Por el lado del Lorca-símbolo, al debate sobre la conveniencia de volver a buscar sus restos en el barranco de Víznar se le ha sumado en los últimos meses la petición de que se le conceda, a título póstumo, el Premio Nobel de Literatura. Por el lado del Lorca-escritor, el centro que lleva su nombre en Granada recibió en junio más de 4.000 objetos y documentos hasta ahora depositados en la sede madrileña de su fundación, alojada en la Residencia de Estudiantes. Poco antes, la editorial Debolsillo rescataba Cielo bajo, un libro inacabado de suites que su autor quiso publicar en 1926 junto a Canciones y poema del cante jondo.
El fusilamiento de Federico García Lorca en agosto de 1936 produjo una ola de indignación a la altura de su prestigio. Compañeros de generación como Luis Cernuda o maestros como Antonio Machado escribieron versos para llorar a un poeta al que el exigente Juan Ramón Jiménez calificó de hombre “de cinco razas”. Pero la muerte no fue, ni mucho menos, el detonante de su fama. Ya era un autor de éxito cuando lo mataron. Un año antes, durante la feria del libro de Madrid, Lorca estaba “muy de moda”. La expresión es de su biógrafo, Ian Gibson, que recuerda que en mayo de 1935 ya estaba en la calle la quinta edición del Romancero gitano, acababa de salir el Llanto por Ignacio Sánchez Mejías, el Retablillo de don Cristóbal se representaba en la propia feria y la prensa reseñaba la aparición en Nueva York del primer estudio global sobre su obra. Aún no había cumplido 37 años.
Laura García Lorca, sobrina del poeta y presidenta de la fundación que lleva su nombre, subraya que esa dimensión “folclórica” fue, con la ayuda de la censura, la misma a la que el franquismo quiso “reducirlo”. Por suerte, el eco internacional de su obra contrarrestó el silencio oficial español: “En Estados Unidos influyó mucho en la generación beat y en Francia siempre estuvo bien traducido. Se le leyó como lo que era: un autor moderno”. De la recepción estadounidense da cuenta la pregunta por la muerte de Lorca que Eisenhower planteó a Franco en 1959, durante su histórica visita a España. El dictador la atribuyó a un grupo de incontrolados. La recepción francesa del poeta tuvo su culminación cuando en 1981 André Belamich, compañero de estudios de Albert Camus y traductor de Lorca para Gallimard desde 1951, se encargó de su ingreso en La Pléiade. El único escritor en español presente entonces en la prestigiosa colección era Cervantes.
Cada generación ha tenido su propio Lorca. Por la vía de la literatura o por la de la música. Un año después de que Bardem estrenara su serie, Leonard Cohen publicaba el álbum I’m Your Man. En él se incluía la canción ‘Take This Waltz’, basada en el poema ‘Pequeño vals vienés’, de Poeta en Nueva York. “Cada vez que alguien pone al día sus versos consigue que llegue a más público”, subraya Laura García Lorca, que destaca la importancia de Cohen como divulgador de la obra lorquiana en el mundo anglosajón. Y en el español. En 1996, el cantaor Enrique Morente se unía a la banda de rock Lagartija Nick para homenajear al cantante canadiense y al escritor granadino. El resultado fue el disco Omega, un hito en la música popular española.
En el verano de 2008, hace ahora 10 años, Morente y Cohen actuaron en el Festival de Benicàssim. El público (35.000 personas) coreó aquella noche los versos de un poeta muerto como si acabaran de escribirlos detrás del escenario. Gibson aventura una explicación para tanta unanimidad: “La fuerza de sus imágenes, de sus metáforas, que sobreviven a la terrible prueba de la traducción. Y el gran tema de su obra: la tragedia de un ser humano que no puede vivir la vida que quiere. Eso es universal”.
Fuente: https://elpais.com/cultura/2018/08/16/actualidad/1534413438_868967.html
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