Arges Artiaga, el militar gallego que se propuesto crear un nuevo grupo de combate contra el ISIS |
Un militar gallego de 43 años conocido por el sobrenombre kurdo de “Arges Artiaga”
se ha propuesto crear junto a otros veteranos un nuevo grupo de combate
contra el ISIS que recoja el testigo de la mítica unidad secreta
conocida popularmente como '223'.
La '223' fue el primer grupo de las YPG
(Unidades de Protección Popular) exclusivamente constituido por
voluntarios occidentales que luchaban contra el Daesh en Rojava (norte
de Siria).
Tomó su nombre de la fecha de la muerte del primero de sus caídos, el
canadiense John Gallagher, abatido el 23 de febrero de 2015 en el
transcurso de una operación contra un puñado de yihadistas del Estado
Islámico a los que intentaban expulsar de una barriada de la ciudad de
Hasake (Siria). Oficialmente, la '223' se disolvió tras la ofensiva de
Manjib debido a las heridas y a las bajas que sufrieron sus últimos
miembros.
El gallego formó parte de ella desde su
creación y hasta mediados del pasado año, en que una herida en el ojo le
obligó a abandonar el frente y a regresar a España. Otro ciudadano
vasco sirvió también en la '223', antes de ser disuelta.
Artiaga ha viajado hasta el momento en dos ocasiones a Rojava, nombre con el que se conoce los territorios gobernados por los kurdos en el Norte de Siria.
Durante su primera estancia en Oriente Medio,
el gallego peleó con una unidad regular de las YPG desde febrero hasta
finales de junio de 2015. Cuatro meses después, en octubre de ese mismo
año, Artiaga volvió de nuevo a Rojava y a petición de Servan Amriki
(sobrenombre kurdo del neoyorquino que creó la '223') se unió a las
filas de la nueva unidad de extranjeros, con la que estuvo combatiendo
hasta mayo del pasado año.
Hasta su disolución, su existencia era secreta
y su mera mención ante la Prensa se castigaba con la expulsión del
voluntario. Tras la desaparición de la unidad, Artiaga cuenta por
primera vez públicamente los detalles que propiciaron su creación. Las
circunstancias en las que sirvió el gallego ilustran también el
desarrollo de la guerra en esa zona del país.
Por otro lado, Artiaga está recolectando fondos en España
actualmente con el fin de adquirir material médico para los milicianos
que pelean contra el Daesh. Le hemos pedido que nos cuente los
pormenores de su historia en vísperas de su regreso a Siria y esta es la
transcripción de su relato sobre la vida en aquel frente.
Febrero de 2015. En las posiciones defensivas del Jabur
“Cuando por primera vez llegué hasta Siria,
en febrero de 2015, no había unidades específicamente creadas para
acoger a voluntarios extranjeros, de manera que te llevaban a una
especie de academia y tras pasar cinco o seis días recibiendo
instrucciones básicas, te mezclaban con los kurdos y las kurdas. Todos
teníamos formación militar. Yo, en particular, tenía seis años de vida
castrense a mis espaldas y había servido en varios escenarios bélicos. Y
al igual que yo, todos los foráneos. Nos asignaban más o menos a razón
de cinco o seis extranjeros por cada unidad de kurdos del YPG, con todos
los problemas que eso planteaba”.
“Veníamos muy motivados pero aún así
aquello era muy precario. Entre otras cosas, porque estábamos en zona de
guerra y desconocíamos el idioma. Uno podía morir por algo tan estúpido
como no entender “tírate al suelo”. Hasta que Servan creó la '223' no
había unidades de extranjeros. A mí me asignaron como primer destino al
frente de Tel Tamir[este tomaba el nombre de una pequeña ciudad
asiria situada al oeste de Hasake y conquistada por el Daesh en febrero
de 2015; varios cientos de cristianos fueron secuestrados por los
yihadistas del Estado Islámico en aquellas mismas fechas. El frente al
que Artiaga fue destinado se extendía a lo largo de 40 kilómetros en una
zona conocida como la ribera del Jabur, mayoritariamente habitada por
asirios antes de la guerra].
Arges Artiaga, el militar gallego que se propuesto crear un nuevo grupo de combate contra el ISIS. |
No pegué un tiro en tres meses, pero a
pesar de ello, las condiciones fueron muy duras. Estábamos a unos
quinientos metros de la línea del Daesh, manteniendo las defensas con
armamento muy precario como alguna DShK montada en un pick-up o armas
ligeras como el AK que a mí me proporcionaron. Yo aún tuve mucha suerte
porque me dieron uno nuevo que fui tuneando y mejorando como pude con el
tiempo. Había gente a la que se le caía la mira y la mayoría, ni
siquiera podían ponerlo “a cero”.
