Nuestro personaje nació en 1863, en Zuera, un pequeño pueblo de la estepa zaragozana que contaba entonces con 1.400 habitantes. De padre sastre de familia artesana y madre hija de labradores acomodados. Desde pequeño quiso estudiar una carrera en lugar de quedarse en el pueblo o hacerse cura, como parece que pretendía su familia. Murió en 1945, exiliado en México, coincidiendo con los últimos dramas de la I Guerra Mundial. Su historia tiene mérito (y guasa): un aragonés de secano fue el fundador de la Oceanografía española. Se enamoró del mar desde la estepa zaragozana y, sobre todo, se enamoró del conocimiento del mar. Su interés mayor fue, sin duda, el establecimiento de la ciencia del mar en España.
Dice Luis María Beamonte, presidente de la Diputación Provincial de Zaragoza, en el prólogo del libro: “Odón de Buen hizo honor a su apellido, fue un bondadoso científico y patriota que llegó a la política con una inquebrantable voluntad de servicio público y de transformación de la sociedad de su época, especialmente de los más desfavorecidos. Su religión no fue otra -como escribió en su testamento- que ‘una gran rectitud de conciencia, en el culto del bien, de la familia, de la ciencia, de la libertad, de la justicia y del trabajo. Hicimos todo el bien que nos fue posible; no hicimos a sabiendas mal a nadie’.
Y subraya Toni Calvo en la introducción: “Esta es la historia de un hombre apasionado, una persona a caballo entre dos siglos, y justo entre las dos repúblicas españolas, que se dejó la piel primero en ser él mismo y luego en ayudar a otros a ser ellos mismos, cuando cambió la investigación científica por la gestión”.
Y una cita del propio Odón de Buen da idea precisa de quién y de qué estamos hablando, y que incluso ahora nos estremece en este ambiente en el que los ciudadanos tanto echamos de menos referentes morales potentes: “Se nos dirá que no tenemos hoy, que no hemos tenido, que no tendremos nunca, ideales fijos; nada menos exacto: tenemos hoy, han tenido nuestros antepasados, y tendrán los librepensadores venideros un ideal fijo, un ideal santo, un ideal verdaderamente sublime, el ideal de formar con todos los pueblos un solo pueblo, de formar con todos los hombres una sola familia, de dar libertad amplia a las conciencias y extirpar de lo humano el odio para unir a los corazones y a las inteligencias con los lazos eternos del amor y de la paz. Y hacia ese ideal caminamos, pero caminamos por pasos, porque en la naturaleza no se dan saltos gigantescos capaces de transformar la humanidad de un golpe y cerrar toda una época histórica para abrir paso a otra época de ideales totalmente distintos a la anterior”.
Apunta Calvo que en esa cita de 1886 apreciamos “el ideal masónico y republicano que siempre mantuvo, con mayor o menos implicación en logias y partidos, con la doctrina evolucionista que defendió en la cátedra y de la que hizo bandera hasta su muerte”. “Luchó contra viento y marea, y se enfrentó a quien hiciera falta; sobre todo en defender la masonería, el librepensamiento y el darvinismo, se enfrentó a la Iglesia y a los reaccionarios de su tiempo”.
Repasamos el libro con Toni Calvo, que, por cierto, resulta también muy entretenido e interesante al contar los mil entresijos políticos de la España de la época. Una anécdota antes de meternos de lleno con Odón: Estanislao Figueras y Moragas, tras varios meses -del 11 de febrero al 11 de junio- de primer ministro, con zancadillas de propios y ajenos, guerra carlista, intentona de golpe de Estado por parte de Cristino Martos y la Guardia Civil, levantamiento separatista de Cataluña, y otros, como el de Jumilla, contra Murcia, exclamó en una sesión del Consejo de Ministros: “Señores, voy a serles franco: ¡estoy hasta los cojones de todos nosotros!”. Lo dijo, dimitió y cogió el tren a París.
De Buen, que vivió nada más llegar a Madrid en modestas casas de huéspedes -”unas regulares, otras malas, de a tres pesetas y media diarias todo comprendido, incluso un huevo de principio tras el cocido”, en su propio relato-, despertó pronto a la política, lo hizo a través del periódico Las Dominicales del Libre Pensamiento, que se publicó desde 1883 hasta 1900, donde empezó a colaborar durante sus años de estudiante. Y ya pronto nos hacemos una idea del talante y actividad incesante de Odón, que le llevaron incluso a liderar una cuestación pública, a través de Las Dominicales, el 27 de febrero de 1886, para erigir en Roma un monumento a Giordano Bruno, el astrónomo nacido en 1548 y quemado por la Inquisición en Roma en 1600.
