Tras meses de persecución, en agosto de 2017 el ejército de Myanmar
disparó durante horas y de forma indiscriminada contra el pueblo de
Noor Ilyas, que desde entonces se convirtió en refugiada
"Queremos volver a Myanmar, pero solo con la ciudadanía y nuestros derechos", cuenta en este artículo
"Queremos volver a Myanmar, pero solo con la ciudadanía y nuestros derechos", cuenta en este artículo
Dos hermanos de la minoría musulmana rohingya cruzan un pequeño canal en un campamento improvisado "en tierra de nadie", en el área fronteriza entre Birmania y Bangladesh. EFE |
Vengo de un pueblo llamado Nga Sarkyue. Es un sitio
romántico con muchos jardines verdes y muchos tipos de árboles y flores.
Está rodeado por tres lados por un pequeño río y en la parte oriental
hay montañas muy altas. Allí solía subir con mis amigos para coger aire
fresco y debatir. También está rodeado por tierras de cultivo. Pero en
octubre de 2016 el Gobierno de Myanmar hizo desaparecer casi todo.
Dalila Mahdawi/MSF |
En los últimos años, me fui convirtiendo cada vez más en un prisionera
en mi pueblo. No me podía mover con libertad a otros lugares sin el
permiso de las autoridades. Y conseguirlo siempre cuesta mucho dinero.
Las cosas empeoraron a partir de 2012. En junio de ese
año, un grupo de personas de Rakhine mató a 10 rohingyas en un pueblo
llamado Toung Gu. Después escuchamos que tanto ellos como el Gobierno
estaban involucrados en el asesinato de centenares de rohingyas en otros
pueblos y distritos. Les quemaban vivos y les mataban a tiros. Muchas
mujeres fueron violadas en grupo. Prendieron fuego a la gente y los
rohingya fueron detenidos de manera arbitraria. Muchos murieron en la
cárcel.
Dalila Mahdawi/MSF
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Cuatro años después, cuando tenía 26 años, el
ejército de Myanmar prendió fuego a cerca de 300 aldeanos. Mezquitas y
escuelas islámicas también fueron incendiadas. Detuvieron y condenaron a
prisión a muchísimos rohingyas.
Yo también temía ser
arrestado, por lo que en torno a octubre de 2016, dejé de dormir en
casa. Muchas veces dormía en el lodo, en la maleza o arriba en las
montañas. El Gobierno de Myanmar llevaba mucho tiempo intentando
echarnos de Arakan (el nombre rohingya para Rakhine). Y el año pasado lo
consiguieron.
Dalila Mahdawi/MSF |
Un día, en agosto de 2017, llegaron
hombres armados. Dispararon de forma indiscriminada contra el pueblo
durante horas. Habíamos escuchado historias de lo que estaba pasando en
otros lugares. Sabíamos que nos teníamos que ir.
Dejé
mi querido pueblo el 31 de agosto. Eran las 8.10 de la mañana –escribí
la hora exacta–. Estaba con mi familia, vecinos y familiares. Nuestros
ojos estaban llenos de lágrimas. Nuestros corazones, llenos de miedo.
Dalila Mahdawi/MSF |
Anduvimos durante un día y llegamos a un pueblo llamado Singgri Para.
Algunos de nosotros descansamos allí durante una semana. Nos decíamos
que la situación se calmaría y que no habría necesidad de huir a
Bangladesh.
Todos los días escuchábamos la radio
esperando buenas noticias sobre el Gobierno de Myanmar, pero no
recibimos ninguna. Cuando el despiadado ejército incendió los pueblos de
Duden y Lambaguna, cerca de Singgri Para, pudimos ver el humo.
Finalmente decidimos ir a la frontera.
Fue un viaje
difícil. Tuvimos que cruzar ríos y atravesar largos trayectos de lodo.
Murieron ancianos delante de nosotros y muchas familias tuvieron que
dejar atrás a seres queridos en una situación débil porque no podían
cargar con ellos. Una noche dormimos en una mezquita en el pueblo de
Shilhali. No había nada para comer.
Cuando llegamos a
la frontera, tuvimos que cruzar a Bangladesh en barco y al ver la costa
de Bangladesh al otro lado, todo el miedo salió de mi corazón. Los
bangladesíes nos dieron comida. Estábamos muy hambrientos.
Pasé la primera noche en el campo de refugiados de Unsiparag, en la
cabaña de un familiar que vino antes que yo. Estaba llena de barro. No
pude dormir en toda la noche. Simplemente me tumbé allí, en el suelo
fangoso.
Al día siguiente, me construí mi propia
cabaña, buscando por todas partes trozos de plástico para cubrir el
tejado y las paredes. Me quedé allí con mi familia durante dos semanas,
entonces nos mudamos al campo de Moinaghuna. Allí construí otra cabaña
en medio de un arrozal húmedo. No teníamos nada que beber ni un sitio
adecuado para dormir.
Dos meses después de llegar a
Bangladesh me casé. La boda había sido acordada en Myanmar. Nos casamos
en la cabaña en la que estaba viviendo. No hubo ceremonia y tampoco
felicidad.
Grupos humanitarios nos están dando
raciones como arroz, aceite y lentejas. Estamos agradecidos, pero no es
suficiente para alimentar a mi familia. No tenemos agua potable ni
protección del sol. El campo ni siquiera tiene un solo árbol verde. Por
mucho que busques, no lo encontrarás.
Tengo muchos
problemas dirigiendo mi gran familia de 12 personas. Cuando consigo una
comida, tengo que empezar a pensar sobre cómo conseguiré la siguiente.
Sin embargo, cuando vivía en Myanmar era fácil gestionar mi familia
porque era profesor y recibía un salario.
Si nos
quedamos en estos campos durante mucho tiempo, nuestra comunidad perderá
su religión y su unidad. Nuestros hijos no recibirán educación. Por
eso, a pesar de todo, queremos volver a Myanmar, pero solo con la ciudadanía y nuestros derechos. Nunca aceptaremos la repatriación sin los derechos que el Gobierno de Myanmar nos arrebató hace mucho tiempo.
A menudo pienso en el futuro de los niños, incluso en los que yo tenga
algún día. Aquí no tenemos educación ni escuelas. Me temo que nosotros y
nuestros hijos nos convertiremos en animales si tenemos que seguir
viviendo esta vida de refugiado.
Más información: Un año del éxodo rohingya a Bangladesh, en imágenes
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