Composición realizada por el artista Kim Dong-kyu a partir de uno de los retratos de Picasso. |
Fue el bello y vanidoso Narciso,
personaje de la mitología griega incapaz de amar a otras personas que
murió por enamorarse de su propia imagen, quien inspiró el término
narcisista. El concepto fue luego reinterpretado por Freud, el primero que describió el narcisismo como una patología.
Y en los setenta, el sociólogo Christopher Lasch convirtió la
enfermedad en norma cultural: determinó que la neurosis y la histeria
que caracterizaban a las sociedades de principios del siglo XX habían
cedido el paso al culto al individuo y la búsqueda fanática del éxito
personal y el dinero. Un nuevo mal dominante. Casi cuatro décadas
después ha cobrado fuerza la teoría de que la sociedad occidental actual
es, todavía más narcisista.
Las investigaciones realizadas a partir de 2009 por Jean Twenge,
de la Universidad Estatal de San Diego, son una de las principales
referencias para las hipótesis más catastrofistas. Tras estudiar a miles
de estudiantes estadounidenses, la psicóloga proclamó que estos
comportamientos habían crecido “al mismo ritmo que la obesidad desde
1980”, que había alcanzado niveles de epidemia. Twenge ha publicado dos
libros —Epidemia narcisista, con Keith Campbell, de la Universidad de Georgia, y Generación yo— en los que afirma que los adolescentes del siglo XXI se “creen con derecho a casi todo, pero también son más desgraciados”.
Los rasgos narcisistas no
siempre son fáciles de reconocer y, con moderación, no tienen por qué
ser un problema. Son comportamientos egoístas, poco empáticos, a veces
un tanto exhibicionistas, de personas que quieren ser el centro de
atención, ser reconocidas socialmente, que suelen resistirse a admitir
sus fallos o mentiras y que se creen extraordinarias (aunque su
autoestima, en algunos casos, sea en realidad baja). Un estridente
ejemplo, contado por Twenge, es el de una adolescente que, en un reality
de la MTV, justificó el corte de una calle para celebrar su fiesta de
cumpleaños, a pesar de que había un hospital en medio, al grito de: “¡Mi
cumpleaños es más importante!”.
En otras ocasiones este tipo
de comportamiento es más sutil, más común y, a veces, más dañino. Es esa
persona que exige una atención extrema a sus comentarios y problemas y,
si no la consigue, concluye que es diferente de los demás y que nunca
recibe el respeto que merece. O un jefe encantador que de repente te hace sentir culpable
por un proyecto fracasado que fue idea suya. “Para tapar sus problemas,
una persona con alto nivel de narcisismo suele buscar a una o dos
víctimas cercanas, no necesita más, pero les puede hacer la vida
imposible”, asegura el psicoanalista francés Jean-Charles Bouchoux,
autor de Los perversos narcisistas (Arpa),
que acaba de ser traducido al español y que ha vendido más de 250.000
ejemplares en Francia. “Hay un incremento del narcisismo, porque ahora
la imagen cuenta más que lo que hacemos y queremos alcanzar muchos hitos
sin esfuerzo”, opina.
'Narciso', de Caravaggio, expuesto en la Galería Nacional de Arte Antiguo de Roma |
Abundan los casos en política —es difícil navegar por Internet sin ver el nombre de Donald Trump asociado al narcisismo— y en televisión. El tema fascina, como muestran los índices de audiencia de los realities. Quizá la principal novedad son las redes sociales, lugar donde millennials (nacidos entre 1980 y 1997) y no tan millennials,
famosos y no tan famosos, transforman lo mundano en extraordinario.
Cada día se suben a Instagram 80 millones de fotografías, con más de
3.500 millones de likes: “Yo, comiendo”, “Yo, con mi mejor
amiga". “Yo, en un nuevo bar”. En Facebook, millones de usuarios ofrecen
detalles de su vida al mundo. ¿Nos está convirtiendo Internet, no solo
en espectadores pasivos, sino en narcisistas ávidos de notoriedad fácil,
obsesionados por conseguir amigos virtuales y por el impacto de
nuestros posts?
Atención a las autofotos. No todos los que se hacen un selfie son narcisistas, pero un estudio realizado por Daniel Halpern y Sebastián Valenzuela,
de la Pontificia Universidad Católica de Chile, concluye que los
individuos que se sacaron más fotos durante el primer año de la
investigación mostraron un alza del 5% del nivel de narcisismo el
segundo año. “Las redes sociales pueden modificar la personalidad.