Lo tenía claro desde el principio, y desde muy joven enfiló a una Iglesia radical que impedía el progreso. Decidió, con todo lo que suponía en aquella época esta decisión, no bautizar a sus hijos. Cuando nació el segundo, en 1891, lo contó así -no tiene desperdicio- Las Dominicales: “La joven familia de nuestros muy queridos amigos Odón de Buen y Rafaela Lozano acaba de acrecentarse con un nuevo vástago. El niño ha sido inscrito en el Registro Civil con el nombre de Rafael. El acta de inscripción ha sido firmada por José Zulueta, candidato republicano en las últimas elecciones de diputados, Domingo Ortiz, comisario de guerra y poeta inspirado, antiguo amigo de la familia, y Salas Antón, que, con su simpática esposa, fue a este objeto desde Barcelona a La Garriga, donde ha tenido lugar el natalicio. Cuenta un soldado más la obra de la emancipación social y de la libertad de pensamiento”.
La afición al mar de Odón de Buen brotó a partir de la expedición de la Blanca, la fragata-escuela de la Marina de guerra española: recién terminada la licenciatura y el doctorado, en 1886, surgió una posibilidad que él cogió al vuelo y convirtió en oceanógrafo al aragonés estepario: una navegación de cinco meses por países europeos y del sur del Mediterráneo. “Adquirí en el viaje orientaciones definitivas para mi vida personal futura y sobre todo para mis labores científicas; sólidos, positivos, imborrables conocimientos de los seres y de los fenómenos de la naturaleza”. Es fácil encontrar en estas palabras el eco de Darwin y su histórico viaje en el Beagle.
Seguimos repasando la biografía con Calvo: “En la década de los noventa del siglo XIX, era un catedrático muy conocido y muy activo en la propagación de sus ideas políticas, sociales y científicas. Y esa actividad tenía en guardia a las fuerzas más conservadoras, sobre todo a los católicos, que trataban por todos los medios de acallar la voz de De Buen”. Con la campaña en contra de prensa conservadora como La Unión Católica, El Tiempo y El Siglo Futuro consiguieron incluir sus obras en el Índice de Libros Prohibidos, por su darvinismo, e incluso la suspensión temporal de su cátedra, lo que le proporcionó una notable popularidad y aureola entre la juventud estudiantil y, a los pocos meses, cumplir su deseo más ansiado: lograr cátedra en Madrid, en la Universidad Central. El 11 del 11 del 11 consiguió plaza de catedrático en Madrid, tras 22 cursos en Barcelona. Sí, ya pasaba entonces: nada como prohibir algo para darle la mayor publicidad a ese algo que se quiere tapar.
Unas líneas del diario La Unión Católica arremetiendo contra el catedrático Odón de Buen nos ilustran bien cómo se las han gastado en España la gente de misa y reverencias a los obispos: “Si el Sr. Odón de Buen y sus alborotadores partidarios quieren propagar sus teorías sectarias de que no hay Dios en el cielo, ni alma en el cerebro, ni Providencia en la historia, ni sanción moral en otra vida eterna; de que el hombre es la bestia, producto del transformismo de la naturaleza y compuesta de materia y fuerza, sin más luz que la de la fatalidad y la de los instintos, sin más orden social que el hombre laico que rompe todo lazo con el cielo, y no se bautiza y se une con el llamado amor libre, y muere en el estercolero del fanatismo librepensador, y adopta como nombre cualquier nombre de la barbarie pagana, vayan a la Institución Libre de Enseñanza o a la sociedad de actos civiles de la conciencia libre; pero no pretendan imponerlas a los alumnos a quienes envían los padres católicos a los establecimientos oficiales, los cuales por el ministerio de las leyes y de la Constitución, son instituciones católicas, como católico es el Estado en todos sus actos públicos”. O sea, el empeño de meter la pila bendita en las instituciones públicas.
