Dos chicos trabajando en el exterior de la mina artesanal de Kimpese, en el sur de República Democrática del Congo (Álvaro Barrantes) |
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Ambos hablan sin miedo pero no están solos. Desde la
distancia observa la escena un vigilante vestido de civil con un
kaláshnikov y, unos metros más abajo, a la entrada del poblado minero de
casas de chapa y tela, los niños que probablemente ese día no han ido a
la mina por la visita de este reportero, cargan pesados sacos de
piedras molida con cobalto, cobre y oro. Pese a que la atmósfera
artesanal y precaria no lo anuncia, nos encontramos en el corazón de la
revolución tecnológica más importante del siglo XXI.
La provincia de Katanga —desde hace tres años dividida en 4
distritos— alberga el 58% de las reservas mundiales de cobalto, un
mineral azulón clave para las baterías de dispositivos eléctricos como
smartphones u ordenadores y también para la conquista tecnológica más
deseada: el coche eléctrico.
Aunque actualmente la flota de este tipo de vehículos es
escasa —apenas 3,1 millones en el mundo en el 2017–, según la Agencia
Internacional de Energía, en el año 2030 se alcanzarán los 125 millones
de vehículos eléctricos. Para la consultora McKinsey, la cifra es corta:
serán 340 millones. Sólo esas expectativas ya han supuesto un terremoto
en suelo congolés.
(Álvaro Barrantes) |
Como las baterías de los coches eléctricos necesitan una
gran cantidad de cobalto —entre once y cuatro kilos por vehículo—, la
demanda se ha disparado. El precio también: si del 2013 al 2016 la
tonelada métrica se situaba en torno a los 25.000 dólares, actualmente
ya alcanza los 86.750 dólares.
La fiebre por el oro azul ha cambiado incluso el perfil de algunas
poblaciones congolesas. En las ciudades de Kolwezi y Likasi, cientos de
vecinos han agujereado literalmente sus jardines y suelos de las cocinas
en busca del cobalto. Para el empresario congolés Papy Shaty,
propietario de minas de cobre y cobalto, la gente actúa por
desesperación. “Son vecinos pobres y prefieren destruir sus casas porque
los minerales del subsuelo tienen más valor. Toda el subsuelo de la
ciudad está lleno de túneles”.
Para la industria, el cobalto no es un mineral más: es
esencial para evitar el sobrecalentamiento de las baterías de litio,
acelerar su carga y alargar su vida útil. Aunque el sector trabaja para
reducir la cantidad de cobalto en sus baterías, actualmente el cobalto
es imprescindible para acabar con la adicción a los combustibles fósiles
de la industria del automóvil y reducir su impacto en el cambio
climático.
(Álvaro Barrantes) |
Sólo es necesario pasearse por los restaurantes más
exclusivos de las ciudades de Lubumbashi, Likasi o Kolwezi para percibir
que la pugna mundial por controlar el mineral más codiciado del futuro
ya ha comenzado. Cuando anochece y el humo envuelve el aire, la terraza
del Skala de Likasi se llena de negocios turbios. Alrededor de las mesas
más discretas, se reúnen cada atardecer hombres de negocios asiáticos,
europeos o americanos con intermediarios congoleses bien conectados o
militares con licencias de minas para el mejor postor. A diferencia de
otras zonas del país en conflicto permanente y presencia de grupos
rebeldes, como los Kivus del este o Kasai, en el centro, la región de
Katanga está relativamente pacificada porque allí se hacen negocios de
alto nivel: la provincia, muy militarizada y donde operan
multinacionales estadounidenses y chinas pero también suizas, rusas o
canadienses, genera el 71% de los beneficios de todo el sector minero de
Congo. Una fortuna descomunal.
EEUU, el Gobierno chino, que actualmente usa el 80% del cobalto en la industria de baterías recargables para pequeños dispositivos electrónicos, ha comprado para su reserva nacional más de 5000 millones de toneladas de cobalto congolés en vistas a la explosión del mercado de vehículos eléctricos. Y bajo mano tampoco deja de comprar. La mayoría del cobalto extraído artesanalmente en Congo —el 15% del que sale de Katanga— lo compran minoristas chinos que después lo revenden a empresas de su país. En estos puntos de venta intermedios, donde los asiáticos adquieren mineral bruto que luego venden a grandes compañías para que lo refinen, nadie pregunta sobre el origen del mineral ni si en la mina trabajan niños o se respetan los derechos humanos.
como Congo, que en diciembre afronta unas elecciones
presidenciales especialmente turbulentas, y donde muchas minas no
cumplen las condiciones mínimas de trabajo digno. Hay motivos. Las
bondades del automóvil recargable, que reducirá los gases contaminantes y
limpiará los cielos del primer mundo, tiene en la infancia de Congo la
cara oscura de la moneda. Tras una investigación en la zona, Amnistía
Internacional estimó que en el sector minero de cobalto trabajan hasta
40.000 niños en el proceso de extracción o transporte, con jornadas de
12 horas diarias a cambio de 2 dólares.
Aunque todas las grandes compañías del sector como
Apple, Tesla, General Motors o BMW, entre otras, tienen una política de
cero tolerancia con el trabajo infantil, Amnistía advierte del riesgo de
que los canales de suministro de cobalto supuestamente limpios se vean
contaminados. Ocurre en todo Congo. Cerca de Walikale, en la región de
los Kivus del este, el dueño de una mina de casiterita, coltán y
cobalto admitía abiertamente y entre cervezas cuál era su táctica para
conseguir pasar los controles: enviaba a trabajar a los niños por la
noche, cuando nadie miraba.
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