Anoche, cinco chicas se hicieron estallar en Maiduguri.
Poco
después de oír las explosiones, Fati, una vecina de esta ciudad del
norte de Nigeria, se fue a dormir. “Ya me he acostumbrado a ese sonido”.
No es demasiado extraño, en realidad. La semana pasada, hubo tres
ataques suicidas más cerca de la Universidad. Y otros dos unos días
antes, a unos pocos kilómetros, en la frontera de Camerún. En los dos
últimos meses, una media de veinte.
Solo
en el año 2017, la banda yihadista Boko Haram ha realizado 110
atentados similares, en los que ha enviado a más de doscientas personas
con cinturones bomba a hacerse explotar entre civiles, guardias o
militares. El goteo incesante de muertos en ataques suicidas se une a
una violencia desatada, con asesinatos, violaciones y secuestros masivos
en tres de los estados del noreste de Nigeria y la región del Lago
Chad, que baña también territorios nigerinos, cameruneses y chadianos.
El resultado del horror ha sido una huida a la desesperada: 2,6 millones
de personas han perdido su hogar y otros 30 millones están en peligro
de morir de hambre.
Fatima Jidda (derecha, velo rojo, 55 años) construye su refugio junto a su hija Fatime Yunus (30) en un campo de desplazados de Maiduguri. Acaban de llegar huyendo de Boko Haram. Xavier Aldekoa |
Who. ¿Quién es Boko Haram?
En
realidad Boko Haram nunca se llamó así. En 2002, un clérigo radical
llamado Mohamed Yusuf recorría las calles de la ciudad nigeriana de
Maiduguri predicando por una sociedad basada en un islam estricto y
contra la injusticia social. Su enemigo era el corrupto e ineficiente
Estado nigeriano, a quien acusaba de haber olvidado durante décadas al
norte. En sus sermones repetía el mismo grito: “Boko is haram, Boko is haram!”.
Era su manera de decir que los libros —símbolo de la educación
occidental frente a las tablillas de madera utilizadas en las madrazas o
escuelas coránicas— eran pecado. Yusuf fundó entonces la secta Jama'atu
Ahlis Sunna Lidda'awati Wal-Jihad (Personas Comprometidas con la
Propagación de las Enseñanzas del Profeta y la Yihad). La población se
refería a ellos en lengua hausa como los “yusufiyya” o los “boko haram”.
Su discurso era extremista y derivó en una revuelta juvenil violenta,
pero sus ataques se dirigían principalmente a policías y fuerzas de
seguridad nigerianas, prostitutas o vendedores de bebidas alcohólicas.
Al menos al principio.
When.¿Cuándo se dispara la barbarie?
En
el año 2009 todo cambió. Para entonces, Yusuf ya se había ganado las
simpatías de parte de la población. Después de cada detención, al salir
finalmente del calabozo, largas filas de coches de simpatizantes le
seguían hasta su casa y miles de personas le aclamaban a su paso. Su
discurso desafiante había calado en una población joven y desesperada.
No solo era pobreza, era (y es) ausencia de futuro: en el norte
nigeriano hay ciudades con un 80% de desempleo juvenil y millones de
niños no van a la escuela. El Gobierno de Nigeria pensó que la solución
pasaba por cortar por lo sano el desafío. Se equivocó. El 30 de julio de
2009, Yusuf lideró una protesta contra una ley gubernamental de uso
obligatorio del casco en moto que derivó en una represión policial sin
freno y dejó 800 muertos. Yusuf fue detenido y ejecutado sin juicio. En
unas imágenes grabadas en teléfono móvil de su último interrogatorio, se
le ve ensangrentado, con el torso desnudo y rodeado de policías.
Con
su ejecución sumaria, se inicia la peor espiral de violencia en la
historia reciente de Nigeria. Bajo el liderazgo de Abubakar Shekau, un
iluminado violento, la banda fundamentalista radicaliza su discurso y
multiplica sus atentados. Desde 2009, el conflicto entre el Gobierno y
el grupo yihadista ha dejado más de 30.000 muertos.
En
marzo de 2015, Boko Haram da otro paso más: jura fidelidad al Estado
Islámico de Siria e Irak y cambia su nombre al de Estado Islámico de
África Occidental (aun así, todo el mundo sigue refiriéndose a ellos
como BH o Boko Haram). Esta decisión tendrá repercusiones importantes.
Poco a poco, se crean dos facciones dentro de la banda fundamentalista.
Por un lado, Shekau se distancia de Estado Islámico y continúa su deriva
asesina y de matanzas. Por el otro, una facción “menos” radical —las
comillas son importantes—abre una relación menos mortífera con los
civiles: les roba comida y somete, pero no les degüella; su enemigo,
asegura, es el Gobierno y las fuerzas de seguridad.
Es
el momento de apuntarse dos nombres: Abu Musab al-Barnawi, hijo del
fundador de la banda, y en menor medida Mamman Nur, que pasan a ser los
hombres fuertes del grupo fundamentalista. Se producen incluso
enfrentamientos entre esta facción y la de Shekau.