“En aquel momento, los islamistas estaban
muy fuertes gracias a los tanques y a la artillería que robaron cuando
avanzaron hacia Mosul. Nosotros no teníamos ni apoyo aéreo. Por la noche
escuchábamos pasar a los aviones de la coalición, pero en vuelo de
reconocimiento. Durante muchas semanas tuvimos que aguantar el chaparrón
como pudimos. Caían pepinazos casi a diario y todo lo que podíamos
hacer era guarecernos a duras penas de los morteros. Nos ponían a dos
personas cada cinco metros de línea del frente. Mientras uno dormía, el
otro hacía guardias de hasta seis horas. Aquello era una salvajada. La
comida escaseaba y nos alimentábamos, como quien dice, de poco más que
arroz. Apenas nos daban proteínas".
“Durante aquel primer destino, también las
relaciones con nuestros colegas kurdos eran a veces complicadas. Hay que
entender que no estaban acostumbrados a la presencia de extranjeros. Su
forma de ver la vida es muy diferente a la nuestra. A veces nos
desaparecía incluso la comida. No es que hubiera problemas, que no los
hubo, pero nos tomó algún tiempo habituarnos los unos a los otros. Con
el resto de extranjeros fue distinto. Había un rumano, un neozelandés,
un inglés, un holandés y americanos... Y el ambiente, en general, era de
camaradería, aunque tambien de hastío. Pasamos muchas semanas haciendo
guardias durante la noche y tratando de dormir durante el día. De tanto
en tanto, nos dejaban hacer una visita a Tel Tamiz. Una parte del pueblo
estaba en nuestras manos y la otra, bajo el control del Daesh. En la
vertiente del ISIS no había población civil, sólo los yihadistas. En la
nuestra había kurdos, árabes y cristianos. Originalmente, toda esa zona
de la ribera del Jabur había sido asiria, pero la guerra puso patas
arriba muchas de esas aldeas”.
“Allí en Rojava me encontré a todo tipo de
occidentales. Los más politizados solían desempeñar labores más civiles.
Nadie te pedia el carné de algún partido ni te interrogaban demasiado
sobre las razones que te habían llevado allí. De hecho, a mí no me
movían razones políticas ni religiosas. Vi por la televisión lo de las
masacres de yazidíes y pensé que tenía que hacer algo. Digamos que fue
el asedio de Kobane lo que me dio el empujón final. Desde el primer
momento, tenía claro que era a Siria a donde debía ir. Hay que recordar
que por aquel entonces, nadie ayudaba al pueblo kurdo de Rojava”.
Mayo de 2015. Con la unidad de francotiradores
“Transcurridos tres meses en aquel primer destino, me hicieron jefe de equipo. Cinco de los que estaban conmigo decidieron irse de allí, cansados de hacer guardias, y yo partí con ellos. Nos enviaron a una unidad de francotiradores situada a poco más de dos kilómetros de la posición anterior, en un pueblo enteramente cristiano de la zona de la ribera del Jabur. En este caso, estábamos a las órdenes de kurdos iraníes y de Rojava, bastante más abiertos que los del destino precedente. De alguna manera, aprendimos a comunicarnos mejor. Incluso teníamos una piscina. En aquel punto del frente podíamos ver a los yihadis del Estado Islámico a menos de trescientos metros. Seguíamos armados con los kalashnikovs y nos repartíamos entre todos unos cuantos rifles Dragunov. En realidad, nos servían de bastante poco porque no tenían visión nocturna... así que me las ingenié para que me dejaran una escopeta automática, de esas de cazador”.
Arges Artiaga, el militar gallego que se propuesto crear un nuevo grupo de combate contra el ISIS (izq) junto a otro militar. |
Fue por aquellos días, al final de mi
primera estancia en Rojava, cuando se dio la orden de avanzar en
ofensiva. Yo estuve empujando algunos días junto al resto de los chicos.
Tan pronto como rompimos sus defensas salieron huyendo casi de
espantada y dejando a sus heridos tras de sí. Yo al final estaba muy
tocado por la disentería y me tuvieron que hospitalizar. El único
contacto que tuve con las tropas del régimen fue durante la noche en que
me llevaron hasta los servicios médicos de Hasake para que me
atendieran.
Recuerdo bien aquello porque fue el día de
las elecciones de Turquia y los kurdos estaban eufóricos con la victoria
del HDP. Al llegar a un control, los soldados de Bacher dispararon al
aire en nuestra dirección y a punto estuvo de liarse. No se me llevaron
detenido de milagro cuando vieron que era un extranjero. Algún tiempo
después me llegaron noticias de que mi comandante en la primera posición
había muerto como consecuencia de la explosión de una de esas minas que
fabricaban con mortero. Otro muchacho kurdo murió también aquellos
días. A finales de junio, tuve que volver a España.
