jueves, 19 de diciembre de 2019

Diario de una diversa

Psiquiátrico abandonado de Volterra.
 Cuando fui internada en el manicomio por primera vez era poco menos que una niña, tenía eso sí dos hijas y algunas esperanzas a cuestas, mi ánimo había permanecido inocente, limpio, siempre a la espera de que algo hermoso se configurase en mi horizonte; por lo demás, era poeta y el tiempo transcurría entre el cuidado de mis pequeñas hijas y las clases de apoyo a algún alumno. Muchos estudiantes venían de la escuela y alegraban mi casa con su presencia y sus gritos jubilosos. En definitiva, era una esposa y una madre feliz, aunque a veces mostraba signos de cansancio y mi mente se entumecía. Intenté hablar de todo aquello con mi marido, pero él no dio señales de comprensión  y mi agotamiento se agravó. Mi madre, con la que yo contaba tanto, murió y las cosas fueron de mal en peor; tanto que un día desesperada por el inmenso trabajo y la repetida pobreza de entonces, quizá sumida por los humos del mal, me di a la fuga. A mi marido no se le ocurrió otra cosa que llamar a una ambulancia, seguramente sin saber que me llevarían al manicomio. Por aquel entonces las leyes eran muy estrictas y en la práctica, en 1965, la mujer estaba sujeta al hombre, y el hombre podía tomar decisiones en relación a todo lo relativo a su futuro.
   Fui ingresada sin mi consentimiento. Ignoraba la existencia de hospitales psiquiátricos pues nunca los había visto, pero cuando me encontré dentro creo que enloquecí en el mismo momento en que me di cuenta de haber entrado en un laberinto del cual tendría muchas dificultades para poder salir.
   De pronto, como en una fábula, todos mis familiares desaparecieron.
   Por la noche se cerraron las rejas de protección y se produjo un caos infernal. De mis vísceras partió un aullido lacerante, una invocación espasmódica dirigida a mis hijas y me puse a gritar y a patalear con todas las fuerzas que tenía en mi interior. Como resultado fui atada y acribillada a inyecciones. Pero, ¿no era quizá la mía una rebelión humana?¿No estaba pidiendo entrar al mundo que me pertenecía?¿ Por qué aquella rebelión fue interpretada como un acto de insubordinación?
   Un poco por el efecto de las medicinas y otro por el grave Shock que había sufrido, permanecí en estado catatónico durante tres días y solo sentía algunas débiles voces, el miedo había desaparecido y me sentía resignada a la muerte.
   Después de algunos días mi marido vino a buscarme, pero no quise acompañarle. Había aprendido a reconocer en él a un enemigo y además estaba tan débil y confusa que en casa no hubiera podido hacer nada. Y aquella, dijeron, fue mi segunda elección; elección que pagué con diez años de castigo...


La otra verdad
Alda Merini

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