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Escena XXXII del Tapiz de Bayeux donde se representa el cometa Halley, visible en el cielo de Inglaterra en 1066 y que fue interpretado como un mal augurio en la coronación del rey Harold II. |
Un fenómeno tan extraño como el de objetos del espacio impactando en la Tierra suena increíble y, de hecho, la comunidad científica no aceptó incialmente la veracidad de muchas de tales afirmaciones. Aunque en la Antigüedad se había creído que objetos del espacio podrían llegar a la superficie de la Tierra, y también en tiempos más recientes muchos habitantes de zonas rurales estaban convencidos de ello, las clases más instruidas recelaban de la idea hasta bien entrado el siglo XIX. Los pastores que habían visto tales objetos cayendo del cielo sabían lo que habían visto, pero estos testigos no tenían credibilidad puesto que se sabía que muchos con una formación similar también habían informado de hallazgos imaginarios. Incluso los científicos que acabaron aceptando que caían objetos en nuestro planeta no creían inicialmente que tales rocas se hubieran originado en el espacio. Preferían para ellos una explicación basada en la Tierra, como el descenso de materiales que habían sido expulsados por volcanes.
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La suposición a favor de un origen de meteoroides fue finalmente formulada en 1800 por el químico Egard Howard con la ayuda del noble y científico francés Jacques-Luis, conde de Bournon, quien se había exiliado en Londres durante la Revolución francesa. Howard y el conde analizaron un meteorito que había caído cerca de Benarés en la India. Descubrieron una cantidad de niquel mucho mayor de lo que cabía esperar en la superficie de la Tierra, así como materiales pétreos que se habían fusionado por la alta presión. Los análisis químicos que realizaron Thomsosn Howard y el conde eran precisamente el tipo de cosas que el científico alemán Ernst Florens Friedrich Chladin había sugerido para confirmar su propia hipótesis de que tales objetos impactaban en la Tierra a una velocidad demasiado grande para ser compatible con otras explicaciones propuestas. De hecho, la caída en Siena ocurrió sólo dos meses después de la publicación de libro.
La opinión favorable a los meteoritos en Iglaterra se había consolidado cuando el 13 de diciembre de 1795 cayó en Wold Cottage, en Yorkshire una piedra de 56 libras. Con una evaluación mejorada de los métodos de la química, sólo recientemente separada de la alquimia, y con tantas evidencias de primera mano, los meteoritos fueron finalmente reconocidos en el siglo XIX como lo que eran. Desde entonces han caído en la Tierra muchos objetos con genuinas credenciales extraterrestres.
La materia oscura y los dinosaurios
Lisa Randall
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