domingo, 20 de octubre de 2019

Disfraces (monstruosos, hermosos) del expresionismo alemán

Una historia de amor: danza, vestuario, celos… y un trágico final.

 

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Se podría decir que la colaboración artística entre Lavinia Schulz y Walter Holdt fue una especie de estrella fugaz del expresionismo alemán. Toda su producción, que ocurrió entre 1919 y 1924, en Hamburgo, resultaría en algunos de los vestuarios y coreografías más excéntricos del siglo XX —además de un asesinato y un suicido.

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Schulz y Holdt ganaron reconocimiento por sus extravagantes creaciones, que incluían atavíos y máscaras de apariencia salvaje, primitivista, expresionista, confeccionados y diseñados por ellos mismos; también fueron los autore de coreografías indiscutiblemente únicas y avanzadas para su época (como lo fue el ballet de la Bauhaus, que anticipó la ciencia ficción). Éstas gravitaban entre lo grotesco, lo cómico y lo dramático e incluían saltos, extraños movimientos de rodillas, arqueos y giros diagonales, muchas veces en espiral —una estética dancística completamente revolucionaria y tocada por su contexto, la miseria y violencia del periodo entre guerras. Su música era compuesta, generalmente, por Hans Heinz Stuckenschmidt.

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En sus inicios, las creaciones de la pareja respondían a la estética del expresionismo alemán, pero luego desarrollaron un estilo propio, ciertamente único. Con respecto a esto, Schulz explicó alguna vez: “el expresionismo no es la solución, el expresionismo trabaja con máquinas e industria”, y aseguraba que el arte debía expresar lucha: ella concebía sus coreografías como metáforas móviles de la violenta lucha del cuerpo femenino por controlar y dominar el espacio y el vacío.

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Los vestuarios de la pareja de Hamburgo son intrigantes y extraños (casi tanto como lo fueron ellos): parecieran extraños robots, personajes que encarnaron la estética de la Bauhaus. Si entendemos al expresionismo como una reacción al impresionismo, como un movimiento heterogéneo que priorizaba las emociones, los sentimientos y, en resumen, la subjetividad, su arte fue tocado medularmente por él, antes de alejarse radicalmente hacia su propio lenguaje.

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Y es que desde sus inicios, la pareja creó desde esa radicalidad que siempre mantuvo y que permeó incluso su vida personal. Así como sus vestuarios y máscaras fueron producidos con materiales recuperados (cartón, alambre o telas), Schulz y Holdt vivían en un departamento minúsculo y extremadamente rudimentario: no tenían agua caliente y dormían sobre paja. Vivían en extrema pobreza y eso era parte de su ideología. Desde su espacio de habitación y trabajo, se dedicaron a diseñar y confeccionar sus trajes, máscaras y danzas, al grado de vestir durante el día medias grises para así poder desarrollar sus coreografías al tiempo que producían sus disfraces.

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Además de su intensa vida artística, la relación sentimental de Schulz y Holdt —que se conocieron en el mundo de la danza y se casaron en 1920— fue dramática y conflictiva. Los celos los llevarían a un trágico final: en 1924, después de un ataque de celos por una supuesta infidelidad, Schulz disparó a Holdt hasta matarlo, para después quitarse la vida frente de su hijo de un año de edad. Existieron, en su caso, una serie de factores (históricos, emocionales, mentales, sociales, económicos) que generaron las condiciones para que esta pareja se sumergiera en un mundo paralelo, concibiendo ideas y movimientos que dieron como resultado maravillosas obras de arte.

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En 1924, la pareja fue retratada portando sus vestuarios por la fotógrafa alemana Minya Diez-Dührkoop —un personaje singular en sí mismo— y, tras la muerte de ambos, las fotografías fueron donadas al Museo de Hamburgo. Décadas después, en 1989, sus trajes fueron redescubiertos y puestos en exhibición. Las imágenes de Schulz y Holdt son parte del dominio público y pueden descargarse en el archivo digital del museo

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