Edward Burne Jones. Theseus and the minotaur in the labyrinth |
El origen de este símbolo se pierde en la noche de los tiempos. Desde la prehistoria los seres humanos han grabado, pintado, diseñado este motivo geométrico primordial en el suelo de roca,en las paredes de las cuevas e, incluso, en la piel de sus congéneres. Encontramos antiquísimas reproducciones de laberintos en petroglifos hallados en Grecia, Italia, España (Galicia), las islas británicas.... con un sentido que escapa a nuestra comprensión. Por lo demás, estas representaciones no son exclusivas del mundo occidental.
Si atendemos a su morfología, podemos distinguir dos tipos de laberintos: univía, o de un solo itinerario, y multivía. En el primer modelo no existen bifurcaciones, ni encrucijadas, ni por supuesto vías muertas. Básicamente consiste en un camino que gira y se retuerce sobre sí mismo hasta alcanzar un punto central. Podemos decir que su trazado obedece al principio de crear el más largo recorrido posible en una superficie establecida. El paradigma de todos ellos es el laberinto clásico, conocido también como cretense, en alusión a la mítica construcción de Cnosos, que está constituido por siete anillos o cuadrados concéntricos conectados por un sendero en forma de espiral que conduce a un centro. Se trata de una poderosa metáfora visual de las andanzas y desventuras del ser humano en este mundo, de las añagazas y trampas del destino y de las vueltas y revueltas de la vida, cuyo final, por lo demás, todos conocemos.
En el segundo modelo, que es el que merece ser considerado un laberinto propiamente dicho, no hay centro ni horizonte. El camino sembrado de encrucijadas nos obliga a escoger entre varios ramales, algunos de los cuales llevan a callejones sin salida. En la medida en que nos enfrenta a la indecisión y nos conduce inevitablemente a experimentar desorientación, pérdida y extravío, es un prolífico símbolo de las elecciones morales, de las pruebas intelectuales y de las decisiones que configuran nuestra existencia.
Petroglifos de Campo Lameiro. Pontevedra (Galicia) |
Si hay un mito que pueda considerarse fundacional en el caso del laberinto, este es el del Minotauro. Según refiere la leyenda, este animal nació de los amores de Pasífae, reina de Creta, con un toro blanco que Poseidón hizo salir del mar. De ahí que sea un monstruo con cuerpo de hombre y cabeza de toro. El rey Minos, consultado por el oráculo, mandó construir a Dédalo, hombre de múltiples talentos y gran inventiva, un laberinto para encerrar el fruto de ese bestial acoplamiento. Para saciar la voracidad del Minotauro, que se alimentaba de carne humana, se sacrificaban anualmente siete doncellas y siete mancebos traídos desde Atenas. Teseo, hijo del rey Egeo, decide liberar a su patria de este ominoso tributo y aniquilar al sanguinario habitante del laberinto. Con este propósito se brinda voluntariamente a dirigir la expedición de jóvenes víctimas. Por su parte, la hija del rey cretense Minos, de nombre Ariadna, enamorada del príncipe, le proporciona, por recomendación del sagaz y astuto Dédalo, un ovillo de cordel a fin de que sea más fácil deshacer el camino si sale victorioso de la prueba. Como se sabe, Teseo mata al Minotauro y, gracias al hilo de su amada consigue escapar del laberinto y ver de nuevo la luz del sol. Pero, contrariamente a lo que cabía esperar, la historia no tiene final feliz. De hecho la llegada a Atenas, del héroe acabará en tragedia.[...]
El laberinto con su aura mítica parece constituir un símbolo transcultural, una imagen primordial inscrita en el inconsciente colectivo de la humanidad y una figura recurrente en el imaginario de todas las épocas. Hasta el siglo XIV, los laberintos trazados en el frío pavimento de las basílicas y catedrales cumplían una función simbólica y ritual asociada a la peregrición a Jerusalén, de la que eran un sustituto. No es casual que su aparición en las iglesias coincida con el fracaso de la tercra cruzada.
Laberinto San Michele Maggiore, Pavia, Italia |
Adentrarse voluntariamente en sus circunvoluciones comporta arrostrar peligros imaginarios o reales, vencer temores y enfrentarse a los peores demonios internos, siquiera simbólicamente....
Santiago Beruete
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