La enfermedad también suele ser la puerta de ese estado de espera en el que la vida se nos presenta como viscosa masa temporal: el torturador aburrimiento. "El vacío del corazón ante el vacío del tiempo", como define el escritor francorumano Emil Cioran el ennui, y que seguramente en la mayoría de los casos cabría diagnosticar como depresión clínica. El aburrimiento llega cuando ya ni siquiera sabemos qué esperamos. Lo único que uno percibe en ese vacío, que muchas veces se inflama hasta convertirse en asco existencial, es "el latido del tiempo en uno mismo".
Pero esta exclusiva irritación ha dado pie a bibliotecas enteras de negras reflexiones de una gran fecundidad literaria: "Nada es igual de lento que las cojas jornadas, cuando bajo pesados copos de años nevosos, el hastío, ese fruto de la falta de afanes, toma las proporciones de la inmortalidad", versificaba Baudelaire en Las flores del mal, ese ciclo de poemas en el que las flores del instante poético se cortan a la vera de los grandes bulevares. Con él llegó por un tiempo la tortuga marcando el paso de los bohemios en la gran ciudad, frente al furor de la aceleración industrial que quería hacerse con los pasajes de París.
Antes incluso de que el ennui hiciese del dandi un ser social, el aburrimiento ya era suelo fértil para las flores del mal. Aquí tenía el diablo su vivero, aquí se refocilaban -especialmente en tiempos de las "amistades peligrosas"-los seductores, y la literatura marcaba el camino.
"Desde la primera novela que la mujer lee en secreto, a sus quince años, aguarda en silencio el amor como pasión", escribe Stendhal en el año 1822 en su ensayo Sobre el amor. Esa ansiosa espera de la gran pasión encuentra luego en Flaubert, treinta años después, a quien seguramente es su protagonista más famosa, el epítome de este anhelo de pasión amorosa alimentada por el aburrimiento y la literatura. "La existencia de Emma era fría y yerma como un granero cuya trampilla mirase hacia el norte, y el aburrimiento tejía en la esquinas de su corazón una red cual fea araña [...] En lo más hondo de su alma, sin embargo, esperaba algún acontecimiento. Como el marinero desesperado en alta mar, buscaba con ojos aterrados una estrella pálida y lejana en el incierto horizonte de su árida vida." No tardó en descubrir que aquella estrella llevaba el nombre de Rodolphe.
Se comprende que en aquel tiempo la rebelión femenina contra la espera impuesta de por vida llevaba forzosamente a la perdición, en especial cuando se agravaba con pagos vencidos. La extremada coquetería de Emma, su pasión por los vestidos bonitos y los artículos de moda, probados remedios contra la depresión, preparan el terreno al castigo que aguardaba a todas las pobres adúlteras del siglo XIX una vez que la pasión se extingue con el roce cotidiano. No dispuesto a demorar más el pago de su deuda,el tratante de telas empuja a su deudora al suicidio. Una salida que también se les impone a las hermanas de Emma, Effi Briest y Anna Karenina. Pensándolo bien, no es sino la segunda mitad del siglo XX la que redime al género femenino de la inevitabilidad de una espera de la que se responsabilizaba a la "naturaleza". Sin embargo, la espera del príncipe azul pervive como fantasía corriente hasta nuestros días, o al menos habita, cual mito colectivo, los sueños de la prensa del corazón.
Andrea Köhler
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