Mucho se ha discutido esta semana sobre símbolos olímpicos. Gabriela Andersen, fondista, personificó la tenacidad hasta un grado desmedido en Los Ángeles 84. Este año, para Tokio 2020, la multicampeona Simone Biles ha sabido anteponer la salud mental a la competición en un entorno donde este tipo de dolencias no suele contemplarse. Reddit ha rescatado otro de estos relatos heroicos, uno que, además de inspirador, es tremendamente gracioso, el del hombre que a duras penas podía nadar y acabó siendo vitoreado al unísono por 17.000 espectadores.
Guinea Ecuatorial tiene poco más de un millón de habitantes. Malabo, la capital, no llega a 300.000. De allí era Eric Moussambani, quien a sus 22 años en el año 1999 recibió el visto bueno para jugar en los próximos Juegos Olímpicos. No en atletismo como él quería, ya que el cupo de nombres asignados estaba ya completo, sino para natación, una disciplina de la que apenas sabía nada: los pescadores de la zona le habían enseñado apenas a bracear. Ocho meses más tarde, Sidney.
Corte a: uno de los vídeos más revisitados de la historia de esta competición. Un hombre solo se enfrenta a la inmensidad de la piscina olímpica y la mirada atenta de decenas de miles de espectadores. Tendría que haber hecho sus 100 metros libres junto a Karin Bare, de Nigeria, y a Farkhod Oripov, de Tayikistán, ambos de capacidades similares a la suya. Pero los dos fueron eliminados por salida en falso mientras él, que había estudiado vídeos de otras competiciones olímpicas la noche anterior a toda prisa, tenía pistas de que los jueces daban tres avisos antes de la largada. Evitó la desclasificación y con ello le tocó enfrentarse a la piscina él solito.
Pistoletazo y salida. Algo falla: este muchacho apenas sabe nadar. Se ha tirado como un aprendiz, con las piernas verticales y ladeando la cabeza. Los brazos, sin orden ni concierto. La velocidad, inferior a cualquier juvenil de un pueblo de nuestro entorno. Es lógico: no había en todo Malabo más que una piscina de un hotel privado, a la que sólo se le permitió el acceso de forma excepcional como tres horas a la semana durante los cinco meses previos a la competición. Dicha piscina, por cierto, era de no más de 15 metros de largo, de ahí que el pobre Moussambani, cuando vio por primera vez la piscina australiana, pensó que estaba viendo el hermano horizontal del Everest.Tuvo suerte de dar el giro, ya que a mitad de trayecto estaba agotado.
“Si miran el video, no pude sentir mis piernas. Sentía que no iba a ir
más lejos. Me estaba moviendo en un solo lugar. Pero sabía que el mundo
entero me estaba observando: mi país, mi madre, mi hermana y mis amigos.
No me preocupaba el tiempo. Todo lo que quería era terminar", explicó
en una de sus múltiples entrevistas.
El público, que había empezado a carcajada limpia, llevaba un minuto largo dándole ánimos en pie apoyando al guineano a que terminase su cruzada. Los socorristas estaban acercándose ya ante un nadador que ya apenas avanzaba sino más bien sobrevivía al hundimiento, pero llegó. Con una marca de 1 minuto, 52 segundos y 72 centésimas, la que sigue siendo la peor marca de la historia e incluso más baja que la que emplearon otros nadadores al día siguiente en la prueba de los 200 metros, pero llegó. Y lo había conseguido ante todo el mundo. La Anguila, le apodaron.
No tocaría el medallero, pero se convertiría en uno de los rostros más conocidos y queridos de aquellos Juegos, tanto que acabó firmando un contrato por un año con Speedo. Al cabo de cuatro años mejoró su marca personal hasta unos nada desdeñables 55 segundos, y se convirtió en el entrenador oficial del seleccionado de natación de su país (ahora ya sí hay un par de piscinas grandes).
Se ha hablado de él como símbolo de esfuerzo y sacrificio, pero parece más bien el de la valentía: él fue el hombre que, pese a su limitadísima habilidad y su clara inferioridad con respecto al resto de competidores, se atrevió a tirarse a la piscina. Literalmente.
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