Autorretratarse, cuando uno es narcisista, alimenta ese comportamiento”,
explica por teléfono Halpern. “En las redes, podemos mostrarnos como
queremos que nos vean. Esa imagen perfecta que creemos que los demás
tienen de nosotros puede alterar la que tenemos nosotros de nosotros
mismos”, advierte. Tener impacto en las redes puede generar dependencia y
también temor (el miedo a no ser el centro, al vacío de un post sin apenas me gusta).
Además, el narcisismo creciente mueve dinero. Un reciente informe de Bank of America Merrill Lynch calcula que el consumo relacionado con los productos que nos hacen sentir mejor y hacen posible un aspecto a prueba de selfies —lo llaman vanity capital—
mueve en el mundo 3,7 billones de dólares. La firma, en su cálculo,
incluye coches y otros artículos de lujo, operaciones estéticas, vinos
de calidad, joyas o cosméticos.
¿Cómo hemos llegado hasta
aquí? La intrépida carrera de logros personales que se exige a jóvenes y
adultos explica parte del ansia narcisista. “La sociedad es
hiperdemandante e hiperexigente. Ahora, por ejemplo, hay que tener
muchos amigos, vivimos hiperconectados. Mi padre no tenía amigos, tenía a
su familia, y era feliz”, explica Rafael Santandreu, psicólogo y autor
de Ser feliz en Alaska (Grijalbo), que vincula el narcisismo —y la frustración que puede generar— con la depresión, la ansiedad y la agresividad.
Hay causas que nacen en la
infancia. Las teorías de Twenge han tocado un nervio cultural al culpar a
padres y educadores de haber criado a una generación de narcisos
diciéndoles lo especiales que son sin importar sus logros. Un estudio
europeo publicado en 2015 en la revista PNAS argumenta que el narcisismo está vinculado a una educación parental que sobrevalora por sistema a los hijos.
“Se les alaba en exceso y, con el tiempo, los niños se creen únicos”,
explica uno de sus autores, Eddie Brummelman, del Instituto de
Investigación para el Desarrollo Infantil de la Universidad de
Ámsterdam. “Se confunde autoestima con narcisismo. Lo que hay que cultivar es la autoestima, que se consigue con cariño, apoyo, atención y límites”, añade.
Los 20 'selfies' más icónidos de 2016, según la revista 'Icon'. |
¿Quiere decir que no hay que
pensar a lo grande? No exactamente. Cultivar cierto ego saludable es
beneficioso. Es lo que defiende Craig Malkin,
psicólogo clínico de la Escuela de Medicina de Harvard. “Un poco de
narcisismo en la adolescencia ayuda a los jóvenes a sobrellevar la
tormenta y el ímpetu de la juventud. Solo la gente que nunca se siente
especial o la que se siente siempre especial son una amenaza para ellos
mismos o el mundo. El deseo de sentirse especial no es un estado mental
reservado a imbéciles o sociópatas”, afirma en Rethinking Narcissism (repensando el narcisismo).
Forma parte Craig del grupo que considera que la mayoría de los estudios sobre narcisismo no han sido justos con los jóvenes y que los que hablan de epidemia exageran. El Inventario de la Personalidad Narcisista, un cuestionario básico para los investigadores de todo el mundo,
incluida Twenge, es defectuoso, sostiene Craig. Entre otras cosas, esta
herramienta considera negativo querer ser un líder o decir que eres
decidido. “Las personas que disfrutan diciendo lo que piensan o que
quieren liderar son claramente diferentes de los narcisistas que suelen
recurrir a la manipulación y la mentira”.
Un exhaustivo estudio publicado en 2010 en Perspectives on Psychological Science
intenta refutar la teoría de la epidemia. Realizado entre un millón de
adolescentes en EE UU entre 1976 y 2006, los investigadores encontraron
poca o ninguna diferencia psicológica entre los millennials y
las generaciones anteriores, aparte de más autoestima. En un intento de
relativizar el problema, encabeza ese trabajo una cita de Sócrates: “Los
niños de hoy día [siglo V a. de C.] son unos tiranos. Contradicen a sus
padres, engullen la comida y tiranizan a sus maestros”.
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