Octubre de 2015. Regresa a Siria.
“Hace tan sólo un año, sabía de al menos doce españoles que habían combatido como voluntarios en Rojava. Ahora yo situaría esa cifra en no menos de cincuenta, a los que habría que añadir los iraquíes, cuyo número desconozco. Me encontré con gente que viajaba alentada por todo tipo de motivaciones”.
“Durante mi segunda estancia permanecí en
Rojava desde octubre de 2015 hasta al menos abril o mayo de 2016. Claro
que en esta ocasión todo fue muy distinto. Apenas acababa de llegar
cuando un norteamericano del que yo había escuchado hablar y al que
llamábamos coloquialmente “Servan” me propuso unirme a una unidad que
estaba tratando de crear. Servan se había ganado una reputación entre
los mandos kurdos, y estos le habían encargado crear una especie de
grupo de élite, con combatientes voluntarios extranjeros. Esta es la
unidad que con el tiempo todo el mundo terminó conociendo como la '223'
[como se menciona al principio de la información, adoptó ese nombre en
homenaje al primero de sus caídos, un canadiense fallecido un 23 de
febrero].
“La verdad es que me sentí halagado de que
con mis más de 40 años decidieran contar conmigo para algo así. Además,
eso era lo que yo estaba buscando. Yo no había viajado a Siria para
hacer guardias, sino para luchar, y la '223' había sido creada para eso.
A partir de un pequeño grupo inicial, fuimos reclutando a más hombres.
Nunca pasamos de los catorce o quince”.
Arges Artiaga junto al resto del grupo de combate. |
“Una vez montada la unidad, dispusimos apenas de seis días para entrenar y de inmediato pasamos a formar parte de la operación de Howl, simultanea con la de Sinyar... Pasé toda mi segunda estancia en Rojava dentro de la '223' y puedo asegurar que aquello fue muy duro. Entre operación y operación, apenas parábamos unos días, que utilizábamos para entrenar y para dar clases de kurdo”.
“Recuerdo que nos dieron al principio una
pick-up para doce tipos y quedó inutilizada la primera semana de
operación. Dividimos la unidad en tres equipos, uno de francotiradores y
dos de asalto. Estoy hablando de octubre de 2015. Aquella primera
ofensiva fue muy dura. Los del Daesh se defendían enviando coches-bomba.
Había mucho petróleo allá en juego. Yo no pude tan siquiera ni terminar
la operación. En realidad, lo que sucedió fue culpa mía. Caí al suelo
como consecuencia de una explosión y me herí en un hombro, tras lo cual
fui hospitalizado y reenviado a la base. Fue en aquella primera
operación cuando perdimos a John Gallager, el canadiense. Después,
vendrían otras que dejaron más heridos tras de sí. A menudo, íbamos de
punta de lanza. Sabemos que la gente del Daesh nos temía y nos evitaba;
nos hicimos con un nombre y una reputación entre los kurdos. A mí
volvieron a herirme en la primavera del pasado año. Alcanzaron el visor
con una bala explosiva y este me estalló dentro del ojo y me causó
erosiones y quemaduras en el rostro. Los propios mandos kurdos me
obligaron de algún modo a regresar a España”.
“No hay cifras oficiales de las bajas
yihadistas que se atribuyen a la '223', pero sólo en en el transcurso de
la primera operación se encontraron a catorce cadáveres de islamistas
muertos a nuestro paso. No queremos llevar la cuenta, pero sabemos que
destruimos varios coches bomba, que capturamos una buena cantidad de
armamento pesado y a algunos yihadistas. Nos hicimos con un nombre
porque queríamos pelear y queríamos estar allí delante. Y eso fue lo que
hicimos: ¡darles un poco de caña! Los propios mandos kurdos comenzaron a
confiar en nosotros. Les gustaba tenernos cerca durante las
operaciones”.
“Después llegó Manjib, conmigo ya de vuelta
en casa, y se terminó la '223'. El cien por cien de los miembros de la
unidad o murieron o quedaron malheridos. Yo ya he dejado de contar a los
compañeros que he perdido. De algunos, como el neoyorquino que la creó,
no conocemos ni su paradero. Sabemos que fue alcanzado por los
islamistas y que estuvo mucho tiempo hospitalizado en Rojava, tras lo
cual volvió a América. Pero no hemos conseguido dar con él. Otros, por
el contrario, nos hemos mantenido en contacto y vamos a intentar volver
allá para crear algo semejante. Incluso mi pareja ha terminado por
asumir que yo me vuelvo. Es para hacerle un altar. Eso lo tengo claro."
“De momento, he dejado de tener problemas
con la Justicia española. Imagino que han hecho su trabajo y han llegado
a la conclusión de que no soy un problema para España”.
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