Una historia de amor: danza, vestuario, celos… y un trágico final.
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Se podría decir
que la colaboración artística entre Lavinia Schulz y Walter Holdt fue
una especie de estrella fugaz del expresionismo alemán. Toda su
producción, que ocurrió entre 1919 y 1924, en Hamburgo, resultaría en
algunos de los vestuarios y coreografías más excéntricos del siglo XX
—además de un asesinato y un suicido.
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Schulz y Holdt ganaron reconocimiento por
sus extravagantes creaciones, que incluían atavíos y máscaras de
apariencia salvaje, primitivista, expresionista, confeccionados y
diseñados por ellos mismos; también fueron los autore de coreografías
indiscutiblemente únicas y avanzadas para su época (como lo fue el ballet de la Bauhaus, que anticipó la ciencia ficción).
Éstas gravitaban entre lo grotesco, lo cómico y lo dramático e incluían
saltos, extraños movimientos de rodillas, arqueos y giros diagonales,
muchas veces en espiral —una estética dancística completamente
revolucionaria y tocada por su contexto, la miseria y violencia del
periodo entre guerras. Su música era compuesta, generalmente, por Hans
Heinz Stuckenschmidt.
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En sus inicios, las creaciones de la pareja respondían a
la estética del expresionismo alemán, pero luego desarrollaron un estilo
propio, ciertamente único. Con respecto a esto, Schulz explicó alguna vez:
“el expresionismo no es la solución, el expresionismo trabaja con
máquinas e industria”, y aseguraba que el arte debía expresar lucha:
ella concebía sus coreografías como metáforas móviles de la violenta
lucha del cuerpo femenino por controlar y dominar el espacio y el vacío.
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Los vestuarios de la pareja de Hamburgo son intrigantes y
extraños (casi tanto como lo fueron ellos): parecieran extraños robots,
personajes que encarnaron la estética de la Bauhaus. Si entendemos al
expresionismo como una reacción al impresionismo, como un movimiento
heterogéneo que priorizaba las emociones, los sentimientos y, en
resumen, la subjetividad, su arte fue tocado medularmente por él, antes
de alejarse radicalmente hacia su propio lenguaje.
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Y es que desde sus inicios, la pareja creó desde esa
radicalidad que siempre mantuvo y que permeó incluso su vida personal.
Así como sus vestuarios y máscaras fueron producidos con materiales
recuperados (cartón, alambre o telas), Schulz y Holdt vivían en un
departamento minúsculo y extremadamente rudimentario: no tenían agua
caliente y dormían sobre paja. Vivían en extrema pobreza y eso era parte
de su ideología. Desde su espacio de habitación y trabajo, se dedicaron
a diseñar y confeccionar sus trajes, máscaras y danzas, al grado de
vestir durante el día medias grises para así poder desarrollar sus
coreografías al tiempo que producían sus disfraces.
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Además de su intensa vida artística, la relación
sentimental de Schulz y Holdt —que se conocieron en el mundo de la danza
y se casaron en 1920— fue dramática y conflictiva. Los celos los
llevarían a un trágico final: en 1924, después de un ataque de celos por
una supuesta infidelidad, Schulz disparó a Holdt hasta matarlo, para
después quitarse la vida frente de su hijo de un año de edad.
Existieron, en su caso, una serie de factores (históricos, emocionales,
mentales, sociales, económicos) que generaron las condiciones para que
esta pareja se sumergiera en un mundo paralelo, concibiendo ideas y
movimientos que dieron como resultado maravillosas obras de arte.
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En 1924, la pareja fue retratada portando sus vestuarios
por la fotógrafa alemana Minya Diez-Dührkoop —un personaje singular en
sí mismo— y, tras la muerte de ambos, las fotografías fueron donadas al
Museo de Hamburgo. Décadas después, en 1989, sus trajes fueron
redescubiertos y puestos en exhibición. Las imágenes de Schulz y Holdt
son parte del dominio público y pueden descargarse en el archivo digital del museo
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