Jerusalén, la ciudad sagrada para las tres religiones monoteístas vive desde hace semanas uno de sus mayores niveles de militarización desde la Segunda Intifada, en el año 2000. Los enfrentamiento entre el Ejército israelí y grupos de jóvenes en los barrios de Jerusalén Este, la zona palestina, se han intensificado durante las últimas semanas. Protestan contra la ocupación, las restricciones para el acceso a la mezquita Al Aqsa -el tercer lugar sagrado para el Islam-, la llegada continua de nuevos colonos, el asesinato de varios adolescentes palestinos en los últimos meses… Todo ello cuando el recuerdo de los más de 2.200 palestinos asesinados este verano en Gaza -la mayoría de ellos niños, niñas y civiles- y los más de 11.000 heridos, muchos de ellos mutilados y con secuelas permanentes, sigue muy vívido en la sociedad palestina. El reciente anuncio del primer ministro, Benjamín Netanyahu de construir 1.000 viviendas en la parte oriental de la ciudad así como nuevas infraestructuras en Cisjordania, ha avivado una tensión ya de por sí permanente y cotidiana.
Omran Mansour ha sido detenido tres veces a sus doce años. Durante los interrogatorios, que podían durar hasta ocho horas, le chantajeaban con comida y chocolate para que acusara de tirar piedras a sus amigos. Sus padres, desempleados, han tenido que cambiar de vivienda para alejarse de las calles donde el Ejército suele emplear gases lacrimógenos contra los niños que tiran piedras (Alex Zapico)
Los más de 300.000 palestinos que viven en los barrios del Este están habituados a vivir en una ciudad sitiada, militarizada y donde los cortes de tráfico y los controles policiales son cotidianos e injustificados, convirtiendo sus vida en una carrera de obstáculos. El mismo día 14 de octubre, mientras un grupo de judíos ultraortodoxos irrumpía en la mezquita de Al Aqsa, otro de colonos tomaba –con el apoyo del Ejército– 23 viviendas en el barrio árabe de Silwan, donde ya son 29 las habitadas por familias judías. Todo ello, mientras el gobierno hebreo deniega sistemáticamente a los palestinos de Jerusalén Este los permisos necesarios para realizar cualquier reforma en sus hogares, obligándoles a vivir en condiciones infrahumanas con el objetivo de que terminen abandonándolos y facilitando así la consecución del Plan 2020. Según éste, parte de estos barrios donde ahora viven hacinados 300.000 palestinos, terminarán ese año convertidos en una inmensa área recreativa llamada Parque Rey David. En el mismo territorio que la Autoridad Nacional Palestina reclama como la capital del Estado Palestino y que Netanyahu ha vuelto a reivindicar esta semana como parte de la ciudad “unificada (que) fue y seguirá siendo la capital eterna de Israel”, como ha reportado Efe.
Son las once de la mañana y en el barrio palestino de Silwan, en Jerusalén Este, son numerosos los niños que matan las horas muertas en las calles o reunidos en las casas. Muchos de ellos están bajo arresto domiciliario acusados de haber tirado piedras a los soldados. Otros evitan ir al colegio donde son habituales las redadas policiales para detener menores por la misma razón. Según un informe de Unicef de 2013, más de 7.000 menores han sido detenidos por Israel en la última década y muchos de ellos han sido sometidos a tratos crueles, degradantes e inhumanos. Entre otros, según la ONG Defence For Children International, el 21,4% han sido encerrados en celdas de aislamiento sin contacto con sus familiares o sus abogados durante periodos de entre 10 y 29 días. Israel es el único país en el mundo que juzga a los niños acusados de tirar piedras en tribunales militares y más de la mitad de ellos denuncian haber sufrido violencia física por parte de las Fuerzas de Seguridad hebreas.
Waed Ayyad (A. Z.) |
Waed Ayyad es terapeuta ocupacional y, como a tantos otros críos, ha tratado a Omran para que superara los terrores nocturnos, la incontinencia urinaria y el miedo a la oscuridad que se le metió en el cuerpo con los tres arrestos que ha padecido ya a sus 12 años. Waed, a sus 27 años conoce los efectos de la ocupación en su propia carne. Hija y sobrina de presos palestinos, Waed define la vida de los palestinos como “una Nakba diaria” en referencia a la fecha de la creación del Estado israelí en 1948, conocida como “la catástrofe” en árabe. “Nosotros morimos aquí cada día. A veces pienso que fue bueno que mi hermano fuera asesinado. Al menos ahora está en un lugar mejor, más seguro. Porque aquí no hay nada para nosotros”.
