países que se derrumbó a causa de un comunismo que no supo adaptarse a las circunstancias, ¿la ensoñación soviética dejó algún legado positivo? ¿queda algo de aquel heroísmo soviético?
Yo creo que la gente tiene nostalgia de aquellos tiempos en los que se vivía de ideas sobre algo perfecto, algo ideal. En cambio, ahora, la gente arrastra la tristeza de los viejos sueños, de la vida ideal.

Entonces, ¿es una nostalgia de la que se pueden sacar pensamientos positivos?
Además del recuerdo de los gulags o los campos de concentración, la gente se ha quedado con la nostalgia de un sueño que querían realizar. Por lo tanto, de vez en cuando, recuerdan el sueño. Es primitivo pensar que el país cayó en manos de un salvaje Lenin y su banda. Esa gente no era primitiva, esa gente era idealista. He leído muchos libros, recuerdos y diarios de los revolucionarios y ves que querían hacer algo bueno. Lo que pasa es que fracasaron porque no puedes dar un salto directamente desde el feudalismo al socialismo.

Por lo que usted describe hay todavía un sentimiento de tristeza por el recuerdo de aquella época y de lo que pudo haber sido, ¿prevalece el sentimiento de tristeza o el de orgullo?
El orgullo es algo que se genera hoy en día. Más bien es una tristeza del pasado. La gente añora su pasado y sus sueños.
Svetlana Alexiévich durante un momento de la entrevista / Cadena SER
A veces los sueños y el pasado se añoran porque cuando ocurrieron eras joven y no es realmente una añoranza política…
Creo que es una idea bastante esparcida la nostalgia sobre la juventud. Pero no solamente es eso. Es la tristeza por unos ideales perdidos.

¿Cómo vivió usted personalmente la caída de la Unión Soviética?
Yo soy una intelectual, por lo que viví la caída del imperio soviético trabajando. Yo me dedico al estudio de la conciencia humana. Quería dejar testimonio de qué es lo que querían materializar los soñadores y de cómo luego estas ideas han fracasado. Desde la infancia me traumatizaban las historias sobre lo fácil que la gente mataba y moría a la vez. Yo crecí en una aldea y recuerdo perfectamente todas las historias sobre la muerte, porque en la conciencia popular, la guerra y la muerte se fusionaban. En el socialismo también: todo iba sobre la muerte. En la escuela nos contaban lo maravilloso que era morir por la patria, sin embargo, a nuestro alrededor nos contaban unas historias tremendas.

Hablando de la muerte, ¿por qué se suicidó tanta gente?
La fortaleza de la idea soviética residía en que la gente se entregaba por completo y una vez que la idea fracasó, mucha gente no sabía cómo sobrevivir sin ella.
Svetlana Aleksiévich con su intérprete y Javier del Pino / Cadena SER
En muchas familias hay madres para las que Stalin fue un héroe y, en cambio, para sus hijos un asesino, ¿pesa tanto el pasado?
Me sorprendí yo misma cuando estaba escribiendo el libro 'El fin del Homo sovieticus' (Tiempo de segunda mano: el fin del hombre rojo es la traducción literal del título original). Me sorprendí viajando por Bielorrusia descubriendo lo importante que sigue siendo Stalin para la población. Hoy en día no es Putin, sino el propio pueblo el que inaugura monumentos y museos dedicados a Stalin. Esto no viene desde arriba, esto es una iniciativa del pueblo. Es fácil sacar la momia de Lenin del mausoleo y pensar que se puede acabar con las ideas del comunismo, pero no es nada fácil extirpar esas ideas del cerebro humano. Éramos ingenuos en los años noventa cuando gritábamos “libertad, libertad”. Una persona que abandona un campo de concentración no puede abrazar la libertad cuando la puerta del campo se cierra detrás de él. Solo ahora hemos entendido que la libertad es un largo camino.

