André Kertész, Sin título (mujer tomando el sol y leyendo en una azotea), 1964 |
Por lo general, cuando leemos un periódico o un libro, lo sostenemos entre las manos. Mientras tanto, lo que estamos leyendo, ya sea una noticia, un poema o una tesis filosófica, transporta a otro lugar nuestra atención y una parte de nuestra imaginación.
Al leer, el niño corre, jadeante, hacia el siguiente misterio; y el viejo recuerda. Pero los dos viajan.
Incluso la lectura de una palabra sencilla como PELIGRO O SALIDA invoca un desplazameiento: en ese momento presentimos el peligro o nos imaginamos siguiendo la señal de salida.
Cuando las palabras componen frases, y las frases llenan páginas enteras, y las páginas cuentan una historia, el desplazamiento se convierte en un viaje y las páginas en un vehículo, un medio de transporte. Mientras leemos, sin embargo, mantenemos las páginas muy quietas. Hay, pues, una tensión entre el gesto manual y el viaje. Mucho antes de que pudiéramos volar, este viaje era algo parecido a volar. Los primeros lectores de Homero volaban a Troya. [...].
El hecho de que las palabras misil (cohete) y misiva (carta) tengan la misma etimología parece revelador.[...].
Cuando se lee se sostienen las páginas como si estas estuvieran solo momentáneamente en contacto con el suelo, como si estuvieran a punto de desafiar a la ley de la gravedad o acabaran de hacerlo.
¡El volátil acto de leer!
Así nos sentimos cuando estamos leyendo
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Para entender la fotografía
John Berger
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