ALDEA SALVAJE-¡PRESOS!-BARRUNTOS DE AMPUTACIÓN SENSIBLE-EL BARBERO DE CÁMARA-JUERGA DE ANTROPÓFAGOS-LA FUGA
La aldea en que fuimos a caer se llama Dengolah; está junto al Nilo y se compone de sesenta chozas de bálago con maderas pintarrajeadas, en medio de unos cercados hechos de troncos y cañas de bambú.
Al llegar a estas vallas nos fijamos en que ostentaban de trecho en trecho, y a modo de trofeos, cabezas cortadas, según supimos después, de individuos de tribus enemigas, y al ver las muecas que tenían en la cara se nos puso la carne de gallina. Esto, que nos hubiese alarmado si hubiéramos caído en un pueblo habitados por maestros de escuela, que están hambrientos de carne de gallina, allí más bien nos tranquilizó, porque los indígenas prefieren la carne humana a las de las aves de corral.
Temiendo, sin embargo, lo que allí nos puediera ocurrir, determinamos cambiar de rumbo y tomar otro camino, aparte de que dudábamos de que se encontrase por allí el deseado trifinus-. Pero aunque creíamos que nadie nos había visto llegar, salieron de unas matas varios negrazos de terrible catadura, armados con flechas impregnadas en chocolate de a peseta, que en aquellas regiones (lo mismo que en estas) es un veneno de lo más activo. Cuando vimos a los negros nos pusimos verdes. Palidecimos y con nosotros palideció cuanto llevábamos, incluso el escabeche. Sin darnos tiempo a nada se nos acercó uno de ellos y nos dijo:
-Chapataquetiquetaca.
Nosotros creímos que nos preguntaban por la familia, y le dijimos que todos estaban buenos, a Dios gracias. No se conformó el negro con esta noticia y más furioso que antes volvió a decirnos:
-Taquetacotocoteca
Entonces le contestamos con las palabras del Apóstol San Vital:
-Poco a poco,Paco peco; poco pico
Creímos que no lo entendería, pues lo habíamos dicho maquinalmente para salir del paso. Pero con gran sorpresa vimos que el negro se sacó un remontoir del ombligo y nos dijo:
-Las tres y cuarto
En aquel instante se presentaron cuatro negros, nos agarraron sin contemplaciones y, atados por los tobillos, nos condujeron a saltos hasta la aldea, en cuyo centro se hallaba el tembleque. No crean ustedes que esto del tembleque es una cosa mala; es el palacio real.
Salió a recibirnos nada menos que su majestad el rey de la tribu, un negro muy gordo (allí ceban a los reyes parte del año), y dando tumbos a aconsecuencia de una curda espantosa, se nos acercó a nosotros y nos dio a entender que nos iba a mandar cortar algo si no le entregábamos veinte collares de cuentas de cristal. Le dijimos que no entendíamos de cuentas y le preguntamos si, cristal por cristal, le era lo mismo quedarse con mis gafas; pero como nos respondiera que no admitía chungas de blancos, nos dimos ya por muertos, o, cuanto menos, por descabalados.
Nos encerraron en una choza llena de gusarapos que subían a lamernos cariñosmente, y después de oir un gran ruido de tambores nos miramos asustados, porque apareció el verdugo en la choza. ¡Qué momentos de angustia!. El gachó sacó de tijeras, e institivamente nos sentamos en unos pedruscos. Pero nos tranquilizó un detalle del verdugo, su cara no nos era desconocida. Nos fijamos en él y pronto caímos en la cuenta de que era un barbero de Sabadell que había ido a parar allí por circunstancias que no son del caso, y que vivía embetunado y se ganaba la vida, ora rasurando barbas, ora cortando cabezas. Nos tranquilizó diciéndonos que el venía a cortarnos el pelo. Pero nos duró poco la tranquilidad; alrededor de la choza real se verificaban unas fiestas originalísimas. El rey daba saltos mortales. La reina, como más débil, los daba veniales nada más y en torno a ello se armaba una gran zambra de aullidos, piruetas y barbaridades de todo género, al compás de tambores, zambombas...
(Ilustraciones originales de Xaudaró) |
Afortunadamente, una tempestad horrible dio fin a la fiesta y dispersó a músicos y danzantes. Sólo dos gendarmes en cueros vivos nos daban guardia de honor. ¡El honor en cueros! Era posible la huída. ¿Cómo íbamos a librarnos de aquellos guardianes?. Al fin se nos ocurrió mandar a uno de ellos por una cajetilla de 0,50, y acercándonos al otro con mucha amabilidad le dijimos que se fijara en lo que íbamos a leer. Sacamos un libro y leímos en alta voz cuatro sonetos de Carulla, cosa qu juzgábamos muy suficiente para narcotizar al vigilarnte. En efecto este se quedó dormido, y como no era posible que volviese el otro, porque era dificilísimo que encontrase pronto un estanco allí donde no existen, vimos el cielo abierto, y ya que también la puerta lo estaba, echamos a correr, aún en riesgo de caer en manos de los que nos habían encerrado. De todas maneras, estábamos condenados a muerte ¿Qué nos importaba jugarnos el todo por el todo?................
Viajes morrocotudos
Juan Pérez Zúñiga: http://es.wikipedia.org/wiki/Juan_P%C3%A9rez_Z%C3%BA%C3%B1iga
Joaquín Xaudaró http://es.wikipedia.org/wiki/Joaqu%C3%ADn_Xaudar%C3%B3