En el libro ‘El fin del homus sovieticus’ usted reflexiona sobre la idea de que cuando se marcharon los comunistas, llegaron los especuladores, ¿es una idea extendida en Rusia?
No es una idea mía propia la de que se fueron los comunistas y vinieron los especuladores. Es un sentimiento general. La gente tenía esperanzas y esperaba muchas cosas, pero nadie esperaba el capitalismo. Resultó que la sociedad no está preparada para ese sistema económico. Quizás las próximas generaciones estarán mejor preparadas. Las antiguas generaciones continúan educando a nuestros niños en sus colegios y en sus casas desde el punto de vista de pensamientos caducos. Nosotros pensábamos que la nueva generación iba a renovar el mundo, pero no ha sido así porque esta generación ha sido educada con los manuales y maestros soviéticos. El presidente Putin es un oficial de la KGB, pero es también, y esto es muy importante, un hombre soviético. Él no tiene otro sistema en su cabeza.

En esa nueva generación ¿hay un resurgir de Marx?
Hay mucha gente joven que está pensando tanto en Marx como en Trotski. No diría que estas ideas estén muy extendidas o que sean tendencia, pero sí que sobreviven y están presentes. Yo doy conferencias en colegios mayores y los estudiantes hablan de socialismo con rostro humano, no están hablando sobre el capitalismo con rostro de Alés Adamóvich o el académico Dimitri Lijachov. Ellos tienen otra idea del capitalismo. No sabían cómo era el capitalismo y que podían terminar, precisamente, en un capitalismo de cavernas extremadamente cruel.

¿El socialismo no es de partida una ideología que debe tener siempre un rostro humano?
Por supuesto que debe tener rostro humano, pero si nace del feudalismo, como en Rusia, no es así. Por ejemplo, yo tuve la posibilidad de vivir varios años en Suecia y he visto el capitalismo que han construido. Efectivamente, es una paulatina evolución con rostro humano, pero en Rusia no ha pasado lo mismo. Al final el país se baña en sangre. Una vez visitando un campo de concentración vi un eslogan que decía: “Con mano de hierro obligaremos al ser humano a vivir felizmente”. Eso es en realidad lo que han hecho los comunistas.

Uno de sus personajes precisamente, se pregunta él y le pregunta a usted qué es la felicidad ¿sabe usted lo que es la felicidad?
Nadie lo sabe. Ni usted ni yo. Es como un pájaro de fuego. Yo les preguntaba a mis interlocutores: ¿Ustedes quieren vivir en un país tan importante y potente como Rusia o quieren vivir en un país acomodado como Dinamarca? Ocho de diez querían vivir en la gran patria rusa. Tenemos un potente concepto del totalitarismo.

En sus memorias, el escritor Arthur Koestler dice que la revolución soviética la salvaron las gentes anónimas que cumplían con su deber y eran humanas. En su libro, las historias que salen de personas anónimas reflejan ese mundo: la maestra solidaria, el médico que cumple con su deber, la enfermera o el hombre anónimo que pasa por la calle y ayuda a un fugitivo… ¿Son los que han salvado el comunismo?
Las ideas comunistas han sobrevivido durante un largo periodo de tiempo. No obstante, el sistema no es capaz de cambiar y transformarse desde abajo. Todas las reformas en Rusia se hacen desde arriba. Si recordamos los cambios de Nikita Jrushchov o de Mijaíl Gorbachov siempre son cambios que vienen desde arriba. Sin embargo, la mayoría de las personas se sienten impotentes y todas colaboran con el sistema que tenemos hoy en día. Siempre me sorprendía y me preguntaba por qué ese sufrimiento no se transforma en deseo de libertad y en libertad. No encontré respuesta. Por separado todos los hombres son maravillosos, pero cuando se juntan, esta es nuestra historia.

¿Se parece en algo la Rusia que imaginaron durante la caída del muro de Berlín en la era de Gorbachov a la Rusia actual?
El comunismo ha recibido un golpe muy fuerte. Vuelve a aparecer de un modo o de otro, pero creo que no podrá volver a renacer como antes. Hoy observamos la aparición del nuevo hombre. Por un lado, está contento y quiere tener un nuevo coche, irse de vacaciones a Egipto y tener el visado Schengen, pero por otro, quiere mano dura, como la mano de Stalin.

