lunes, 5 de noviembre de 2012
Alexandre Jacob
Fuente: http://www.polemica.org/modules/smartsection/item.php?itemid=96
http://fr.wikipedia.org/wiki/Alexandre_Marius_Jacob
Salón del tribunal de Amiens. Marzo de 1905. El ladrón anarquista
Alexandre Marius Jacob comparece acusado de más de un centenar de robos y un asesinato. Aunque es probable que termine en la guillotina, su voz no tiembla: «He preferido conservar mi libertad, mi independencia, mi dignidad de hombre, antes que hacerme artífice de la fortuna de un amo.
En términos más crudos, sin eufemismos, he preferido robar antes que ser robado».
Jacob tiene veintiséis años y responde al tipo meridional. Es recortado, fuerte y muy moreno. También rápido de ideas y altivo. Incluso frente al tribunal parece conservar cierto humor burlón. Se le acusa de ser el jefe de Los Trabajadores de la Noche, un grupo de ladrones especializado en asaltar viviendas de militares, nobles y burgueses. Durante tres años, la banda se ha deslizado por los bulevares del París de la Belle Époque con una mezcla muy llamativa de sigilo y eficacia. Su enemigo es la propiedad y sus métodos son tan sofisticados, tan limpios, que se les atribuye la invención del 'robo científico'. No hay cerradura, verja o muralla que se les resista. Ellos siempre son más astutos.
La increíble historia de este grupo nos aguarda en un libro titulado 'Por qué he robado' (Pepitas de calabaza), que recoge textos del propio Jacob (fragmentos de sus memorias, declaraciones y cartas) que permanecían inéditos en español. En él encontramos un dato que aviva la naturaleza casi irreal del personaje: Maurice Leblanc se inspiró en él a la hora de crear al rey de los ladrones de guante blanco: Arsenio Lupin.
Dos son los rasgos que más nos sorprenden en Alexandre Jacob: su agudísima inteligencia y su alegre despreocupación por su destino. Tuvo mucho de héroe de folletín, de bandido jovial que, mientras despistaba a la Policía refugiándose en una posada, tenía tiempo de reparar en el perro del local y comentar su «pasmosa semejanza» con el presidente de la República.
Sin embargo, su historia es trágica. En el proceso de Amiens fue condenado a pasar el resto de su vida realizando trabajos forzados. Su destino: el penal de Cayena, en la Guayana Francesa. Finalmente, pasó allí veinte años. Trató de fugarse en dieciocho ocasiones y soportó numerosos castigos. En una ocasión mató con sus propias manos a una especie de kapo que colaboraba con los guardianes y escupía en la comida de los presos. Jacob era un hombre de acción, no hay duda, pero también un idealista extrañamente consecuente. No se permitía lujos, nunca bebía alcohol, apenas comía carne y se interesaba seriamente por las artes y las ciencias. Era un tipo al tiempo sutil y terrible, una mezcla entre un Aramis y un Porthos libertarios. También era incansable: durante su estancia en prisión, estudió derecho «para conocer mejor las normas y las leyes y violarlas mejor».
En 1928 recuperó definitivamente la libertad. A las puertas de la cárcel le esperaba su madre. Ambos se abrazaron «como si se hubieran visto la víspera» y no derramaron una sola lágrima. A partir de entonces, Jacob trabajó como jefe de taller y se dedicó a la venta ambulante. No renunció a sus ideas, pero tampoco volvió a la primera línea. Colaboró en campañas, difundió propaganda y acogió fugitivos en su casa. Se cree que estuvo en España en 1936, tratando de ayudar a los anarquistas catalanes a conseguir armas, pero no hay documentos que lo atestigüen. Léo Malet le conoció en esa época y siempre recordaría «su impresionante humor negro».
El Jacob anciano era un tipo rechoncho y desgreñado que fumaba en pipa con sonrisa socarrona. El 28 de agosto de 1954 se suicidó en su casa de París. Se inyectó una sobredosis de morfina y dejó abierta una estufa. Unos días antes, se había despedido de sus amigos: «Os dejo sin desesperación, con la sonrisa en los labios y la paz en el corazón. Sois demasiado jóvenes para poder apreciar el placer que proporciona irse gozando de excelente salud, burlándose de todas las enfermedades que acechan a la vejez. Allá están todas esas asquerosas reunidas, listas para devorarme. Pero voy a defraudarlas. Yo he vivido y ya puedo morir».
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