Cuando hablamos de helechos, nos viene a la mente la imagen de esas
grandes hojas compuestas, llamadas frondas, que adornan los rincones
oscuros de nuestros bosques. Pero no todos los helechos son así. Hay
helechos acuáticos, por ejemplo. Entre estos se cuenta el género Azolla,
los helechos mosquito, helechos de pato o helechos de agua, que se
parecen más a las lentejas de agua que a los típicos helechos.
Los helechos de agua son plantas flotantes, con raíces cortas y
frondas pequeñas en forma de escamas superpuestas. Solo viven en agua
dulce, y su color verde azulado se vuelve rojizo en muchas especies al
exponerse al sol, debido a la formación de pigmentos vegetales llamados
antocianinas.
Son unas plantas de crecimiento muy rápido, en parte por su
capacidad de fijar el nitrógeno del aire gracias a su relación
simbiótica con la cianobacteria Anabaena azollae. Los helechos de agua
duplican su masa cada tres a diez días, según las condiciones, y pueden
absorber dos toneladas y media de nitrógeno y quince toneladas de
carbono por hectárea y año.
En poco tiempo cubren completamente la
superficie del cuerpo de agua en el que crecen, con lo que limitan el
paso de la luz y por consiguiente el desarrollo de algas. Además, pueden
reproducirse sexualmente, por esporas, como todos los helechos, y
también asexualmente, por esquejes.
Estos helechos se usan en los arrozales del sudeste asiático desde
hace al menos mil quinientos años para incrementar la productividad. Al
inundar los campos en primavera, se hacen crecer en ellos helechos de
agua. Estos cubren rápidamente la superficie del agua y evitan el
crecimiento de malas hierbas, y, como propina, dificultan la respiración
de las larvas de mosquito y reducen su número. Cuando se retira el
agua, los helechos mueren y, con todo el nitrógeno que han absorbido
sirven de abono para el arroz. Además, su uso como pienso en ganadería
permite aumentar la producción de leche, carne y huevos. También se está
estudiando su uso en biorremediación, ya que es muy eficaz absorbiendo
metales pesados, como el cromo, el níquel, el cobre, el zinc y el plomo.
Los helechos de agua se pueden encontrar naturalmente en América,
África, India, Japón, Australia, Nueva Zelanda y Hawaii; fuera de estas
regiones, en muchos países se consideran plantas invasoras por su rápido
crecimiento; en España, por ejemplo, están incluidas en el Catálogo
Español de Especies Exóticas Invasoras desde 2013, y está por tanto
prohibida su introducción en el medio natural, posesión, transporte,
tráfico y comercio.
La capacidad de crecimiento de los helechos de agua es tan grande
que hace 49 millones de años estuvieron implicados en un cambio
climático a escala planetaria. Desde unos pocos millones de años antes, a
principios del periodo Eoceno, un calentamiento global provocado por la
actividad volcánica y la expulsión a la atmósfera de grandes cantidades
de metano procedente de los sedimentos marinos y de CO2 había llegado a
tal extremo que los bosques crecían en las regiones polares. En aquella
época, conocida con el nombre de Óptimo Climático del Eoceno, Europa,
América y Groenlandia estaban más juntas que en la actualidad, y Siberia
y Alaska aún no se habían separado por el estrecho de Bering. La cuenca
del océano Ártico estaba casi completamente aislada.
Las altas temperaturas provocaron una intensa evaporación que hizo
aumentar la salinidad del océano Ártico. Debido a su aislamiento, no
había corrientes marinas que favorecieran la mezcla, así que el agua
formó una estructura estratificada, como ocurre actualmente en el mar
Negro. El oxígeno no llegaba a las capas inferiores, y el agua de las
intensas lluvias provocadas por la evaporación, así como el agua rica en
minerales de los ríos que desembocaban en la cuenca, se quedaba en la
superficie, formando una capa de agua dulce que flotaba sobre el agua
salada más densa. Bastan unos pocos centímetros de agua dulce para que
prosperen los helechos de agua, sobre todo con la elevada concentración
de dióxido de carbono que había por entonces en la atmósfera. Durante el
verano ártico, con una insolación casi continua las 24 horas del día,
el helecho de agua crecía con rapidez y posiblemente llegaba a cubrir
toda la cuenca del océano.
En invierno, cuando llegaba la noche polar, las plantas morían y se
hundían en las aguas profundas sin oxígeno del océano Ártico, de manera
que quedaban enterradas en los sedimentos sin descomponerse. Así,
durante unos ochocientos mil años, la cuenca Ártica, de unos cuatro
millones de kilómetros cuadrados, secuestró tanto carbono que la
proporción de dióxido de carbono en la atmósfera se redujo en un 80 %,
de 3 500 ppm a solo 650 ppm. La temperatura media de la superficie del
océano Ártico descendió de 13 °C a -9 °C y, quizá por primera vez en la
historia de la Tierra, aparecieron casquetes de hielo en los dos polos.
Es lo que se conoce con el nombre de evento Azolla.
¿Y cómo sabemos esto? En el verano de 2004, la reducción del
casquete de hielo del océano Ártico permitió la perforación del fondo
marino en sus aguas, en el marco del Programa Integrado de Perforación
Oceánica, un proyecto internacional cuyo objetivo es el estudio de la
geología submarina mediante la obtención de testigos de sedimentos
profundos de la litosfera oceánica. Estos testigos, estrechos cilindros
verticales extraídos del subsuelo bajo el fondo oceánico, nos muestran
los sedimentos depositados a lo largo de la historia geológica del
planeta, y son tanto más antiguos cuanto más profunda sea la
perforación.
En el mes de agosto de 2004, el buque perforador científico Vidar
Viking, con el apoyo de los rompehielos Oden y Svovetskyi Soyuz, sueco y
ruso respectivamente, llegó a la dorsal de Lomonósov, cordillera
submarina que cruza el océano Ártico desde el norte de Groenlandia hasta
las islas de Nueva Siberia. Tras dos intentos fallidos, la perforación
pudo comenzar el 27 de agosto. El 8 de septiembre se recuperaron los
testigos correspondientes a los sedimentos depositados durante el evento
Azolla, según las diversas dataciones llevadas a cabo con rayos gamma,
pólenes y paleomagnetismo.
Estos sedimentos, que alcanzan un espesor de más de ocho metros,
consisten en capas de rocas silíceas procedentes de la fosilización de
los organismos del plancton, como es habitual en los sedimentos marinos,
alternadas con láminas de pocos milímetros de espesor formadas por los
restos de los helechos Azolla. Estas láminas de Azolla en los testigos
se cuentan por miles.
Hay quien cree que la enorme cantidad de materia orgánica acumulada
en esos sedimentos puede haberse transformado en gas o petróleo, y esta
es una de la razones del actual interés de muchos países por la
exploración y explotación del océano Ártico. Pero pensemos un momento:
si devolvemos todo ese carbono a la atmósfera, ¿no volveremos a las
condiciones tropicales globales del Óptimo Climático del Eoceno?
Fuente: https://www.meneame.net/story/evento-azolla-pequena-planta-provoco-cambio-climatico-mortal
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