Vista aérea de los incendios forestales de la Amazonia. REUTERS/Bruno Kelly |
Es difícil
escapar de las evidencias de la crisis climática cuando, cada poco
tiempo, un temporal inunda pueblos enteros. Deslizar argumentos
negacionistas choca con la realidad de los veranos más largos. Las
fotografías aéreas de unos polos derretidos podrían servir, en este
mundo del símbolo, para reforzar la verdad de la ciencia. Sin embargo,
pese a los numerosos informes, la conciencia ecológica no despega lo
suficiente como para despojar a la sociedad del peso del individualismo.
La historia del tiempo presente es la de la desigualdad, la del
neoliberalismo y el consumo vertiginoso. Todos ellos, elementos que
imposibilitan frenar –más bien mitigar– las consecuencias de la crisis
ecosocial.
Actuar es necesario. Así lo reclamaba Hoesung Lee, presidente del Panel de Científicos Expertos sobre el Cambio Climático de la ONU (IPCC), en la pasada cumbre del clima. Pero para que el problema se ataje de lleno también se requiere un discurso capaz de revertir la espiral ideológica sobre la que se asientan los principios del individualismo neoliberal;
reforzar lo común se presta esencial si se quiere afrontar el reto
climático con aspiraciones de triunfo. "Somos una cultura que no se
siente ecodependiente y no es capaz de entender hasta qué punto
dependemos de la naturaleza. Se pone en práctica el antropocentrismo; el
no sentirse dependiente de la tierra", expresa Yayo Herrero,
antropóloga ecofeminista.
Es, en definitiva, "el triunfo de la individualidad",
apunta Jordi Mir, doctor en Humanidades y experto en filosofía
política. Y este es un principio esencial de un sistema basado en el
crecimiento exponencial y de un modelo socioeconómico que no atiende a
la evidencia de que la riqueza material choca con los límites biofísicos
del planeta. "Detrás de estas ideas dominantes hay una clara idea de
imponer ciertos pensamientos en la agenda. Por ejemplo, el tema del transporte público frente a la libertad individual de poseer un transporte privado:
las compañías de automoción son muy activas en promover la necesidad de
crear un derecho a comprar un coche, pero no porque sean malas ni
perversas, sino porque ese es su modelo de negocio".
Sin
embargo, esos anhelos de poseer riquezas materiales podrían chocar,
desde una perspectiva climática, con los derechos comunes y, en
definitiva, con el devenir de una sociedad que, ante todo, aspira a sobrevivir.
"La crisis ecológica o la crisis que vivimos ahora de la covid tienen
en común algo básico: que nos afectan como como especie y no como
individuos. No hay salidas individuales; sabemos que anualmente hay
miles de personas que fallecen por enfermedades relacionadas a la
contaminación y no existe una solución individual a ese problema",
agrega Mir, evidenciando cómo la denominada libertad individual de
consumir o tener ciertas conductas puede ir en contra de lo común.
El poder de la
industria cultural ha sido clave para generar esta necesidad de
construir una identidad en torno al consumo. "Desde los años ochenta, se
llevó adelante un discurso neoliberal muy intenso para desprestigiar lo
público, eliminarlo si fuera posible, lo que incentivó una tendencia
humana a buscar reconocimiento. Esa tendencia puede tomar formas buenas
para el conjunto de la sociedad, pero también negativas, como
diferenciarse competitivamente a través del consumo, lo cual no es
puramente espontáneo, sino fruto de un desarrollo discursivo muy apoyado
por todos los medios que nos rodean, también desde la ficción", valora Alicia Puleo,
doctora en Filosofía por la Universidad Complutense de Madrid y
Catedrática de Filosofía Moral y Política en la Universidad de
Valladolid.
"Cuando vemos
ficción no nos damos cuenta de cómo interiorizamos el modelo de consumo.
En cambio, lo público, lo común y ecológico es presentado de una forma
estereotipada, como algo negativo y fantasioso. También se ha
representado como algo antiestético o, incluso, como algo que responde a
algún tipo de patología mental", añade la filósofa y autora de Claves ecofeministas.