¿Es compatible esa idea de libertad con la idea de tiranía?
Nuestro ejemplo más amado y deseado es el ejemplo de China. Dicen que Gorbachov es el culpable de destruir el país, mientras que los chinos han conservado el comunismo y tienen capitalismo. Probablemente hay algún sistema nuevo donde por arriba están los comunistas y por debajo los capitalistas. Es una idea que gusta mucho a nuestros dirigentes.

A China le preocupa mucho la imagen que proyecta ante el mundo, ¿a la Rusia de Putin le preocupa algo la imagen que tiene el resto del mundo de su país?
Putin es más oficial de la KGB que político, por lo que piensa que hay mucho enemigo alrededor, que el mundo está lleno de peligros, que nos quieren engañar y que por lo tanto él tiene una misión. La misión de salvar Rusia. Yo, honestamente, temo a estos misioneros.

Dos Guerra Mundiales, la represión estalinista, la guerra en Afganistán… ¿la mujer de la Unión Soviética ha sufrido más que el hombre?
La mujer siempre sufre más en la guerra que el hombre. En cualquier guerra. Yo creo que la mujer sufre siempre mucho. Durante la guerra porque el país vive del trabajo de las mujeres. Después de la guerra, cuando regresan los hombres, la mujer tiene que cuidar del hombre, pero también seguir trabajando para levantar el país.

En 1997 usted publicó ‘Voces de Chernóbil’, una de sus obras maestras en la que se basa además la serie de televisión que tanta gente ha visto. Es un mosaico de testimonios de cientos de víctimas del accidente nuclear que se produjo el 26 de abril de 1986. ¿Chernóbil es un enigma que, de alguna manera, usted ha descifrado?
No es así. Yo estoy en contra de la banalización del mal. No creo que unos sean malos y que por eso haya ocurrido la desgracia. Yo quería ver qué futuro hay después de una catástrofe como esta. Hace poco he visitado Fukushima y ahí he visto cuál va a ser nuestro futuro. Allí ocurre lo mismo que en Chernóbil: el gobierno miente, nadie sabe lo que está pasando, la gente ha sido trasladada a otras regiones, y está perdida, no está permitido acercarse a Fukushima en un radio de diez quilómetros, nadie sabe lo que va a pasar. No hay información.

En ‘Voces de Chernóbil’ usted escribe que hace tiempo que no ve a mujeres embarazadas felices…
Todos mis amigos y todo mi entorno están muriendo de cáncer y hay muchísimos casos de niños que nacen enfermos. El terror de cualquier mujer es tener un hijo enfermo. Nada más dar a luz la mujer exige que le traigan el bebé para ver si tiene todos los dedos, todos los huesos y si es un niño normal. Los bielorrusos piensan de sí mismos que son una especie de caja negra. Y nadie sabe lo que hay en una caja negra de un avión. Los bielorrusos piensan que nadie sabe lo que le está pasando a la gente que vive cerca de la zona de Chernóbil.

¿El resentimiento contra las autoridades no debería haber sido mayor por parte de la población?
Yo creo que sí, pero para eso es necesario tener un pueblo y otra conciencia diferentes. Cuando una persona abandona el campo de concentración sigue teniendo mentalidad de esclavo y sería un error exigirle una idea sobre la libertad. En monumentos al Premio Nobel Aleksandr Solzhenitsyn, con frecuencia, aparecen inscripciones en las que le llaman “gran traidor de Rusia”. La alcaldía de la ciudad en la que él vivía quería ponerle su nombre a una calle y eso motivó una rebelión popular. Esta situación sería impensable en los años noventa, sin embargo, hoy la gente se queja y dice que no les da la gana de cambiar su dirección postal y sus documentos. Para ellos Solzhenitsyn ya no es un héroe. Recuerdo que en los años noventa cuando iba a las ferias del libro era casi imposible acercarse a él. Sin embargo, hace unos años fuimos con su viuda a la feria y la mujer se sentía perdida porque no se le acercaba nadie. Quizás una persona a la hora. La gente se interesa por otras cosas, estamos viviendo una época muy material. No solo las grandes ideas, sino la propia idea de la dignidad humana ha desaparecido.