Where. ¿Dónde actúan?
Al principio y hasta hace un lustro, Boko Haram actuaba exclusivamente en el norte de Nigeria. Y se hizo fuerte. En 2015, llegó a controlar un territorio intermitente del tamaño de Bélgica en el norte de Nigeria. En las zonas controladas por los yihadistas nigerianos, ni el Ejército ni las fuerzas de seguridad nigerianas se atrevían a poner un pie. El Gobierno de Nigeria se vio obligado a reaccionar. La victoria en las urnas de Muhammad Buhari en 2015 aumentó la presión militar sobre la banda, que para entonces ya peleaba con un ejército multinacional formado por tropas de los países amenazados por los yihadistas: Chad, Níger, Camerún, Togo y la propia Nigeria. La pérdida de territorios replegó a sus milicianos, que ahora han adoptado una suerte de guerra de guerrillas, con continuas incursiones en ciudades y campos de desplazados. Borno State, en Nigeria, sigue siendo su bastión: su presencia es tan notable que las carreteras son una ruleta rusa. Los coches y camiones de los convoyes, escoltados siempre por militares, hacen sonar sus cláxones con alivio cuando llegan a destino.
Madres y sus hijos en el centro de malnutrición de Unicef en Dikwa. El pueblo, en el noreste de Nigeria, acoge cada día a decenas de personas que escapan de Boko Haram. Xavier Aldekoa |
Un
hambre atroz. Como el comercio prácticamente se ha detenido, los
precios han subido y la población está demasiado aterrada para ir a
cultivar los campos, el rugir de tripas se ha extendido por toda la
región. Fatima Jidda, una kanuri orgullosa de 55 años, admitía que no
tenía otra opción que esperar. “Yo quiero regresar a mi hogar, trabajar
mis campos; pero si lo hago Boko Haram me matará. ¿Qué voy a hacer?”. El
destino de muchos ha sido la gran ciudad. Antes de la crisis, Maiduguri
tenía una población de apenas un millón de personas; ahora ya supera
los dos millones. Y no hay suficiente comida para todos. De los más de
mil millones de dólares que Naciones Unidas ha solicitado para hacer
frente a la emergencia en 2017, solo se ha recaudado un 38%. En
cualquier pueblo o ciudad, en cualquier rincón, hay miles de personas
—sobre todo mujeres y niños— sin apenas nada que echarse a la boca.
Millones de personas que han escapado a la carrera y han dejado todo
atrás, y cuya subsistencia depende de la ayuda humanitaria. Lo mismo
ocurre en Diffa, al otro lado de la frontera con Níger, en el norte de
Camerún o, en menor medida, en la orilla chadiana del lago Chad.
Thomas
recuerda continuamente a sus dos hijas que no cojan nada de un extraño.
Prudence y Marie apenas tienen cuatro y dos años y su padre no se fía.
“Tengo miedo de que les den una bomba y las manden a explotarse a un
mercado, son muy pequeñas”. Thomas es un tipo tranquilo, religioso, y
solo se sobresalta cuando se le plantea la cuestión. “¿Boko Haram y el
islam? Boko Haram es poder, dinero y agenda política, no religión”.
Es
difícil contestar a por qué la banda actúa así. Su nivel de sadismo
responde a una táctica para controlar grandes territorios, ya que el
terror empuja a miles a huir y “limpia” el territorio, pero su
ensañamiento con la población escapa a la comprensión. Es cierto que el
grupo fundamentalista quiere imponer su versión extremista de la sharía
en Nigeria y derrocar al Gobierno, y usa la religión como motor: cientos
de secuestrados admiten haber sido adoctrinados durante su cautiverio
para seguir una visión fundamentalista de la religión. Pero también lo
es que el grupo ha matado a miles de musulmanes, a los que acusa de
moderados o simplemente de no pensar como ellos.
No
habrían logrado provocar tanto miedo sin apoyos. Sobre todo al
principio, la banda gozaba de simpatías políticas y de hombres de
negocios acomodados, que favorecían su causa para debilitar al Gobierno
central. Boko Haram también se ha llenado los bolsillos con el robo de
bancos cuando conquistó decenas de ciudades, con el pillaje y con el
comercio de cabezas de ganado, un mercado que mueve millones en la zona.
La
miseria también desempeña un papel en su poder. La banda, con unos
26.000 guerrilleros actualmente, ganó miles de reclutas cuando ofreció
dinero (alrededor de 400€), una moto y una esposa a quien luchara con
ellos. En una zona sin empleo ni esperanza, y donde el Ejército entró a
cuchillo con la consigna de la lucha antiterrorista por delante y abusó
de los civiles, algunos decidieron aceptar la oferta. Para muchos, lo de
menos era la religión.
Xavier Aldekoa ha
conversado con los lectores desde Maiduguri a través de Facebook Live
(Revista 5W). Puedes volver a verlo aquí:
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