lunes, 26 de diciembre de 2016

Malestares

La broma infinita. Ángel Mateo Charris

   Nadie ha causado tanto impacto en la cultura popular como Elvis. Era exactamente lo que la juventud de la posguerra había estado esperando: la sexualidad en persona. Elvis era justo lo que anhelaban: el americano perfecto. La caída de párpados, el mohín desdeñoso, la pelvis. Parecía que Elvis había salido de la nada. Lo sorprendente no fue el momento en que murió, sino el hecho mismo de que pudiera morir. Un año antes de morir le dijo a su productor, Felton Jarvis: "¡Qué harto estoy de ser Elvis Presley!". La única explicación de por qué el cantante estaba (en 1977) en un escenario y no en una cama de hospital es que ni su mánager, ni sus médicos, ni su discográfica, ni sus fans, ni ninguno de quienes veían su rostro abotargado y lo oían balbucear en el escenario podían concebir siquiera la posibilidad de que Elvis fuese a morir alguna vez. Da la sensación de que él era la única persona en el mundo que sabía que Elvis Presley era mortal.*
 
    Por supuesto que Elvis no era el americano perfecto, ni el mejor cantante del mundo, ni un dios inmortal, ni un rey, ni siquiera el mejor mohín desdeñoso. Todo eso era falso. Pero así era como todos los demás le veían cuando subía al escenario, y por tanto era auténtico. Por supuesto que todos esos clichés son "conceptos universales" completamente contradictorios con la realidad de un individuo particular neurótico y atiborrado de barbitúricos. El nombre "Elvis Presley" designa una realidad completamente imposible pero, a la vez, completamente necesaria. Y lo que la razón no puede lograr dialécticamente (esa síntesis entre lo particular y lo universal) puede lograrlo la pasión gracias a la maquiavélica fortuna. Y, una vez logrado, el individuo particular puede ya hacer mutis por el foro, porque el mito está construido. Es imposible que Elvis -con todo lo que la muchedumbre de sus fans, incluidos los que se niegan a acatar la noticia de su muerte, le atribuyen como propiedades sobrehumanas -exista, pues es un objeto enteramente contradictorio, por las masas que le siguen le necesitan tanto que están dispuestas a continuar adorándole después de muerto.
    ¿Por qué no admitir que Hitler, Mussolini, Lenin, Stalin, Mao o Castro habrían conseguido su carisma y su significación universal de esta misma manera? ¿Por qué no aceptar que no son figuras del espíritu cargadas de razón, sino ídolos cargados por el deseo de las masas? ¿No era esto lo que Wilhelm Reich había sugerido a propósito de la "psicología de masas" del fascismo? Los marxistas siempre pensaron que el motivo por el que el partido atraía a las masas y las convertía en militantes era que representaba los intereses objetivos de su clase social, la razón proletaria encarnada que coincidía históricamente con la razón de la humanidad. "Esta situación, sin embargo no basta en modo alguno para resolver el siguiente problema: ¿por qué muchos de los que tienen o deberían tener un interés objetivo revolucionario mantienen una carga preconsciente de tipo reaccionario? Y, en menos ocasiones, ¿por qué algunos cuyo interés es objetivamente reaccionario llegan a efectuar una carga preconsciente revolucionaria? Los revolucionarios a menudo olvidan, o no les gusta reconocer, que se hace la revolución por deseo, no por deber" ¿Por qué "las masas" han abandonado el partido, reduciéndolo a una fuerza electoralmente residual en las sociedades democráticas, y se niegan a tomar conciencia de sus intereses, dedicándose a ver la televisión y comprarse automóviles utilitarios? ¿Por qué se dejan engañar de esa manera acerca de quien es su enemigo?
  
   Por ello, el problema fundamental de la filosofía política sigue siendo el que Spinoza supo plantear (y que Reich redescubrió): "¿por qué combaten los hombres por su servidumbre como si se tratase de su salvación?" (...) ¿Por qué soportan los hombres desde hace siglos la explotación, la humillación, la esclavitud, hasta el punto de quererlas, no sólo para los demás, sino incluso para sí mismos? Nunca Reich fue mejor pensador que cuando rehusó invocar una ignorancia o una ilusión de las masas para explicar el fascismo, y cuando pidió una explicación en términos de deseo: no, las masas no fueron engañadas, ellas desearon el fascismo en determinado momento, en determinadas circunstancias, y eso es lo que precisa explicación.





Estudios del malestar
José Luis Pardo

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