Laocoonte y sus hijos. Anónimo griego. Escultura en mármol. Siglo I a.C. Mueseo del Vaticano |
Entre los síntomas neurológicos, uno de los más comunes es el dolor.
El dolor es una sensación subjetiva, sólo percibida por el que la sufre, y no cuantificable por los demás. El estímulo con características dolorosas es percibido por los receptores sensitivos y al llegar al cerebro, se produce la sensación de dolor.
El dolor físico, cuando es intenso se acompaña de dolor psíquico, de dolor moral, y este sentimiento se expresa en la cara de la persona. Cuando la intensidad del dolor es muy importante, determina la pérdida de conciencia de la persona que lo sufre. Si la intensidad es extrema o persistente puede determinar la muerte de la persona.
Es tan importante solucionar el dolor del paciente, que los antiguos pensaban que -"calmar el dolor es obra de los dioses".
El dolor físico y el dolor psíquico de Laocoonte y sus dos hijos constituyen uno de los mejores ejemplos del sufrimiento humano en toda la historia del arte. En esta escultura cuyo autor es desconocido, se representa el martirio que Laocoonte y sus dos hijos sufrieron al ser estrangulados por dos serpientes. Virgilio relata en la Eneida que Laocoonte, sacerdote de Apolo en Troya, fue condenado a este martirio por afirmar, como así sucedió en realidad, que el caballo de madera ofrecido por Ulises a la ciudad de Troya era un engaño.
Ulises hizo construir el caballo para esconderse en él junto a 300 guerreros. Lo ofrecieron a la diosa Minerva de la ciudad de Troya. Laocoonte, gran sacerdote de la ciudad de Troya, desconfió de la ofrenda, pensando que era una artimaña de Ulises. Por su desconfianza, los troyanos castigaron al sacerdote; dos grandes serpientes marinas se lanzaron sobre Laocoonte y sus dos hijos, enrollándose a sus cuerpos, destrozándolos con crueles mordeduras y ahogándolos.
La escultura fue hallanda en 1506 de forma fortuita en un terreno de cultivo de Roma, durante el pontificado de Julio II. El papa compró la escultura, que se identificó con la que Plinio el Viejo cita en una de sus obras.
J.L. Martí i Vilalta
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