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 Hace 10 días, corrió el rumor en Internet de que las películas de Ken Loach
 (Nuneaton, Inglaterra, 83 años) iban a ser liberadas en su canal de 
YouTube. No tenía sentido: los derechos audiovisuales de las obras 
pertenecen a diferentes compañías según los territorios en los que se 
hayan vendido y los tiempos estipulados en cada contrato, pero tras 
contactar con Loach para desmentir la posibilidad, se abrió una puerta: 
le apetecía una charla.
Así
 fue como el pasado jueves, a primera hora de la mañana española, más 
pronto aún en Bath, la ciudad al suroeste de Inglaterra en la que vive 
el doble ganador de la Palma de Oro de Cannes –por El viento que agita la cebada y Yo, Daniel Blake-,
 sonó el teléfono. “Hola, soy Ken. ¿Cómo estás?”. La voz de Loach es muy
 característica: quebradiza y doliente, suave, envuelve en cambio un 
discurso firme en pro de los derechos humanos y de los trabajadores. Un 
ejemplo: en 1971 la ONG Save The Children –que entonces nada se parecía a
 la actual- le contrató para que rodara un documental sobre su labor. 
Loach lo filmó, lo entregó y los directivos de Save The Children 
escondieron la película en un cajón: a pesar de que eran los clientes, 
el cineasta decidió mostrar el racismo y el clasismo de lo que en 
aquella época era “una empresa de caridad mal entendida”, dijo años 
después. Desde 1990 con Agenda oculta, se ha convertido en la voz
 más popular de cine de autor de izquierdas. Y muy atento a la 
deshumanización laboral de las nuevas tecnologías, como mostró su último
 filme, Sorry We Missed You (2019).
Pregunta. ¿Cómo se encuentra?
Respuesta. Bien. Con mi esposa. Tranquilo. Y preocupado. Dedico el tiempo a hablar con amigos.
P. ¿Está trabajando en algo?
R. No en algo concreto. Hablo con Paul [Laverty, su coguionista, que vive en Edimburgo] mucho, pero no estoy con ánimo.
P. La pandemia no da respiro.
R. Vivo
 en un país con un Gobierno incompetente. No hubo planes de 
contingencia, con médicos y enfermeras trabajando sin la protección 
adecuada, han dejado tirados a los cuidadores de ancianos, y por tanto, a
 esos ancianos. Sabían que el virus venía y no se anticiparon. Puedo 
entender a Gobiernos como el español o el italiano, porque fueron los 
primeros en encarar a la Covid-19 en Europa, ¿pero el británico? Os 
estabais encerrando en España, y quiero enviar mi solidaridad a las 
familias de los fallecidos en tu país, y aquí Boris Johnson primó salvar
 a la economía antes que a sus conciudadanos. Es un fracaso rotundo. 
Viven para los mercados, y los mercados les dejaron tirados. La 
información que nos ha llegado sobre quién podía salir o no ha sido 
absolutamente confusa. Claro que hay que industrias que tienen que 
trabajar, pero en edificios seguros, ¿no? Aunque en condiciones 
adecuadas. Y esta confusión ha provocado una ola de rabia…
P. ¿Cómo calificaría a Boris Johnson?
R.
 La situación recuerda mucho a la de hace un siglo, cuando se inició la 
Primera Guerra Mundial. Centenares de miles de jóvenes soldados fueron 
enviados al frente a morir, tratados como burros. Hoy, Johnson trata 
igual al personal sanitario: como burros.
P. Siempre se ha definido como optimista. ¿Incluso ahora?
R.
 [risas] Depende de cómo lo midamos. Supongo que tiene que ver con la 
gente que te rodea, incluso con quien te gobierna. Hoy, desde luego, no 
lo soy. Estoy bastante asustado por mi familia. Mis hijos y nietos viven
 en Londres y Bristol, y son zonas de riesgo asoladas por un virus 
descontrolado.
P. Usted filmó un documental, El espíritu del 45, sobre
 el espíritu de solidaridad que unió a los británicos durante la Segunda
 Guerra Mundial, y la posibilidad de haber creado una sociedad más justa
 al acabar el conflicto bélico. ¿Podríamos vivir un momento similar?
R.
 Bueno, la diferencia es que entonces la gente quería un cambio. Y había
 un liderazgo en ese camino. Hasta que los políticos acabaron con 
aquello. Aquí, hoy, Jeremy Corbyn ha sido apartado del liderazgo del 
Partido Laborista tras recibir durante años ataques desaforados. Y me 
temo que los laboristas volverán a ser un centro descafeinado. Hemos 
perdido la oportunidad, el estado anímico es otro.
P. También hay una gran preocupación por toda Europa por el desmantelamiento del Estado de bienestar.
R.
 Puede que sea el final…, o su renacimiento. Porque la gente ha 
entendido la necesidad de tener una sanidad pública en condiciones. Solo
 lo público nos sacará adelante. ¿Sabes qué he visto con los años? Que 
siempre estamos luchando las mismas batallas. Una y otra vez. La falta 
de principios provoca falta de organización que a su vez provoca mal 
análisis. Y caen las fichas. A eso nos lleva el capitalismo furibundo.
P. ¿Es tiempo para apostar aún más por la democracia?
R.
 Sí, pero Hitler ganó unas elecciones. Es tiempo de buenos análisis y de
 solidaridad y de ayuda. ¡Es que Trump fue elegido por votantes! La 
democracia siempre ha estado llena de buenas intenciones, y siempre ha 
sido aprovechada por los corruptos. Los políticos deben mirarse menos a 
sí mismos y más a los votantes, a la maltratada clase trabajadora. 
Seguimos viviendo el conflicto entre explotados y quienes se llevan el 
dinero. Y vivimos el triunfo de la propaganda, financiada por los 
partidos de derecha y ultraderecha. Estos días, como pequeño ejemplo, yo
 estoy sufriendo de nuevo ataques por mi posición antiisraelí. Llevo 30 
años padeciéndolos. Por suerte, mis amigos judíos entienden que estoy en
 contra del comportamiento de un Estado que oprime a los palestinos, y 
no en contra de una religión.
P. El Brexit suena ya a pesadilla lejana.
R.
 Pero sigue ahí, nada va a cambiar. Quiero ver cómo va a cambiar la 
Unión Europea, si va a ser capaz de convertirse en algo más que en una 
asociación económica y proteger a los europeos. Y a proteger la 
democracia incluso entre sus miembros, no permitiendo pasos como los que
 se están dando en Hungría.
P. ¿Le da tiempo a ver películas? Hay una oleada de cultura gratis o accesible desde casa.
R.
 ¡Qué va! Con responder cartas se me va el tiempo. Camino algo porque 
vivo a las afueras. Hablo con la familia. Disfruto más de las cosas 
sencillas. Ahora, creo que la cultura debe de tener un valor, porque sus
 creadores tienen que ser remunerados.
P. ¿Sale al aplauso diario?
R.
 No, porque solo tengo de testigos a los pájaros y los árboles. Pero 
constantemente pienso en el personal sanitario, y en la hipocresía del 
Gobierno de enviarles sin material adecuado y a la vez aplaudir cada 
tarde.
 
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