Superar esa
construcción cultural que vincula el éxito a lo material es, quizá, el
gran reto social del siglo XXI. "Tenemos tres ejes claros para superar
ese afán de lujo privado. Por un lado, necesitamos una organización
basada en la suficiencia económica. Luego, el principio de reparto, es decir, la redistribución de la riqueza y la lucha contra la riqueza excesiva. Por último, potenciar lo común y el cuidado como práctica política", razona Herrero. El desafío, por tanto, gira hacia la necesidad de "crear vidas lujosas en un clima de suficiencia" para poder asumir que "materialmente la vida debe ser mucho más sencilla".
Mir apunta a la necesidad de alejar los discursos del clima de confrontación, en tanto que "el escarnio nunca debe ser una opción",
sobre todo cuando la cosmovisión material e individualista responde a
un modelo de sociedad que deriva en una serie de malas prácticas que son
inconscientes por la mayor parte de la población. "Detrás de todo está
la idea de que tenemos libertad y derecho a consumir o, por ejemplo, a
viajar en avión tantas veces como queramos. En el fondo, el mensaje de
'compra billetes low cost para viajar barato' va ligado a una
serie de incentivos económicos de los que depende mucha gente, porque
nuestras sociedades se articulan en torno a ello", profesa el humanista.
"Nosotros planteamos algo muy diferente. Ante esta idea de libertad
para decidir qué, cómo y cuánto consumir, debe haber una respuesta que
sea capaz de concienciar". Se trata al fin y al cabo de hacer más evidentes las contradicciones del sistema con la sostenibilidad de la vida en todas sus formas.
"¿Qué sociedad es más libre: aquella en la que puedes comprar billetes low cost
o la que restringe estos viaje por el problema ecológico? ¿Dónde se es
más libre: en un lugar en el que se regulan unas condiciones materiales
de vida mínimas o donde la libertad sólo consiste en poder luchar de
manera individual contra la precariedad? ¿Somos más libres cuando
permitimos que cada entidad contamine lo que crea oportuno o cuando se
interviene para restringir las emisiones?", plantea Mir. "Parece que la
libertad de todos se tendrá que construir desde una dimensión colectiva,
porque nuestras diferentes libertades individuales puestas a competir
ponen en peligro la sostenibilidad de la vida".
Revertir este paradigma y hacer de todos estos valores cercanos al decrecentismo un movimiento social de masas
es un reto que viene a revertir una construcción cultural afianzada con
décadas de dominio neoliberal. "Una de las claves es que el discurso
ecológico sea positivo, basado en el ideal de justicia y en un modelo
alternativo de vida que sea atractivo. Si el discurso es el de la
renuncia y la austeridad, va a ser muy difícil conseguir algo", arguye
Puleo. "Habría que insistir en otro paradigma de felicidad: no se trata
de ser más pobres o tener la vida más reducida, sino en descubrir nuevas posibilidades que no estén basadas en el consumo destructivo de la naturaleza", agrega, poniendo como ejemplo la ética epicúrea:
"Es muy adecuada para estos problemas, ya que es hedonista, porque no
renuncia al placer, sino que se centra en aquellos que no están
vinculados en los lujos materiales".
El escritor británico George Monbiot hablaba en una columna en The Guardian
de hacer del lujo privado un lujo común. Es decir, hacer que los
esfuerzos que los individuos ponen en poseer objetos materiales vayan
destinados hacia la construcción de servicios públicos de calidad.
Prescindir, por ejemplo, del coche para generar un transporte público de
calidad y basado en los criterios de igualdad. "Hay objetos
individuales que irremediablemente nos llevan hacia injusticia social,
pero que repensados en torno a dinámicas cooperativas pueden ser
válidos", expone Herrero. "Se me ocurre, por ejemplo, que ante las olas
de calor el aire acondicionado no pueda ser extensible a toda la
población, pero sí se pueden crear espacios colectivos refrigerados".
