Con la lección bien aprendida tras los primeros ensayos contrarrevolucionarios, los servicios secretos europeos, apoyados por sus respectivos gobiernos utilizaron prácticas de contrainsurgencia y guerra sucia contra elementos disidentes y ,especialmente, la juventud más combativa. Entre esas prácticas se sospecha de forma bastante generalizada que la introducción de heroína u otras drogas entre los jóvenes y otros sectores potencialmente combativos fue habitual en la década de los 80 y posteriores, así como la utilización de dosis como forma de recompensa o chantaje a la hora de buscar chivatos y delatores.
Los suburbios de Madrid, Barcelona, Andalucía y otras muchas ciudades se vieron de esta forma inundados de heroína en la década de los 80 directa o indirectamente introducida como forma de control en momentos especialmente delicados en cuanto a política y vida social se refiere. Esta práctica fue especialmente intensa en lugares como Galicia, donde generaciones de jóvenes enteras desparecieron, o Euskadi, lugar en el que el conflicto territorial, laboral y social comenzaba a ser un problema más que preocupante para el Estado. Paralelamente a las luchas autónomas y laborales, junto con otras de carácter nacionalista, surgía todo un movimiento juvenil contestatario y antisistema que giraba alrededor del emergente punk y la okupación.
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