Y un entero Odón de Buen respondía así: “Fui siempre partidario de la enseñanza laica y enemigo irreconciliable de la escuela oficial española, ayuna de buen plan pedagógico, rutinaria, arcaica en procedimientos, en materiales, en locales, y con un personal reclutado en una selección al revés, confesional en exceso y deficiente de enseñanzas ciudadanas, fuera de las realidades de este mundo por pensar demasiado en el otro mundo”. De hecho, su mujer, Rafaela Lozano, se ocupaba directamente de la enseñanza de sus hijos. Vamos, que Rouco Varela seguro que no compra el libro de Toni Calvo…
La política entonces era de todo menos estable. En cinco años, entre 1902 y 1907, hubo nada menos que 11 cambios de gobiernos y 8 presidentes; y el turnismo de liberales y conservadores dejaba fuera cualquier otro partido (ay, voy a dejar ya de hacer comparaciones con el presente; pero es que no aprendemos…, o no nos dejan aprender…). Odón de Buen fue concejal del Ayuntamiento de Barcelona, por Fusión Republicana, durante cuatro años. Y una de las cosas que consiguió desde ese puesto fue el uso de los salones del Ayuntamiento para los matrimonios civiles. Acérrimo seguidor de Nicolás Salmerón, fue elegido senador cuando se presentó por la formación Solidaritat Catalana, que había organizado Salmerón tratando de unir a los republicanos de todas las tendencias.
Concejal, senador… y ecologista. Desde bien pronto le gustó llevar a sus alumnos al Delta del Ebro, y en una de sus crónicas tocaba, por ejemplo, el tema de la deforestación: “En nombre de la Ciencia y en beneficio de la Humanidad, hay que emprender una nueva cruzada en nuestro país, para salvar, si se puede, los pocos bosques que restan y los extensos matorrales en los que aún no ha entrado la barbarie a saco; estos pudieran ser base de una repoblación inteligente. El arbolado de las montañas debía ser de dominio público o por lo menos debían ponerse trabas al derecho de los propietarios para que estos no destruyan los árboles y los arbustos de sus haciendas, trabas de hecho, en la letra de la ley”.
Dada su capacidad de trabajo, no paraba un momento quieto, y siempre estaba tramando algo. De los bosques y los deltas a los mares. En 1906 creó su primer laboratorio marino en Palma de Mallorca. Y después otro de Biología Marina en Málaga; gérmenes del IEO. Una vez que se había hecho un nombre internacional en Biología Marina junto a Lacaze-Duthiers, y que tenía un laboratorio instalado, decidió dar el salto de la Biología Marina a la Oceanografía. Pero también debemos recordar sus habilidades sociales, su mano para saber con quién contactar, de quién se hacía amigo en sus particulares Twitter y Facebook. Y hay un personaje clave para la fundación del IEO: el regio aliado del contumaz republicano: el príncipe Alberto I de Mónaco, oceanógrafo vocacional e hispanista de pro.
Así, paso a paso, brazada a brazada, con el carácter pertinaz de quien nació y se crió en la estepa aragonesa, Odón de Buen consiguió en 1914 -el mismo año que la palabra oceanografía aparece por primera vez en el Diccionario de la Academia-, que se publicara el decreto con el establecimiento del Instituto Español de Oceanografía; y lo situó en Madrid, lo que, por ejemplo, levantó la resistencia del laboratorio de Santander. Comenzaron las campañas de investigación a bordo del Hernán Cortés. Pero solo unos meses después de su creación, y como tantas veces en la historia de España, se veía la dificultad de pasar de las palabras a los hechos. Lo contaba un suelto de prensa, detrás del cual puede intuirse la mano de De Buen: “Cuando el Instituto Español de Oceanografía, creado con excelente acuerdo por Real Decreto en el pasado abril, comenzaba a dar sus frutos, aparece suprimido por razón de economía en los nuevos presupuestos. Es decir, que en esos presupuestos donde han pasado todas las codicias, todos los intereses parciales y privados por valor de cientos de millones, no han podido pasar las 40.000 pesetas que para personal y material tenía el mencionado organismo. El estudio de nuestros mares con sus inmensas riquezas no significa para nuestros parlamentarios lo que un triste camino vecinal”. Ay, el maltrato a la ciencia… ¿A que nos suena familiar?…
La década de 1920 fue probablemente la más feliz, la más plena, en la vida de Odón de Buen. “Estaba metido en muchas batallas, tal como a él le gustaba, y las cosas iban bien. El Instituto Español de Oceanografía contaba cada vez con más apoyos, más presupuestos y más ayudas, y las campañas, con ayuda de la Armada, se llevaban a cabo. Era reconocido fuera y dentro de España, ocupaba presidencias de comisiones nacionales e internacionales, seguía teniendo éxito en su cátedra, hacía sus viajes con los alumnos, publicaba libros, daba conferencias…”. Y decidió cambiar la política activa y directa por la gestión de la ciencia, en concreto por la docencia y la organización en España de las investigaciones sobre Oceanografía y Pesca.
