Sta Mª de La Lanzada |
La Lanzada se ofrece pagana, desnuda y bella, con el prestigio milenario del baño nocturno de las "nueve olas", curador de la esterilidad en las mozas y de otros maleficios, y los restos de la fortaleza de Santa Mª de La Lanzada, alzada por el obispo guerrero Sisnando para contención de los asoladores vikingos. Es precisamente Sisnando, que muere en la lucha atravesado por dura saeta, el que tuvo que enfrentarse a los audaces y crueles leodomanes.
Hermana de esta torre es la cambadesa de San Saturnino, que sufrió iguales asaltos, y a la que avisaba por medio de hogueras de la proximidad de los terribles y temidos visitantes -"A furore normannorum libera nos Dómine"- para que, a su vez, y por parejo mensaje, fueran alertadas la de Villanueva de Arosa y las lengendarias Torres del Oeste, que en la desembocadura del Ulla, eran avanzadas de Compostela, guardadora del sepulcro de Santiago. Son estas torres, río abajo, que fueron erigidas como defensa y atalaya de vikingos, por Alfonso V y el obispo Cresconio, pero es Gelmírez el que las reedifica y refuerza -se dice que nació en ellas siendo allí gobernador su padre-, y bajo cuya protección los diestros constructores maestros de ribera, Augurio y Fuxón, que trajo de Italia, echan las bases de la primera marina militar de la Península en el 1124; calafatean y construyen los barcos que han de detener al rubio y destemido hereje nórdico. Estas torres tuvieron que hacer frente a los terribles ataques de los piratas vikingos, bebedores de mar, cuyo cuerno de marfil bruaba como señal de espanto sobre las endragonadas proas de sus drakars y snekkars, que enfilaban la sensualidad del estuario del Ulla, dejando tras sí el incendio, la violación y el llanto.
Las Torres del Oeste. Catoira |
Se dice que en la torre de San Saturnino lloró una bella la ausencia de su amado don Payo Tamerlán, bajo Enrique III el Doliente. Payo Gómez enamoró en la fontana de Xódar a la, según unos, princesa húngara doña María, cautiva del oriental, y para otros, sobrina del "Gran Tambureque", que éste enviaba, con otros presentes, al rey de Castilla. El romance lo recuerda:
En la fontana de Xódar
vi la niña de ojos bellos
y fiqué ferido de ellos
sin tener de vida una hora...
Don Payo huyó a Francia hasta que alcanzó el perdón del rey, enojado por la burla, y tuvo que casar con la paloma del Gran Tamerlán, a la que abanonó a la muerte del monarca castellano, matrimoniando con una Mendoza, hermana del arzobispo de Compostela. La hija de sus amores con la cautiva o sobrina del Tamerlán casó a su vez con Martín Rodríguez de Xunqueiras, en la Puebla del Caramiñal, y la enamorada madre vivió en triste soledad, hasta morir, en Santo Tomé de Cambados.
En la misma torre de San Saturnino, otra bella dama lloró, en cruel abandono, abundantes lágrimas de mujer. Fue la desventurada doña Juana de Castro, breve esposa de una noche del cruel rey don Pedro.
José Mª Castroviejo
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