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| Rob Hopkins, creador del movimiento Transición | 
  Habla de que hay que crear una nueva sociedad para un nuevo clima. ¿Cómo será esa sociedad?
 Empecemos por donde comienza el movimiento de 
transición, ahora que vemos cómo ciudades inglesas declaran la urgencia 
climática. Nuestro posicionamiento siempre ha sido que la transición 
climática es un reto que va más allá de poner placas solares y tener 
coches eléctricos. Requiere pensar de nuevo el concepto de crecimiento 
económico; significa que nuestra economía tiene que ser inherentemente 
más local. Ya no tiene sentido exportar cosas a todo el mundo, enviar 
comida de aquí para allá tan fácilmente que es como si se cultivara en 
ese lugar. Cuando el IPCC dice ‘necesitamos cambios urgentes en todos 
los aspectos de la sociedad’, la sensación es ‘oh dios mío estoy 
exhausto, para qué molestarse’.
  ¿Qué proponen ustedes?
 Este movimiento intenta levantar la sensación de ‘wow, fantástico, 
podemos imaginarlo todo de nuevo, qué excitante’, podemos usar la 
imaginación colectiva para esto y las enormes oportunidades que 
representa. En términos de la nueva sociedad que tenemos que crear, esta
 es fundamentalmente más imaginativa; en ella el cambio climático es el 
mejor fracaso de la imaginación en la historia de las especies. No es 
tan difícil imaginar una forma de usar poco dióxido de carbono. Es una 
sociedad más imaginativa, más justa, más equitativa y más conectada al 
lugar y a una economía enraizada donde estamos.
 Solo 
podremos movilizar a la gente si tenemos un relato suficientemente 
poderoso, si podemos presentarlo de una forma que no sea cómo de 
horribles van a ser las cosas, sino cómo el mundo puede ser. No se trata
 de usar menos energía.
  Ponga un ejemplo
 El extremo más pequeño de este proceso son grupos que hacen cosas como 
‘repair cafés’ [encuentros para reparar objetos], jardines en las calles
 o huertos en las estaciones de tren, en parques, en patios de colegio; o
 se ayudan para reducir su consumo de energía. Esto se ha hecho en el 
barrio de Brixton, en Londres. El proyecto se llamó ‘draughtbusters’ 
[algo así como los cazadores de corrientes de aire], como los 
ghostbusters (los cazafantasmas). Tuvo mucho éxito. En Totnes hay un 
proyecto que se llama ‘transition streets’, son grupos de entre seis y 
diez vecinos, se ven en sus casas y se apoyan para reducir el consumo de
 energía, de agua; han participado 550 hogares de la ciudad, que han 
reducido una media de 1,3 toneladas de CO2, el 20% de su uso,
 y han logrado un ahorro de 600 libras al año (667 euros). Pero para mí 
lo más emocionante fue cuando les preguntamos qué se habían llevado de 
todo eso, y decían ‘conozco mejor a mis vecinos’. No mencionaban el CO2 ni el dinero.
 En el otro extremo hay proyectos que están poniendo en marcha de forma 
muy práctica una nueva infraestructura para una nueva economía. La 
ciudad de Bath, en Reino Unido, ha creado Bath&West Community 
Energy, una empresa energética social que surgió del movimiento de 
transición de Bath y que ha captado 13 millones de libras de inversión 
de la población local para desarrollar energía renovable y generar 
empleo en la propia ciudad.
 En Lieja (Bélgica) se 
lanzó hace cinco años la pregunta: ¿Y si la comida de Lieja viniera de 
los campos próximos a la ciudad? En aquel momento fui allí, habían 
invitado a agricultores, a profesores, a chefs y a cualquiera que 
estuviera interesado por la comida. Después dejé de oír hablar de ellos.
 Regresé hace ocho meses y en este tiempo han creado 14 cooperativas, 
entre ellas una granja, dos viñedos y tres tiendas.
  Su movimiento ha alcanzado 50 países. ¿Qué cree que busca la gente?
 Cuando empezamos en 2005 había una gran respuesta al cambio climático, 
la gente estaba preocupada por la seguridad energética. Escuchábamos 
decir cosas como ‘me voy a vivir a las montañas con algunas latas de 
comida y papel higiénico’. Era muy fuerte aquello y para nosotros no era
 lo que se necesitaba, sino la idea de que era una oportunidad histórica
 para reunir de nuevo a las personas. Ahora hay una mayor conciencia de 
que no es un reto externo, el trabajo de los próximos 25 años no es 
poner paneles solares y cultivar zanahorias, se trata de cómo apoyarse 
unos a otros haciéndolo.
  Antes de Barcelona ha estado en París. ¿Cómo ve lo que está sucediendo allí con la protesta de los ‘chalecos amarillos’?
 Es inevitable cuando se intentan crear estrategias para abordar el 
cambio climático que no tienen en cuenta la justicia social. Años de 
austeridad han puesto la carga de los problemas de la gente más rica 
sobre la gente más pobre y luego dicen ‘ah, ahora voy a poner también la
 gasolina más cara’. Es perfectamente posible crear políticas que se 
apoyen en la justicia climática. La gente más pobre no es la responsable
 del cambio climático, sino la más rica. Si los gobiernos asumen esta 
urgencia climática, la forma de hacerlo tiene que ser con políticas que 
van por la justicia social.
  ¿En algún sitio se está haciendo de esta forma?
 Hay una ciudad en Reino Unido, Preston, que a mí me parece uno de los 
ejemplos más inspiradores. Preston era una ciudad del norte muy pobre y 
tenía un modelo económico muy conservador. De todo el dinero público 
solo se invertía el 4% en la economía de la propia ciudad. Pero el 
alcalde cambió totalmente el esquema, ahora es la mejor ciudad pensada 
para la gente, se habla del ‘modelo Preston’, se ha dado más trabajo a 
la gente a través de una economía mucho más local.
  ¿Por qué decidió meterse en esto?
 Antes enseñaba diseño ecológico y era fan de la música punk, un 
movimiento que dice cosas como ‘si no te gustan los discos, háztelos tú 
mismo’. Crecí en esa cultura. El movimiento de transición nació así, en 
conversaciones que iba teniendo, era lo que ya estaba haciendo cuando 
enseñaba permacultura pero a una escala mayor. Las raíces de todo esto 
están en ‘haz algo’, no se puede hacer nada solo sentado en el sofá. 
Pero esto no es gente soñando todo el día, se trata de pensar en hacer 
cosas, y hacerlas.
 
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