Cuando lleguen los "extraterrestres"
El deseo de
cambiar el modelo nace del decrecentismo, no como ideología, sino como
fenómeno del que la humanidad no escapará, ya que el colapso del planeta
fruto de una actividad económica basada en el crecimiento parece, según
advierte la ciencia, cada vez más inevitable. "La clave es cómo
decrecer: ¿Por una vía fascista y autoritaria que conlleve recorte de
derechos o por una vía democrática?", se pregunta Herrero. La dificultad
de generar una conciencia global de planeta es uno de los primeros
obstáculos. ya que el cambio climático lleva siendo denunciado desde los
años setenta del siglo XX y los pasos resolutivos, desde entonces, han
sido escasos.
En
cierta medida, existe un paralelismo con la crisis de la covid-19
actual. Así lo entiende la atropóloga ecofeminista, que señala cómo el
parón de la economía y las decisiones del confinamiento se han efectuado
principalmente porque la vida estaba en juego. Este riesgo mortal es
algo común con la situación de emergencia ecológica que experimenta la
sociedad en su conjunto, sin embargo, en este caso, "la mayor parte de
la gente no tiene esa percepción de riesgo".
"Hasta que no
lleguen los extraterrestres e invadan el planeta no habrá una reacción
conjunta", ironiza Mir, realizando un paralelismo metafórico con los
efectos devastadores de la crisis climática. "Parece ser que el ser
humano necesita una concreción dramática para poder reaccionar". No en
vano, para el humanista la crisis del coronavirus sirve para evidenciar
cómo en ocasiones lo colectivo prevalece a lo individual, incluso en una sociedad como la actual, lo cual genera ciertas esperanzas.
En cualquier caso,
ese reto de articular un discurso potente, capaz de generar conciencias
sociales en torno a un cambio de paradigma, se presta como un paso
necesario para que la sociedad pueda tener cierta resilencia ante el colapso climático.
Para Puleo, conseguir que el movimiento decrecentista o ecologista
tenga cierto calado requiere de "un discurso positivo" e integrador
basado en "pactos de ayuda mutua". Es decir, "acuerdos entre movimientos
sociales con cierto parentesco –feminismo, ecologismo, animalismo,
pacifismo, antirracismo... – que a veces tienen ciertos roces inútiles.
La idea es enriquecer cada movimiento con las sensibilidades de los
otros. Creo que esta es una clave para tejer un decrecentismo exitoso",
zanja la filósofa.
Un cambio global
Articular cambios
sociales conlleva riesgos. La desvirtuación de un movimiento se puede
pagar caro, en tanto que la historia muestra cómo el poder ha tenido a
bien teñir de progreso lo que termina desembocando en desigualdad. El
camino de la utopía ecosocial, en ese sentido, no queda libre de curvas y desvíos perversos. El denominado green washing,
el lavado de cara verde, es una realidad que se observa ya en el
presente, cuando compañías que durante décadas apostaron su crecimiento
al petróleo y la expansión materialista de la riqueza, comenzaron a
invertir en campañas de marketing o en negocios aparentemente libres de
contaminación.
La
transición ecosocial podría derivar en un aumento de las brechas que
separan el Sur Global, estancado en una pila de injusticias sociales, y
el Norte Global, que ha basado su supremacía en la extracción de
recursos de Estados en desarrollo. "En el siglo XVIII había naciones muy
avanzadas en materia de derechos humanos, pero en el fondo, mantenían
la esclavitud en sus colonias del caribe. Se podría dar una situación
así, en la que los países del norte cambiaran el paradigma verde a costa
de mantener sucios otro territorios. Esto es algo que ya ocurre
actualmente", advierte Puleo.
"Cualquier
propuesta verde que no sea consciente del reparto y del derecho de todo
el mundo a acceder a lo mínimo corre el riesgo de derivar en
autoritarismos", dice Herrero. El ejemplo de Le Pen es válido para la
antropóloga, que recuerda cómo su discurso de autosuficiencia y
relocalización productiva se asienta en el rechazo y la criminalización.
"Sería un error pesar en una organización de ciudades verdes que
descansan sobre el flujo de materiales y energías que vienen de otros
territorios", incide.
Fuente: https://www.publico.es/sociedad/emergencia-climatica-decrecimiento-movimiento-social-masas.html?utm_source=twitter&utm_medium=social&utm_campaign=publico
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