domingo, 10 de mayo de 2020

El amor en los tiempos del coronavirus.

Imagen


 (Se incluye a continuación, con permiso de su autora, el imprescindible ensayo de la Dra. Iona Heath sobre El amor en los tiempos del Coronavirus publicado en el BMJ).
La novela de John Berger de 1995 “Hacia la Boda” (1) fue escrita en respuesta a los horrores de la epidemia de SIDA que tuvo una tasa de letalidad mucho mayor que el Covid-19, y un perfil de edad que afectaba a niños y adultos jóvenes desproporcionadamente. Respondiendo a esa primera década de epidemia de SIDA, Berger escribió:

“Vivimos en el filo, lo que resulta difícil porque hemos perdido el hábito. Hubo una vez en que todos, viejos y jóvenes, ricos y pobres, lo dábamos por descontado. La vida era dolorosa y precaria. La suerte era cruel”.
Los afortunados habitantes de los países más ricos del mundo, habían perdido su dolorosa familiaridad con la arbitrariedad de la muerte.

“ Por dos siglos hemos creído que la historia era una autopista que nos llevaba a un futuro que nadie había conocido antes. Pensamos que estábamos exentos…Ahora la gente vive muchos más años. Hay anestésicos. Alunizamos…Aplicamos razones a todo. Condonamos al pasado sus errores porque ocurrieron en la Edad Oscura. Ahora, de repente, nos encontramos a nosotros mismos lejos de cualquier autopista, encaramados como frailecillos al borde de un precipicio sobre la oscuridad.
Volvamos a los 80 y los 90; las minorías estigmatizadas fueron entonces colocadas sobre el precipicio. Ahora, lo estamos todos, aunque el virus actual parece especialmente habilidoso en explotar cada dimensión de cualquier desventaja preexistente, cebándose sistemáticamente en personas pobres, viejas o encarceladas, quienes viven en condiciones de hacinamiento, o proceden de comunidades étnicas minoritarias.

Antes del SIDA, SARS, Ébola , y ahora del Covid-19, fueron la tuberculosis, la peste, el cólera, las tifoideas, y la gripe las que causaron estragos en la población mundial. Estar encaramados como frailecillos sobre el precipicio es la situación históricamente normal de la humanidad , pero lo hemos olvidado. En los países más ricos hemos olvidado el poder de la infección como azote de la humanidad arrogándonos el derecho de la salud. Las infecciones se cobra cada vez menos vidas, aunque siga siendo la primera causa de muerte prematura en África. Cada vez más personas viven lo suficiente para morir de enfermedades no transmisibles, por lo que la atención se focalizó en ellos (2).Sin embargo, incluso aunque el creciente número de personas que mueren de enfermedades no transmisibles en los países más pobres mueren más tempranamente que aquellos que mueren en los países más ricos, son todavía más viejos que lo que mueren de infecciones.

De alguna manera nos hemos permitido a nosotros mismos olvidar que todos debemos morir y que aquellos que son suficientemente afortunados para morir en edades avanzadas, morirán con una o varias enfermedades no transmisibles. Hemos comenzado a creer que teníamos el derecho a una larga y saludable vida y que cualquier desviación de ellos debía ser algún tipo de negligencia. Sin embargo todo el mundo morirá y, como Philip Larkin escribió, “lo único que sobrevivirá de nosotros es el amor”.

Austeridad y desgaste del amor
La creación idealista de, en gran medida, robustos estados de bienestar en Europa en el velatorio de la Segunda Guerra Mundial , puede ser vista como una expresión de amor al conjunto de la humanidad.
Nadie debería ser excluido, nadie debería estar en peligro. Pero la validez de esto nunca fue aceptada por todo el espectro político. Después de la crisis financiera global de 2008, las personas que ideológicamente se opusieron a la solidaridad social aprovecharon la situación para reducir la inversión a través de políticas de austeridad. En Reino Unido y muchos otros países, los gastos en casi cualquier aspecto de la solidaridad social se redujeron: el número de enfermeras y médicos disminuyeron, desaparecieron camas de hospital, los sistemas locales de servicios sociales fueron eviscerados, y todos los servicios de emergencia reducidos. Todo ello dejó el esqueleto de los servicios sin reservas para enfrentarse a la actual crisis infecciosa (4).

Especialmente relevante es la destrucción de los sistemas públicos locales y de salud ambiental que habían sido la línea de defensa tradicional contra los brotes epidémicos, mediante las actividades de realizar pruebas, aislamientos y seguimiento de contactos (5).Los profesionales de los servicios de salud repetidamente alertaron a los políticos y con creciente desesperación, sobre la insuficiencia de los recursos, y la falta de dotación de los servicios, así como la completa falta de preparación ante cualquier crisis.

En 2020 estamos pagando las consecuencias de una combinación fatal de incredulidad, improvisación, o simple despreocupación, hijas de la arrogancia y la inmunidad. Pese a los reiterados avisos de los expertos en enfermedades infecciosas respecto al hecho de que otra pandemia era inevitable, los gobiernos fueron incapaces de reconocer el riesgo (6). Esta falta de reconocimiento fue agravada por una ausencia de preparación del gobierno de Reino Unido, dejando caducar las reservas existentes, siendo incapaces de asegurar suficientes pruebas diagnósticas y el suministro adecuado de equipos de protección.

Es más, en el contexto actual de optimismo beligerante respecto a la creación de una vacuna efectiva, deberíamos recordar que llevó casi una década producir fármacos antivirales efectivos contra el SIDA; en 1984 existía la esperanza de disponer de una vacuna frente al retrovirus de inmunodeficiencia humana en un par de años (7). A estas alturas, seguimos sin vacunas frente a él.