Así, con cierto reconocimiento, en noviembre de 1933, al cumplir 70 años, le llegó la jubilación de la cátedra. Y él no olvidaba su republicanismo laico. Cosas así decía en sus conferencias, algo que tres años después le habría de costar caro: “El laicismo es hoy la más preciada libertad. No se opone el laicismo a la religión ni la persigue. El laicismo es tolerancia a la conciencia ajena; pero la conciencia está fuera de la órbita del Orden Público, y no se puede aceptar que en las relaciones sociales se quiera imponer a los demás el dictado de la conciencia”.
“Había llegado a la cima en plena felicidad y me sonreía todo, vivía feliz”. Con sus hijos viviendo cerca, “gracias a la Ley de Casas Baratas”, con 15 nietos en sus proximidades, “sin apuros económicos, debido a mis cargos y trabajos, y a la herencia del nunca olvidado tío Rafael Lozano”…
Pero estalló la guerra. La patria convertida en madrastra por los fascistas. La jerarquía eclesiástica no se lo iba a perdonar. El 19 de septiembre de 1936 la prensa recogía su encarcelamiento: “El catedrático Odón de Buen está prisionero. Se tienen noticias de que ha sido detenido en Palma de Mallorca por los fascistas, que lo tienen sometido a rigurosa prisión a pesar de su edad avanzada”.
A los 74 años de edad, enfermo y medio ciego, Odón de Buen permanecía un año en la cárcel de Palma de Mallorca, incomunicado y durmiendo en el suelo.
El canje no había resultado nada fácil, y se llevó a cabo gracias sobre todo a las gestiones de los consulados danés y británico.
De allí al destierro en Banyuls-sur-Mer (Francia). Y de allí al exilio en México. En octubre de 1941 murió su querida Rafaela. Finalmente, en marzo de 1942, decidió seguir el consejo de sus hijos y marcharse a México. Con 78 años. Mientras se preparaba para cruzar el Atlántico, en España comenzaron las depuraciones. Es la triste historia que persigue a este país, historia de envidias y venganzas, más que de un juego limpio de ideologías. Escribe Toni Calvo: “En el Archivo Histórico Provincial de Zaragoza se encuentran múltiples papeles con las acusaciones de sus vecinos de Zuera, por ser significado republicano, masón, ateo y hasta marxista. Todos los cargos tenían por objeto, además de la venganza, la incautación de sus bienes en Zuera, con la notable pirueta legal, por llamarla de alguna manera, según la cual el inculpado debía “responder civilmente por los daños o perjuicios de todas clases que hubiera ocasionado directamente como consecuencia de su oposición al triunfo del Movimiento Nacional”. Embargaron su casa con todo lo que había dentro, cuya relación de bienes se realiza con sobrecogedor detalle. “El mobiliario del despacho, por cierto, se lo quedó mosén Fernando, el cura de Zuera”. “Lo que no debieron encontrar son los libros que Odón de Buen había guardado allí con idea de retirarse algún día; fueron quemados en la plaza pública por los falangistas, en los primeros días de la Guerra, igual que fue arrastrado por las calles del pueblo el busto que le había hecho Mariano Benlliure y que estaba en el Grupo Escolar”.
Recuperada la democracia, el Ayuntamiento ordenó que el busto volviera a presidir el Grupo Escolar, y que este se llamara de nuevo Odón de Buen.
En México le recibieron con aprecio y cariño. En sus últimos días, nuestro personaje recibió con alegría el fin de la Guerra Mundial, la caída de Alemania y la liberación de Francia, todo lo que para los republicanos se asimilaba al fin del franquismo. No acertaron en las predicciones; pero, en fin, seguramente le ayudó a no morir tan triste el 2 de mayo de 1945 pensar que España volvería pronto a ser una República democrática.
Cien años después, el IEO mantiene el nombre y la intención con que fue creado. En él trabajan 700 personas; la gran mayoría, el 80%, dedicados a la investigación. A los laboratorios primeros de Palma de Mallorca, Málaga y Santander, hay que sumarles hoy los de A Coruña, Cádiz, Tenerife, Gijón, Murcia y Vigo; un buque oceanográfico de investigación llevaba su nombre hasta hace poco, aunque ha sido ya retirado.
Así termina el libro de Toni Calvo en la página 263: “Odón de Buen podría ver que no sembró en arenales estériles”.
Más información: http://elasombrario.com/odon-de-buen-por-la-ciencia-el-laicismo-y-la-republica/
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