Hace cinco años, un colono disparó desde su ventana a su hermano de quince años, Milat. Pasamos junto al edificio ocupado en pleno barrio de Silwan, donde sigue viviendo el presunto asesino sin que pese sobre él ninguna causa pendiente. La investigación fue archivada de inmediato. Las numerosas banderas estrelladas y la presencia de un pequeño batallón de guardias de seguridad privados, ostentosamente armados y sufragados por el Estado israelí, permiten identificar claramente las construcciones en las que se han ido instalando los más de 200.000 colonos judíos que habitan ya Jerusalén Este. Con ellos, prácticamente se ha cumplido la política de judeización que lleva décadas persiguiendo el Estado hebreo dirigida a revertir los porcentajes demográficos y alcanzar así el 70% judío y el 30% palestino. Se estima que la población hebrea representa ya el 68%.
Según el Comité Israelí contra las demoliciones de casas, desde 1967 han sido destruidas más de 27.000 estructuras palestinas en los Territorios Ocupados. De éstas, más de 2.000 viviendas fueron destruidas en Jerusalén Este y sólo entre el año 2000 y 2008, el 33,5%. A la vez, pese a que las infracciones cometidas por los palestinos sólo suponen el 20% del total, el 70% de las demoliciones afectan a sus propiedades. O dicho de otro modo: aunque los judíos representan el 68% del total de la población, sus propiedades sólo han sido afectadas en un 28%.
El olor fecal de las aguas con las que los camiones del Ejército suelen regar los barrios palestinos de Jerusalén Este persiste días después de que fueran vertidas. Los bidones de basura arden ante la inoperancia de una Alcaldía que cobra los impuestos por la recogida de los desechos como en cualquier otra parte de la ciudad, pero que castiga a los barrios árabes con el abandono de sus responsabilidades. Por ello, sus habitantes se ven obligados a quemarlos para evitar agravar la situación de insalubridad. De hecho, sólo la mitad de ellos cuentan con acceso a una red de agua potable. Los que trabajan o estudian en otras zonas de la ciudad, a menudo tienen que esperar para volver hasta pasada la medianoche cuando, con suerte, las cargas y redadas policiales han cesado. “He tenido que llevar a mi sobrino, un bebé de 17 meses, al hospital por insuficiencia respiratoria por los gases lacrimógenos. Suelen dispararlos junto a las casas, a veces incluso dentro”, nos contaba el 15 de octubre uno de los vecinos de Isawiya.
La escalada de la tensión comenzó a mediados de junio, cuando tres estudiantes colonos fueron secuestrados cerca de Hebrón y hallados muertos a principios de julio. El gobierno de Netanyahu responsabilizó desde el primer momento a Hamás de su muerte y lanzó un operativo que acabó con la detención de más de 500 palestinos de Cisjordania acusados de pertenecer al Movimiento de Resistencia Islamista. Mientras, grupos de judíos ultraortodoxos realizaban incursiones en los barrios árabes de Jerusalén para atacar a su población en venganza por la muerte de los colonos. Quemaron vivo –según la autopsia realizada por la Fiscalía palestina– a Mohamad Abdel Ghani Uweili, 16 años, y un par de días después, la policía israelí apaleó a su primo, un joven estadounidense que pasaba sus vacaciones en el barrio de su familia.
El verano terminó bañado en sangre con la masacre ejecutada contra la población, mayoritariamente civil, de Gaza en respuesta –a todas luces desproporcionada e ilegal– a los cohetes lanzados por Hamás contras las localidades cercanas israelíes. En Cisjordania, esta misma semana, dos niñas palestinas han sido atropelladas a la salida de la guardería por un colono que se dio a la fuga. Una de ellas, Enas Shawkat, fallecía ante el silencio de la comunidad internacional. Dos días después, un palestino embestía con su coche a ocho colonos judíos que esperaban en la parada del tranvía que atraviesa Jerusalén. Una bebé de tres meses moría fruto del impacto. El responsable fue abatido a tiros cuando intentaba huir a pie. Ese mismo día, un niño moría en Gaza al manipular un proyectil no explosionado lanzado por el Ejército israelí durante el ataque que arrasó la Franja este verano.
Mientras, la población palestina de Jerusalén Este se despierta un día más sometida a un Estado de sitio y guerra psicológica permanentes. La ocupación silenciosa, el conflicto olvidado palestino.
Fuente: http://nohabrapazsinlasmujeres.com/2014/12/waed-ayyash-trabajo-con-ninos-palestinos-victimas-de-la-ocupacion-para-que-no-acaben-asesinados-por-el-ejercito-israeli-o-por-los-colonos-como-mi-hermano-pequeno/
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