sábado, 29 de julio de 2017

Vidas de poetas

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Herbert Huncke and Allen Ginsberg


En 1958, cuando todavía era estudiante en la Universidad de Indiana, empecé a ir a Nueva York en mi coche cada vez que tenía algún día libre o vacaciones. Al igual que hicieran antes que yo una infinidad de otros aspirantes a artistas, me dediqué a "llamar a diferentes puertas". Allen Ginsberg me abrió la de su apartamento de la calle Diez y me dijo que hablaría conmigo si le compraba una hamburguesa. Bajé, compré una y estuvo hablándome durante una hora sin parar sobre Shelley y Maiakovski. Después me dijo que fuese a conocer a Herbert Huncke y que le dijese que iba de su parte. Fui, llamé a su puerta y abrió un hombre pálido y de aspecto amable que me invitó a pasar al salón, donde había varias personas acampadas en silencio alrededor de muebles destartalados.
   -Estamos cocinando un poema, tío -me dijo Huncke-. Ven a ver.
   Me condujo a la cocina y abrió la puerta del horno. ¡Y allí estaba! Un poema escrito a máquina sobre un folio cuyos bordes se estaban chamuscando, sometido a una temperatura de 350º. Huncke cerró la puerta del horno y regresó al salón arrastrando los pies. Fui detrás de él. Seguían todos en silencio. Después de estar un rato allí sin hacer nada, me marché


Clayton Eshleman
Ypsilante, Michigan

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