Los trabajos del amor.
En este momento, cuando resaltamos nuestro respeto y gratitud a los trabajadores sanitarios aplaudiéndoles, es importante recordar que ,hasta muy recientemente, el NHS ha sido repetidamente castigado por estar mucho más interesados por la enfermedad que por la salud. Y sin embargo, en este momento estamos desesperados por disponer de servicios de atención a la enfermedad eficientes y bien equipados, apoyado en servicios sociales compasivos.

El momento en el que el Primer Ministro británico, Boris Johnson reconoció públicamente que la atención de enfermería recibida en cuidados intensivos fue un acto de amor (8) , algo vivido como un punto de inflexión, no permite hacernos esperar que este hecho cambiará su actitud respecto al amor implícito en cada aspecto de solidaridad social.

No hay duda de la motivación para el amor altruista hacia el conjunto de la humanidad de todos aquellos que se arriesgan a contraer una enfermedad , e incluso acabar muriendo, con tal de continuar asumiendo un trabajo que vacía física y emocionalmente, sin conocer siquiera si ellos ( o sus colegas) están ya infectados, ante la falta de equipos de protección adecuados. E incluyo no sólo al personal médico y de enfermería, sino a celadores, limpiadores, suministradores, responsables de la atención a domicilio, trabajadores del transporte, mensajeros, tenderos o reponedores. Cada uno de ellos está llevando a cabo la máxima de Franklin D Roosvelt: “ la valentía  no es la ausencia de miedo,sino más bien el convencimiento de que hay algo más importante que el miedo”.Y ese algo es el amor.

El inmenso compromiso y coraje de los inmigrantes de primera y segunda generación entre esos trabajadores esenciales, y el número desproporcionado de muertes por Covid-19 entre ellos, debería avergonzar aún más al país entero de las décadas de racismo y actitudes hostiles anti-inmigración que, a través de los escándalos de Windrush y quizá Grenfell, culminaron en el Brexit de enero.
El amor de la gente mayor

Todos sabemos que el Covid-19 afecta y mata a los más mayores de forma desproporcionada, quizá por sus comorbilidades, quizá por un cierto grado de inmunosenescencia.

Muchas personas de edad avanzada, incluida yo misma, no queremos ingresar en los hospitales para morir sólos, conectados a un ventilador o sometidos a maniobras de resucitación cardiopulmonar.No queremos sufrir tratamientos estresantes e invasivos con escasas posibilidades de éxito, y ciertamente no queremos utilizar un ventilador que podría ser mucho más útil para una persona joven, exponiendo además a algún profesional sanitario a riesgos adicionales de contagio mientras realiza la intubación.

Los profesionales sanitarios podrían encontrar difícil responder a estas actitudes por el temor generalizado a ser acusado de discriminación por cuestiones de edad. Quizá la crisis del coronavirus pueda ser el mediador para llegar a compartir la idea de que la orden de“ no intentar resucitación” no es la sentencia de muerte a una vida devaluada, sino un intento de asegurar dignidad en el momento de morir. ¿Quién quiere morir con las costillas rotas y una opción mínima de resucitación exitosa cuando puede morir en paz en su propia cama agarrando la mano de la persona que más ama?

Muchas personas mayores tienen temores justificados de exceso de intervenciones y no quieren sobrevivir a cualquier precio. Las hospitales están abarrotados, son ruidosos e intensamente estresantes; y en esta pandemia además son focos de infección también. Necesitamos urgentemente mantener a las personas frágiles mayores, en sus hogares tanto como sea posible, si allí es donde quieren estar. Para hacer esto posible necesitamos aumentar el apoyo médico y social a las familias que quieren ayudar a sus mayores en ese sentido.

Amor y agonía 

Las impactantes cifras de muertes de y con Covi-d19 nos disminuyen a todos, y las implicaciones trágicas para individuos y familias nunca deberían ser minimizadas.Sin embargo, se ha permitido que la muerte desplace al amor de muchas formas. Hagamos lo que hagamos,por mucho que nos confinemos y lavemos las manos, la gente va a morir. No deberíamos sacrificar nuestra humanidad frente a esta infección. La prohibición de visitarles ha sido imperdonablemente dura.

Supongamos que nadie muriera de Covid-19 ( o algo más) aislado de aquellos a quien ama, y por los que es amado. Si estamos de acuerdo en esto, podemos aproximarnos a la atención de las personas gravemente enfermas desde una perspectiva completamente diferente. Este compromiso excede el ingenio y los recursos de una nación: pocas personas ingresadas en hospital; muchos más con apoyo disponible en casa y residencias; pruebas diagnósticas para todos aquellos que quieren estar con las personas que aman, y aislamiento físico de cualquier contacto de riesgo. Sin esto, las parejas, los familiares y los amigos se ven privados de la oportunidad de decir adiós, de expresar las cosas esenciales que necesitamos decir al final de la vida.

El duelo en tales circunstancias se vuelve tan traumático como el que se produce en las muertes súbitas debidas a guerras o desastres, y el legado de la pandemia incluirá una sucesión de duelos profundamente perturbadores, vividos por los que sobreviven, quienes no necesitaban ser excluidos de la forma en que lo han sido. Nadie debería ser forzado a morir solo, y nadie debería soportar sobre sus hombros la carga de saber que en esta ocasión dejaron morir solo a alguien muy querido.

Incluso frente a la muerte no hay nada más importante que el amor.

  Iona Heath fue médico general durante más de 35 años en una consulta del interior de Londres y fue presidenta del Royal College of General Practitioners de 2009 a 2012. Ella escribió una columna periódica en el BMJ hasta 2013.

No hay comentarios:

Publicar un comentario