‘Archipiélago Gulag’, de Aleksandr Solzhenitsyn, o la obra de León Tolstói, por ejemplo, ¿ese modelo de literatura reflexiva tiene lugar en el mundo actual?
Cuando yo buscaba mi camino a la literatura y buscaba mi género, tenía esa sensación de que el tiempo se ha acelerado, va muy rápido y la literatura no alcanza ese tiempo que se escapa. Fue entonces cuando pensé que cada persona tiene su propio texto y se puede hacer la novela de las voces reuniendo todos esos textos. Una novela coral va a reflejar mejor y de manera más profunda el espíritu de nuestro tiempo. Es mi propia filosofía.

Ese modelo de literatura no solamente es el suyo. También están otros autores como Valeria Luiselli, la escritora mexicana que escribió el libro sobre inmigración basado en testimonios de niños que están retenidos en la frontera americana, ¿hasta que punto es literatura y no periodismo?
Depende de cómo esté escrito. La frontera entre el periodismo y la literatura es muy fina, es intangible. Creo que la literatura no puede reducirse a los hechos, sino que debe reunir todas las ideas metafísicas: primero tenemos al hombre desnudo sobre la tierra desnuda. Luego viene todo lo demás: el hombre social. La literatura americana que yo conozco que trata sobre estas voces y estas entrevistas, desde mi punto de vista, no deja de ser periodismo. Yo quería hace una cosa diferente porque la vida en sí es una obra de arte. A Rodin le preguntaban “¿cómo trabaja usted?” Y respondía: cojo una piedra y retiro todo lo que sobra, y a esto me dedico.

En un párrafo de su libro relata que una mujer bielorrusa le cuenta su vida y al acabar se pone a llorar y le pregunta: “¿usted me cree?” Usted responde que sí porque es del mismo país y también se pone a llorar. No es normal que un periodista reconozca que llora…
Pertenecemos a la misma época, la época soviética y, por eso, hay un efecto de complicidad entre nosotras. Ellas me contaban su vida y sabían que yo era capaz de entenderla. A lo mejor no estaba de acuerdo o estaba en contra, pero a pesar de todo, ellas sabían que yo las iba a entender. Sabía qué preguntas hacerles y qué palabras usar. Como decía Dostoievski: “Somos gente con la misma locura”
Cuando escribe, ¿lo hace para esa mujer?

Yo no escribo para esa mujer. Solo intento comprender qué es lo que está pasando y, si eso es interesante para mí, para los vecinos, con el tiempo también será interesante.
Hay un mundo femenino anterior que es un mundo de mujeres enamoradas. El mundo joven es un mundo de mujeres que ya no buscan el amor sino el dinero. ¿Es así?

Yo no puedo decir que el amor sea un valor en sí. Es al revés. Antes la cultura rusa no se planteaba la felicidad, sino que era una cultura de lucha y de barricadas. En el mejor de los casos, el hombre aparecía para conquistar a la mujer y luego se iba a la guerra, a la inmigración o al campo de concentración. El hombre desaparecía del mundo de la mujer. Es entonces cuando aparecía la mujer que cargaba absolutamente con todo. No es hasta hoy cuando la gente empieza a pensar en lo que es un hogar, lo que es el amor o qué es la existencia humana. Es ahora cuando empiezan a plantearse, por fin, estos valores. Una de mis heroínas dice: “Antes vivía como una mariposa en el cemento y ahora no hay cemento”. La gente se ha liberado. Los que han estado luchando en Chechenia, en Ucrania o en Siria lo hacen por dinero. La idea de la guerra también se ha transformado: ¿qué podían defender en Siria o en Afganistán? ¿algunas supersticiones de sus políticos?

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