También
fueron afectados por la aparición de nuevas fronteras. Los estados que
alcanzaban la independencia aprovechaban esta situación para no darles
la ciudadanía. Hay un libro de Capitán Swing que ha tratado
tangencialmente este asunto en una serie de reportajes, Los osos que bailan del periodista polaco Witold Szabłowski.
En un documental proyectado en el festival de mediometrajes La Cabina, el cineasta alemán Dennis Stormer ha
mostrado una situación desconocida y pintoresca del pueblo romaní. Se
trata de una familia que trabaja de reclamo turístico. Los viajeros
pueden estar en su casa tomando un café con ellos y hablando de sus
cosas. Looking at Others fue filmado en 2018.
Las
imágenes recogidas de este tipo de visitas son las que uno se imagina.
Los turistas fotografían a la familia, a sus animales y su casa. Como
explican, la idea parte del nuevo concepto de consumo. Ya no se venden
solo bienes, sino experiencias. Pasar el día comiendo con los gitanos es
una experiencia.
El proyecto se llama Tzigania Tours. Su web
se puede consultar: ofrecen la vivencia de visitar comunidades
históricamente segregadas y por tanto poco conocidas. "Siglos de
segregación, persecución y desconfianza han construido un muro sólido
entre los gitanos y las comunidades europeas, TzT está rompiendo
barreras mediante la construcción de puentes que conducen a la parte
gitana 'prohibida' de la ciudad donde los extraños raras veces se
adentran". Una oferta que además es sostenible. "Ecoturismo", una
experiencia de aprendizaje cultural "mientras nos divertimos".
Lo
más interesante del documental de Stormer es conocer la otra parte de
la otra parte. Es decir, qué opinan los romaníes que están expuestos y
son los que se enfrentan cada día a los turistas. Una cría, Margareta, comenta que siempre les preguntan todos lo mismo. Siempre tienen las mismas dudas.
Es una niña que, junto a sus hermanas, ha crecido y madurado siempre rodeada de turistas. Klara,
la más mayor, ha vuelto con su familia después de dos matrimonios que
no han funcionado y es la que se encarga de organizar las visitas. El
caso de Margareta es peor, con 14 años ha dejado la escuela para
dedicarse a tiempo completo a estar en su casa para que la vean.
De
todos los que van a verlas, las que más les llaman la atención son las
asiáticas. Les dicen que no quieren hacer nada incorrecto, nada que no
deban y les preguntan qué tienen qué hacer, dónde sentarse y cómo. Las
gitanas se ríen de ellas y les dicen que en su cultura lo normal es que
los invitados se sienten en el suelo y se parten de risa viendo cómo las
obedecen. Una tailandesa que aparece entrevistada se ha colocado un
pañuelo en la cabeza para estar ataviada como ellas y no desentonar.
A
los visitantes les cuesta creer que los romaníes de la atracción puedan
vivir en una casa. Esperarían que estuvieran en tiendas en mitad del
campo. Tienen electrodomésticos, hacen vida normal, hablan inglés mejor
que algunos, eso les descuadra. La imagen habitual, comentan, es la de
carteristas. Ver una familia que no tiene nada de particular les escama,
aunque se muestran muy orgullosos de haber derribado prejuicios con la
experiencia.
El
autor se pregunta en su web si un encuentro tan superficial sirve para
que dos comunidades desconocidas adquieran algún conocimiento la una de
la otra. ¿Puede haber un conocimiento profundo con esta asignación de
roles? En las críticas que ha recibido en otros festivales se ha
calificado esta reflexión de treinta minutos como "consciente, discreta,
pero sincera" y valoraban que se abstuviese de juzgar a los personajes que ha grabado para que cada uno extraiga sus propias conclusiones
Hay un encargado del negocio que es estadounidense, Chuck.
En 2005 dejó su trabajo de periodista en su país y se adentró en estas
comunidades. Ahora clasifica a los turistas en tres tipos, según el
tiempo y el dinero que tengan disponible: si tienen poco, pero estarán
mucho tiempo, si pasarán rápido -los grupos- y dejarán mucho y si
tendrán poco dinero y poco tiempo, lo que sería el turista convencional.
Sin
entrar a valorar la cultura del turista o moralizar sobre su búsqueda
de experiencias, lo que da por sentado el reportaje es la
mercantilización de absolutamente todo. Un encuentro con otra cultura se
plantea como un negocio, con unos tiempos divididos y unos trabajadores
a tiempo completo que son menores de edad. La experiencia y el
conocimiento, derribar los prejuicios, es algo que el turista paga. Lo
consume como un cliente. Nada que nos vaya a hacer llevarnos las manos a
la cabeza a estas alturas, pero por la fuerza de la costumbre, no por
otra cosa.
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