Honoré de Balzac |
El movimiento de las distintas mucosidades, maravillosa pulpa colocada entre la sangre y los nervios, es una de las más hábilmente compuestas circulaciones humanas. Estas mucosidades son tan esenciales a la armonía interior de nuestra máquina que, en las emociones violentas, son ellas las que, para aguantar la violencia del golpe, envían a algún centro desconocido la información necesaria. En fin, la vida es tan sedienta que todos aquellos que han sido presa de grandes iras pueden recordar la repentina desecación de su garganta, el espesamiento de su saliva y la lentitud con la que vuelve a su estado normal. Este hecho me había impresionado de tal manera que quise verificarlo en la esfera de las más horribles emociones. Negocié con mucha antelación el favor de una cena con personajes cuya actividad pública aleja normalmente de la sociedad: el jefe de la Policía de Seguridad y el verdugo de la Corte real de París, los dos, por otra parte, perfectos ciudadanos, electores, y que gozan de derechos cívicos como cualquier otro francés. El célebre jefe de la Policía de Seguridad me afirmó que todos los criminales sin excepción que él había detenido habían tardado entre una y cuatro semanas en recuperar la facultad de salivar. Los asesinos eran los que tardaban más en recuperarlo. El verdugo jamás había visto a un hombre escupir al dirigirse al cadalso, ni a partir del momento en que lo preparaban para el ritual de la muerte.
Me permitiré narrar un hecho que me fue contado por el comandante del barco en el que tuvo lugar este episodio, y que corrobora mi argumentación.
En una fragata del rey, antes de la Revolución (francesa), en alta mar, se cometió un robo. El culpable se encontraba necesariamente a bordo. Pese a las más estrictas investigaciones, pese a la costumbre de observar los más mínimos detalles de la vida en común que se desarrolla en un barco, ni los oficiales, ni los marinos, pudieron dar con el autor del robo. Esta búsqueda pasó a ser la ocupación primordial de la tripulación. Cuando el capitán y su Estado Mayor llegaron a la conclusión de que era imposible hacer justicia, el contramaestre dijo al comandante:
-Mañana por la mañana habré encontrado al ladrón.
Sorpresa general.
Al día siguiente, el contramaestre puso en fila a la tripulación en el alcázar, anunciando que buscaría al culpable. Ordenó que todos los hombres estiraran la mano y repartió a cada uno un poco de harina. Pasó revista y ordenó que cada hombre hiciera una bolita con la harina mezclándola con saliva. Un solo hombre no pudo hacer su bolita, por falta de saliva.
-Este es el culpable -dijo el contramaestre al capitán
No se había equivocado.
Estas observaciones y los hechos destacan la importancia que otorga la naturaleza a la mucosidad, que desagüa lo superfluo por los órganos del gusto, y que conforma esencialmente los jugos gástricos. La medicina advierte que las enfermedades más graves, más duraderas y más brutales en su comienzo, son aquellas que producen la inflamación de las membranas mucosas...
Dime cómo andas,
te drogas, vistes y comes....
y te diré quién eres
Hornoré de Balzac
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