miércoles, 29 de julio de 2015

Cómo aprendí a dejar de preocuparme y amar la deuda

 
 
El QE anunciado por el BCE es más de lo esperado (50.000 millones adicionales durante 18 meses=900.000 millones), presentado cuidadosamente para que parezca más; con un 20% de mutualización.

Una de cal y otra de arena. SuperMario ha hecho su trabajo, que es intentar posponer lo más posible el reconocimiento de que el sistema financiero europeo (como el global) está quebrado por el peso de unas deudas impagables.

Se trata sólo de ganar tiempo, de que parezca que las deudas se pueden pagar, para lograr que “vuelva a fluir” el crédito. Las deudas no son impagables porque sean demasiado grandes, sino porque los países, empresas y particulares endeudados no son capaces de producir la riqueza necesaria para devolverlas.

Pero el problema no es la deuda en sí (si lo fuera, se hace default y ya está); el problema es que las economías occidentales se sustentan casi exclusivamente en el crédito desde hace décadas, y lo que no se puede hacer es cancelar las deudas y seguir pidiendo crédito.

Hace tiempo que en la mayoría de economías occidentales se abandonó la producción de bienes (es más barato y eficiente importar tomates de África y maquinaria de China) a favor de una economía basada en el crédito (es decir, compramos cosas a otros y las pagamos con papelitos cuyo valor y número no tiene ninguna relación con la riqueza creada en el país). Esto no es malo desde un punto de vista global, es una transferencia de riqueza desde el “primer mundo” a los países productores, lo cual reparte la riqueza mejor. El problema es quién pierde en los llamados países desarrollados (ya sabemos que es la clase baja, antes llamada media).

Esta pérdida de riqueza se disfraza con el subterfugio del crédito. Lo que se llama economía en los países improductivos no es más que un mecanismo de distribución del crédito para que alcance a más gente y se traduzca en consumo. Esto se puede hacer prestándose servicios unos a otros (servicios que tienen un valor, pero no sirven para pagar las importaciones), o a través de gasto público o para-público.

Repito: el problema no es la deuda, sino el crédito. El crédito se basa en la promesa creíble de que las deudas se pagan. Por eso el default general no es una opción que contemplen. Quizá hubiera sido posible hace unos años, con austeridad de verdad y reconversión a sectores productivos: Islandia es el ejemplo, el único caso en tiempos recientes; una economía pequeña, poco sofisticada (aparte de la aberración de un sector bancario que creció desmesuradamente, como un cáncer, en unos pocos años), y aún así causó convulsiones en el sistema financiero internacional. Tras el espejismo bancario Islandia volvió al turismo y la pesca del atún. Pero en países donde el sector productivo lleva décadas desmantelándose (y donde una gran parte de la población vive del dinero público de una forma u otra) es mucho más difícil vivir sin crédito. Si se añade un sector financiero globalizado e interrelacionado, donde un default tiene muchas más ramificaciones de las aparentes, pues se entiende que la opción de permitir defaults generalizados sea anatema.

SuperMario y sus compinches sueñan con crear una inflación que se coma las deudas y permita que siga la alegre rueda del crédito. Pero la inflación no viene porque no queda solvencia, no queda casi nadie a quien prestar que pueda razonablemente dar la impresión de que podría devolver lo prestado. SuperMario, Yellen y demás tienen la difícil misión de seguir imprimiendo dinero para que los bancos y gobiernos al menos no colapsen, al tiempo que mantienen la ilusión de que no existe el riesgo moral, de que las deudas se pagan y el sistema crediticio funciona.

Seguirán por tanto con la charada mientras se pueda. Al final habrá mutualización; se imprimirá sin freno; habrá deudas públicas del 300% del PIB, a la japonesa. Pero se estirará todo lo posible, se intentará restringir, y para ello se combinará con severos discursos, supuesta austeridad, recortes y reformas para hacer a los de abajo “más competitivos”, y sacrificios rituales de gente, empresas y hasta países prescindibles que se metieron demasiado en la trampa del crédito y se quemaron. Ni idea de lo que puede durar esto. Los movimientos anti-sistema tipo Podemos en realidad no se oponen a esto, solo están en desacuerdo con el reparto del crédito. Su triunfo no revertirá el proceso, sino que lo acelerará. Quizá eso no sea mala cosa, aunque lo que venga detrás igual no nos guste mucho. Pero en cualquier caso es inevitable, porque las injusticias del sistema actual son tan insoportables que muchos preferirán su destrucción, a costa de lo que sea.

El aldabonazo final vendrá de China y el resto de países productivos, que dirán basta cuando su crecimiento y sus sociedades maduren y dependan menos de los morosos occidentales, o cuando sus problemas internos les empujen a aventuras externas para evitar su propio colapso.

Esto son solo elucubraciones a vuela-pluma, no me lo tomen muy en cuenta, a ver si con más tiempo lo podemos pensar un poco y elaborar algo más. Ni idea de lo que puede tardar todo esto.


 Fuente: http://www.yometiroalmonte.es/2015/01/25/como-aprendi-dejar-preocuparme-amar-deuda/

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